Nuestros separatistas miran a Kosovo

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Kosovo es el solar fundacional de Serbia. Es una región multiétnica, con una mayoría demográfica albanesa-musulmana. Tras el desmantelamiento de Yugoslavia, esa mayoría presionó para emanciparse de Serbia. Era 1998. La Serbia de Milosevic reaccionó con una política agresiva, brutal. Entonces los Estados Unidos, con apoyo de sus aliados europeos, emprendieron una campaña militar para desgajar a Kosovo de la matriz serbia. Aquella guerra, más ilegal que la de Irak, y apoyada por todas las fuerzas políticas españolas –PSOE incluido-, significó la violación de la integridad territorial de un Estado soberano sin que éste hubiera agredido previamente a un tercero. La ONU declaró que Kosovo es parte de Serbia, pero el proceso ya era imparable. Victoriosos los musulmanes-albaneses con apoyo occidental, emprendieron a su vez una limpieza étnica que expulsó de Kosovo a dos tercios de la población de origen serbio. Fue preciso trasplantar a un numeroso contingente de la OTAN para mantener cierta calma. Mientras tanto, Kosovo quedaba en manos de una densa red mafiosa. El último acto ha sido la declaración unilateral de independencia por parte del “gobierno” albano-kosovar. Los Estados Unidos parecen dispuestos a aceptar que se instale un Estado musulmán en el corazón de Europa. La Unión Europea, indecente, traga con la fragmentación de un Estado soberano que no forma parte de la UE, pero que está en Europa.

No es sólo cuestión de política exterior. Esta barbaridad tiene consecuencias para todos, y de manera particular para los españoles. Para los separatistas vascos, catalanes y gallegos, lanzados a una ofensiva cada vez más radical, Kosovo es un ejemplo a seguir con gran interés. No por el procedimiento formal de la declaración de independencia, porque las situaciones son sumamente distintas, pero sí por la nula resistencia que han demostrado las instituciones europeas. Si la legalidad internacional no protege la integridad de los Estados soberanos, si la Unión Europea es capaz de aceptar que en el continente pasen cosas así, entonces no hay razón alguna para pensar que pudiera oponerse al desgajamiento de, por ejemplo, España. Por eso nuestros separatistas miran a Kosovo: la gran cacicada americana en suelo europeo ha derribado una de las murallas que preservaban la integridad territorial de los Estados.

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