Zapatero se pone búlgaro y farruco
Con más del 98,5 de los votos, que es aritmética búlgara, Zapatero ha sido reelegido secretario general del PSOE. Aupado sobre el pavés por sus eufóricas huestes, el caudillo del nuevo socialismo ha diseñado su proyecto: que prosiga la disgregación de la nación española, inmovilidad ante la crisis económica y multiplicación de las políticas de corte nihilista. Una especial relevancia han tenido las propuestas de contenido “moral”: aperturas hacia la eutanasia y la revisión de la ley del aborto y, sobre todo, clara ofensiva contra la presencia social de la Iglesia.
En la cuestión religiosa confluyen dos elementos distintos: la fe y la civilización. La fe puede considerarse cuestión ajena a la política, pero eso no debe llevar a legislar expresamente contra ella. Respecto a la civilización, ésta no puede reconducirse a la esfera privada porque forma parte del patrimonio público, esto es, de todos. Y si el instrumento escogido para ello es, como parece, igualar artificialmente a todas las confesiones, poniéndolas en plano de igualdad, entonces navegamos ya en pleno delirio: el político inventa una realidad que no es.
Una cuestión de principio: en modo alguno puede considerarse positivo atacar arbitrariamente la identidad cultural de un pueblo; menos aún llevar la incontinencia política hasta la desmesura de querer legislar sobre los espíritus. Eso es lo que Zapatero pretende, según parece. Insensato.
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