Real Madrid, 1; Sevilla, 0.
"La calidad no se pierde nunca"
Volvía Ramos al Bernabéu. "Un mito", dijo Butragueño, "un pilar espiritual".
El Bernabéu, con el techo echado, parece un armadillo. Un armadillo acorazado contra el antimadridismo que unifica la Liga Española, que vive de y contra el Madrid.
Sin Courtois y con los defensas rotos, el Madrid es el menos goleado y quizás el éxito sea de los medicoampistas, pero era noticia y buena que volviera Rudiger.
Minuto de silencio por las víctimas del incendio en Valencia y saque de honor de Topuria, al que apetecía echar de pivote en el medio campo.
El argumento del partido quedó claro al instante: un Sevilla replegado con una vela puesta a una contra o, a lo sumo, a dos.
El Madrid intentaba penetrar la trama. Las cosas salían regular. Mendy coincidió en una jugada con Brahim y fue un poco embarazosa su mutua incomprensión.
Pero en el 9 llegó un gol: Vinicius centra al segundo palo, donde aparece Lucas, que en carrera controla y coloca. Se protestó una falta previa de Nacho, y comenzó el simposio. El VAR, el VOR, Ramos comiendo la oreja arbitral... La cosa pasó por varias instancias y cuando llevaban un buen rato, Díaz de Mera, el árbitro, hizo el gesto de bebé de pedir pantalla. Lucas esperaba de cuclillas hablando solo. ¿Qué estaría diciendo? Parecía orar. Solo le falta a Lucas saber hacerse el loco... De camino al monitor, amarilla a Ancelotti; el árbitro revisó la jugada y un gran zoom mostró que Nacho daba al pie del rival. Era una faltita necesitada de mucha tecnología. A veces el VAR entra a corregir lo evidente y en otras a rescatar lo desapercibido. La sensación es que cada gol, y sobre todo cada gol del Madrid, ha de llegar con un certificado de pureza de sangre. Debe ser gol y además purísimo en toda su genealogía y formación.
La decisión de Díaz de Mera era un pequeño homenaje a una liga que perdió el Madrid, no hace mucho, por un VAR retrospectivo contra el Sevilla.
El gol anulado llegó por un pase de Vinicius, que muy rodeado participó soltando la pelota. Soltándola muy pronto, cambiando el juego antes.
Rudiger jugaba con sonrisa, una sonrisa que lleva puesta como una hiena. Se ríe de los rivales, trolea a los árbitros, una sonrisa de sarcasmo y superioridad que quizás sea la del Madrid en la Liga.
En el 35 se pitó una falta de Kroos que enloqueció a Kroos y por la que Kroos vio amarilla. Lo gracioso es que el árbitro no vio la falta. En la repetición mira a otro lado.
No es importante, pero revelaba una sensación de ligero desquiciamiento en los menos sospechosos: Kroos, Bellingham, Ancelotti... Ya no es cosa de Vinicius.
La primera parte era espesita, aunque se animó con algunas internadas por la derecha de Brahim y Lucas, alguna llegada al área de Tchouameni y, sobre todo, por Vinicius, que atraía a tres al controlar la pelota o se tenía que ir de dos...: jugaba contra una organización defensiva colectiva... ¡Jugaba contra una OTAN!
El Sevilla había conseguido secar al Madrid, pero sin causar peligro. "Debe encontrar la entrelínea", decía el sabio comentarista argentino. La entrelínea. El Madrid tenía problemas arriba, en la conexión con Rodrygo, pero el ajuste tras el descanso fue que los medios subieran más. En el 48, Valverde tiró al palo irrumpiendo en el área al primer toque.
La respuesta del Sevilla, y quizás su único peligro, fue el remate del joven Isaac Romero que salvó Lunin con el exterior de su rodilla.
En el 54 aparecía Rodrygo, por fin, con una jugada típica suya...
Era un proceso de incorporaciones sucesivas. El partido se calentaba. En el 56, la ocasión era de Vinicius, que luego asistió, repitió ocasión, pidió ardor a la comunidad internacional de la grada (en ella se percibe, a la vez, la comunidad del madridismo y una enorme desconexión entre todos: algo común sentido de un modo distante)...
El gran peligro del Madrid venía en la respuesta a la contra del Sevilla, robando justo ahí, en la recontra a la contra. Esto lo vio, cómo no, el comentarista argentino, porque no era la jugada, ni la contrajugada: era la recontrajugada.
En el 60, cuando se iba a romper el partido, se rompió el árbitro. A Díaz de Mera se le subió el gemelo. Vimos planos del gemelo arbitral, algo poco habitual, y el cuarto árbitro comenzó a calentar con unos movimientos brevísimos como para ir a hacer el salto del tigre. Al principal le fueron quitando el cableado y pudimos comprobar que el árbitro pita intervenido. ¡Qué Liga! El mundo en vilo a la espera del pinganillo...
Salió otro árbitro y lo primero que recibió fue el alimón diplomático de Ramos y Ocampos, que le presentaban sus credenciales del Otro Fútbol.
El partido se le había enfriado al Madrid. Se fue Nacho y entró Modric para hurgar en la entrelínea. Las semanas como central de Tchouameni han hecho que sea una opción para ir reestructurando el equipo en los cambios.
Modric relegaba a Güler, lo que daba bastante pereza, pero no se puede decir nada porque marcó un gol que puede valer una Liga. En el 81, al borde del área (por donde la entrelínea), controló un balón con lo que era, a la vez, control y recorte (síntesis de genio), y ajustó el chut al palo, en algo que recordaba, una década después, a su gol en Manchester.
Le subieron en hombros y él subió los brazos como un campeón que se niega a dejar de serlo.
El gol, como es normal, lo quisieron 'varificar'. Ahí estaba el bufete de abogados Ramos&Ocampos acogotando al árbitro, que se mantuvo en su sitio. Rudiger estaba en fuera de juego en el nacimiento de la jugada, pero no intervenía e incluso se salía de ella. Lo dicho: solo falta pasarle al gol una inspección de Hacienda.
La firmeza del cuarto árbitro fue meritoria.
Hubo ocho minutos de descuento. Fue un elogio general de la calidad inextinguible. “El que tiene calidad…”, “la calidad no se pierde nunca…”, aunque el Madrid acabó con el canterano Álvaro, que luchó como un jabato. Rodeado de "mitos", de "figuras espirituales", de Ramos y Modric (hasta Ancelotti se animó con un toque), se vio que luchaba por la victoria, pero también por un sitio. Al acabar el partido, felicitó a Modric, que exultaba con sonrisa de juvenil. Como si se la hubiera robado en el abrazo.