Pero qué envidia dan a veces los gabachos…

La esperanza viene de Francia: discurso de Sarkozy a los educadores

Una de las primeras cosas que ha hecho el nuevo presidente de la República Francesa, Nicolás Sarkozy, ha sido hablar a los maestros y profesores de Francia. Consciente de la centralidad de la educación, Sarkozy ha lanzado un mensaje claro y contundente, que pretende rescatar el valor de la tarea de enseñar y de la educación en general. En un momento en que en España se está planteando la reforma del Bachillerato hasta el punto de pasar curso con cuatro asignaturas pendientes, parece interesante mirar hacia el país vecino, a la vez que es un signo de esperanza en Europa.

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LUIS SEGUÍ
 
Su discurso empieza diciendo que “está en las manos de vosotros, que tenéis la tarea de instruir, de guiar, de proteger sus espíritus y sus sensibilidades, que no están aún completamente formadas (…). Tenéis el deber de acompañar el despertar de sus aptitudes intelectuales, su sentido moral, sus capacidades físicas, después de su primera edad y a lo largo de su adolescencia”. Para quien vive inmerso en la realidad española esto es insólito: guiar, espíritu, sentido moral, etc., son palabras que hace tiempo desaparecieron del lenguaje educativo –no digamos del “pedagógico”.
 
Dos modelos
 
Después Sarkozy hace un breve recorrido por los dos modelos de educación que, a su juicio, han marcado a Francia, mostrando los beneficios y limitaciones de cada uno de ellos. La conclusión no puede ser más clara: “La autoridad de los maestros se ha visto deteriorada. La de los padres e instituciones, también (...). El rendimiento escolar ha bajado a niveles que no son aceptables”. Frente a este diagnóstico preciso y contundente plantea como punto de partida una pregunta: “¿Qué deseamos que sean nuestros jóvenes?”. Y responde: “Hombres y mujeres libres, interesados en lo que es bello y grande, con corazón y espíritu, capaces de amar, de pensar por sí mismos, de ir a los demás, de abrirse a ellos, capaces también de tener una profesión y de vivir de su trabajo”. Si queremos esto, prosigue Sarkozy, debemos darnos cuenta de que “todos nosotros somos educadores”.
 
Lejos de un discurso idealista, Sarkozy inmediatamente añade que “educar es difícil”, pues ante todo es “una exigencia del educador consigo mismo”. Y además arriesga un juicio sobre lo que debe ser la educación, que va detallando y concretando: “El fin es esforzarse para dar a cada uno la máxima instrucción que pueda recibir, estimulando en él lo más que se pueda el gusto por aprender, su curiosidad, su apertura de espíritu, su sentido del esfuerzo. La estima de sí mismo debe ser el principal resorte de esta educación”. Tal es la filosofía, dice, que debe sostener la “refundación de nuestro proyecto educativo”.
 
Apuesta por una escuela laica, pero en un sentido muy distinto a lo que estamos acostumbrados en España. “Estoy convencido de que no podemos dejar el hecho religioso en la puerta de la escuela (…). Lo espiritual, lo sagrado, ha acompañado desde toda la eternidad la aventura humana”. Desde esta perspectiva propone estudiar lo religioso desde un punto de vista sociológico, pero partiendo de la importancia y la evidencia de lo religioso en la vida humana, en la historia y en la actualidad.
 
A pesar de la exaltación de Francia –no podría ser de otro modo-, y de otros aspectos menos acertados del discurso de Sarkozy, es verdad que hoy en día es insólito en la política oír a alguien decir estas cosas. También, desgraciadamente, es raro en al ámbito educativo, al menos en figuras tan relevantes.
 
La cultura general
 
Pero la defensa principal es para lo que él llama la “cultura general”, donde lo común se priorice por encima de lo particular. “Identidad colectiva, moral compartida” son otras expresiones relevantes. Apostar por la cultura general en contra de la temprana especialización es “afirmar simplemente que el sabio, el ingeniero, el técnico no deben ser incultos en literatura, en arte, en filosofía, y que el escritor, el artista, el filósofo no deben ser incultos en ciencias, en técnica, en matemáticas”. Y frente a las dicotomías a las que nos tienen acostumbrados los sabios de la educación, afirma que “…nuestros niños tienen necesidad de más humanismo y de más ciencia”, superando así los tópicos que moldearon el sistema educativo pensando en la integración social y en la ocultación del fracaso escolar.
 
Además, nuestra educación debe “reducir el espacio excesivo que concede a la doctrina, a la teoría, a la abstracción (…). Debemos dar más espacio a la observación, a la experimentación, a la representación, a la aplicación”. “Lo que nos hace falta reencontrar es la coherencia de un proyecto educativo. (…) Al mismo tiempo, debemos elevar el nivel de exigencia, no en cantidad sino en calidad”. “En vez de una selección brutal ante la entrada en la universidad –que es una solución malthusiana-, debemos elevar progresivamente el nivel de exigencia en la escuela primaria, en secundaria y en bachillerato”. (…) “Será un largo trabajo el que irá desde la reconstrucción de la escuela primaria a la del bachillerato. Pero es vital para el futuro de nuestros jóvenes y por lo tanto de nuestro país”. Pues está claro que se exige una reforma de la educación, pero esta vez no debemos repetir los errores del pasado, por lo que ahora debemos “dar lo máximo a cada uno en vez de contentarse dando el mínimo a todos. De este modo quiero yo que afrontemos el tema de la educación y particularmente el de la escuela”.
 
Consciente de que el problema educativo implica a toda la sociedad, de que no es ni una cuestión de los profesionales del tema ni de los políticos, añade hacia el final de su discurso que “la voluntad política no se basta a sí misma. Por esta razón me dirijo a vosotros (maestros y profesores)”. Y “cuando digo todos los educadores, quiero decir que el objetivo no se conseguirá sólo con la ayuda de los profesores o sólo con la de los padres. No puede ser sino una obra común de todos los educadores trabajando juntos”.
 
Reivindicación del profesor
 
Y quiere dejar claro que no es un bonito discurso lo que está haciendo. Buen conocedor de la dificultad de los padres en la actualidad para educar a sus hijos, Sarkozy se hace eco de ello y promete que “serán sostenidos”, y que para él “la política familiar forma parte claramente del proyecto educativo”.
 
Para terminar, con inteligencia, dedica unas palabras de ánimo a quienes han padecido principalmente los desastres de la política educativa: los profesores. “Vuestro papel es capital. Con frecuencia habéis dedicado muchos años a estudiar. Debéis mostrar inteligencia, paciencia, psicología, competencia. Yo sé hasta qué punto el maravilloso trabajo de enseñar es exigente, hasta qué punto os obliga a dar lo mejor de vosotros mismos, y hasta qué punto esto es difícil e ingrato cuando la violencia entra en la escuela. Soy muy consciente de que vuestro estatus social, vuestro poder adquisitivo, se han degradado a medida que vuestra tarea devenía en más dura; vuestras condiciones de trabajo, más agotadoras. La nación os debe un reconocimiento mayor, mejores perspectivas de carrera, mejor nivel de vida, mejores condiciones de trabajo (…). En la escuela de mañana seréis mejor remunerados, mejor considerados (…). Los centros en los que trabajaréis tendrán más autonomía para escoger su proyecto, para organizarse”.
 
“Deseo hacer de la revalorización del oficio de profesor una de las prioridades de mi mandato. (...) Para que nuestros chavales sean portadores de valores de civilización, porque una cierta idea de la civilización continúa viva en nosotros”.
 
Finalmente: “El tiempo de la refundación ha llegado. Es a esta refundación que yo os invito. La realizaremos juntos. Ya hemos tardado bastante”.
 
¡Qué lejos estamos en España de un debate educativo parecido! Pero Sarkozy no ha hecho más que empezar una tarea que cualquier país debe afrontar, tarde o temprano, si quiere seguir ofreciendo una civilización verdadera a las generaciones futuras.
 

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