La gran telenovela de la política

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Uno de los retos más importantes para los ciudadanos contemporáneos es tratar de superar la telenovela que poderosas fuerzas multinacionales y sus aliados nacionales proyectan cada día para tejer la historia a su guisa según sus colosales intereses económicos. Si antes los héroes fraguaban su leyenda con hechos verosímiles en que arriesgaban su pellejo y en el que caían como caballeros andantes, el mundo político mundial de hoy parece tomar a la población o a la llamada “opinión pública” como verdaderos idiotas rehenes de un guión televisivo y radial interminable.

Miles de millones de seres humanos son manipulados descaradamente por los políticos, gracias a la caja idiota y a las ondas hertzianas que inundan día a día con historias muy bien preparadas y contadas por expertos al servicio del big brother devorador que oculta entre carcajadas las maniobras subyacentes. No hay manera para el ciudadano actual de liberarse de esa manipulación que lo persigue a donde vaya, en cafés, cines, bares, escuela, trabajo, calle o en el transporte público y se cuela en su cama por las noches como un amante abusivo y psicopático. Los dueños del poder están rodeados de excelentes guionistas y cada noche fraguan en las oficinas los titulares del día siguiente y las líneas editoriales y temáticas que difundirán los noticieros y diarios de su propiedad.

Estados Unidos es el maestro inventor de esa telenovela permanente. Los candidatos son figuras de museo de cera y marionetas manejadas tras bambalinas por fuerzas oscuras y poderosas que pulen su dentadura impecable, acicalan sus pieles, perfeccionan sus cortes de pelo y confeccionan los trajes y disfraces que llevará el payaso político según la ocasión para ganar e impactar a la opinión, a ese ganado de bobos útiles, a esa infame turba de votantes anancefálicos que cambian de partido o de líder según la emoción suscitada por la última noticia.

En las elecciones norteamericanas mostradas como ejemplo democrático, el rey es el dinero y la publicidad que paga a quienes escriben los libretos día a día para convencer a transeúntes famélicos y endeudados que son fáciles víctimas de la manipulación, en la soledad de sus vidas incógnitas, en la hiel múltiple de su amargura y frustración ancestrales.

En las elecciones francesas en que el ominoso candidato del fascismo llegó sorpresivamente a la segunda vuelta, la manipulación ocurrió después de que ya no se podía transmitir la publicidad política pagada. Los noticieros contaron la historia de un anciano en un pueblo perdido al que supuestamente unos árabes o negros quemaron su vivienda. Antes de que se investigase la historia, ya se daba por hecho esa amenaza de los extranjeros sobre los nacionales. Y durante las 48 previas a las elecciones la historia del anciano fue el tema de todos los noticieros y los diarios haciendo que millones votaran por el candidato de la xenofobia y desertaran los toldos de otros partidos protestatarios.

Y estratagema tan simple y obvia es la misma que se replica en todos los países para manipular en la última recta las emociones de los ciudadanos, los zombies, los peleles de nuestra democracia mediática contemporánea. Noruega, Suecia, Gran Bretaña, España, Italia, Canadá, Japón, Alemania : todos esos grandes países democráticos occidentales son ya víctimas de esa telenovela permanente fraguada en los gabinetes de los todopoderosos, de los grandes consorcios y los partidos a su servicio.

No puede haber política ya sin esas agencias especializadas en la mentira y la manipulación. Los contrincantes están al acecho, listos para lanzar otro capítulo nuevo contra el adversario: una historia sexual, un rumor, una falla, una equivocación inocente, son pretextos para desencadenar la guerra de imágenes y palabras y transmitirlas en continuo hasta la saciedad, hasta que el lavado del cerebro sea efectivo, contundente, imparable.

Los candidatos deben dominar los medios claves de un país, posicionarse en la televisión y pagar las empresas encuestadoras, la radio e Internet. Berlusconi, con sus cirugías plásticas, dentadura postiza y maquillaje, es el ejemplo claro del mafioso que domina todo y desde sus medios se burla a carcajadas de los jueces y los opositores, ante el aplauso idiota de la opinión pública, su víctima.

Un ministro nórdico cae porque escribía SMS pornos a una prostituta, una ministra cae porque bebía y se besaba con un amante joven, alguien se derrumba en las encuestas porque usa gafas oscuras o el corte de pelo le hace ver más viejo, aquél sube porque se parece a George Clooney o a Antonio Banderas, y así sucesivamente la política y la historia de hoy se han vuelto un apéndice de las revistas de corazón.

Pero detrás de todo eso se encuentra la guerra interminable asuzada por los grandes capos de la industria armamentista, los intereses de las potencias que buscan adueñarse de los yacimientos de petróleo o poner bases militares en países títeres manejados por indignas marionetas. Esa es la política universal de hoy, la sacrosanta democracia representativa que nos venden a punta de encuestas que manejan las mismas familias que se suceden unas a otras entre primos y hermanos. Por eso el problema de los ciudadanos siervos de hoy es cómo rebelarse frente a esa gran farsa mediática que nos atrapa desde el amanecer y nos invade a la hora de los sueños, cómo protegerse de la manipulación y contraponerse a ella con fuerza y dignidad imparables.


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