Y los trabajadores, ¿dónde están?

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La rutinaria manifestación sindical por la fiesta del 1 de Mayo daría para un tratado de sociología política. He ahí a unas élites sindicales burocratizadas, profesionales de la negociación colectiva, respaldados por un pequeño número de militantes de la izquierda radical, envueltos en banderas sacadas del baúl de los (malos) recuerdos, desde la tricolor republicana –flagrantemente inconstitucional, por cierto- hasta las rojas con la efigie de Lenin, haciendo campaña para el Gobierno. En los discursos, ninguna reivindicación sobre los problemas reales de los trabajadores de carne y hueso: la subida generalizada de las tarifas de los servicios públicos, la pérdida de poder adquisitivo, el aumento de los tipos de interés bancarios, la fragilidad de un mercado laboral acosado por una afluencia descontrolada de mano de obra inmigrante, la imposibilidad manifiesta para muchas mujeres de conciliar la vida laboral con la vida familiar… En vez de eso, la misma retórica “unitaria-y-solidaria” de toda la vida, que apenas ha variado desde los años sesenta, rodeada por la parafernalia náufraga de una izquierda que ya sólo es un juego de rol. Dicen los sociólogos que la “clase obrera” está desapareciendo como categoría social homogénea. Pero los sindicatos sobreviven con su dominio feudal sobre la representación de los trabajadores. Tarde o temprano, también esto se quebrará.

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