Fidel Castro, el mal del trópico

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Sólo en el final de los días se conocerá la magnitud exacta de tanta criminalidad de Fidel Castro aunque para entonces incluso los mismos cielos se estremezcan. La fascinación de Fidel Castro seguramente tenga que ver con la fascinación del mal pero es una fascinación que gravita sobre aquel que –sin quererlo- escribe su nombre sobre un folio. Es, quizá, por el instinto tan humano de buscarle al mal alguna explicación cuando el mal es un misterio. De Hitler se decía que era violentamente flatulento y de Fidel Castro se dice que su rencor contra el mundo le viene de la infancia, como si no hubiera buena gente con la niñez más bien triste o con problemas de estómago. Al tiempo, cuando queremos cuadrar la personalidad tan fatalmente cardinal de Fidel Castro, un sentido común a la cubana nos resuena en la cabeza: ‘déjalo ya, chico’.
 
Cuando el periodista Herbert Matthews del New York Times se bajó a la Sierra Maestra para entrevistar a un grupo de barbudos, esa izquierda tan señorita de Manhattan no sabía que acababa de alumbrar para la historia a un monstruo casi más grande que la vida. Desde entonces, el ‘iter’ directamente homicida de Fidel Castro ha venido adquiriendo el empaque de un listín telefónico coincidente con los nombres de varias generaciones de cubanos y aun de la misma Cuba. Establecer las precedencias de este mal con vocación enciclopédica necesitaría de una precisión infinitesimal pero un buen comienzo es decir que se cargó la isla de Cuba, nobleza vieja del mundo nuevo, país de tanto y tan benéfico carácter que –con mil kilómetros de este a oeste- bien valía por cincuenta países más. El alineamiento de Cuba con el eje soviético –y Castro fue casi el único en no condenar las tropelías de la URSS en Checoslovaquia y Hungría- estuvo a punto de reventar el mundo por la vía atómica. No es logro menor para quien empezó como nacionalista y no como comunista, para a continuación ser tan comunista que –en la buena lógica de Lenin y de Stalin- llevó al país a la amalgama de la ruina con la sangre. Por supuesto, valía que los cubanos prefirieran los tiburones a los Castro para que más de medio occidente defendiera Cuba como nuevo Edén.
 
De las nacionalizaciones a la zafra del setenta, del período especial a Bahía Cochinos, de la pobreza al turismo sexual, del Che a Chávez, lo peor de todo es que la misma persistencia de Fidel Castro en el poder –cincuenta años- le ha restado peligrosidad activa y lo dejó en el mismo nivel semiótico que el ratón Mickey. De Castro hay una percepción folklórica que equivale a una percepción simpática, como si estuviera en el orden del tipismo cubano, como una bailarina de Tropicana con uniforme verde oliva. Pase lo que pase en Cuba, será difícil que lo que venga sea peor de lo que fue. Apiádate, Señor, de esa tu Cuba.

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