La Universidad de Harvard

Harvard eligió a un capellán ateo

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Greg Epstein, de 44 años, al que se le califica de ateo aunque él se describe como “rabino humanista”, tiene un libro titulado Good Without God (Bien sin Dios), que es también su manera de afrontar la espiritualidad.

El asunto viene de lejos, del siglo XVIII. El filósofo Immanuel Kant opinó que la religión, en su sentido final, no tenía nada que ver con las doctrinas, los dogmas, las oraciones y la liturgia. Más bien, la fe guardaba relación con el cultivo de la moralidad. Esta idea se traduce más o menos en la versión popular de que no importa lo que se crea mientras la gente sea buena.

A pesar de este largo recorrido, Epstein ha sido el foco de mucha atención estos últimos días en Estados Unidos.

La organización de capellanes de la prestigiosa Universidad de Harvard eligió a este “devoto ateo” como su presidente, algo totalmente inusual.

Si bien la opción resulta chocante –hay quien piensa que esto es una aberración como el vino sin alcohol–, la elección se produjo por unanimidad. Y los estudiantes de esta institución de la selecta Ivy League, integrada por ocho de las universidades más cotizadas de Estados Unidos, reconocen la influencia positiva de Epstein en su vida espiritual.

La cuestión aún suena más sorprendente si se recuerda que Harvard es un lugar vinculado a la religión desde su fundación bajo el lema “La verdad para Cristo y la Iglesia”. En realidad, este centro del saber se creó en la década de 1630 como consecuencia de la profunda inquietud de los colonos puritanos asentados en Nueva Inglaterra.

Construían iglesias en el nuevo mundo y a su vez se planteaban cómo podían garantizar que sus eclesiásticos fueran cultos y pudieran hacer pedagogía.

¿La respuesta? Una escuela para educar a los clérigos, bautizada en honor del pastor John Harvard. Pasaron setenta años antes de que el presidente de la institución fuera seglar.

A Epstein, que ha estado impartiendo ministerio a los no creyentes, le ha tocado romper una tradición todavía más larga, de casi cuatro siglos. Su labor consiste en coordinar las actividades de más de cuarenta capellanes de la universidad, que lideran en el campus las comunidades cristiana, judía, hindú, budista y de otras religiones. Los capellanes disponen de una gran influencia e impacto sobre los estudiantes.

“Solo soy un ser humano tratando de prestar ayuda a otros seres humanos”, recalcó Epstein en la NPR, la radio pública estadounidenses. Según su credo, el humanismo es la filosofía de vida positiva.

“Sí, soy ateo. Considero que el concepto de un Dios sobrenatural es algo que los humanos crearon y no a la inversa. Para mí, y tengo en mente a muchas personas no religiosas, probablemente millones o incluso cientos de millones, es más importante intentar vivir vidas con un significado y un propósito, construir un mundo mejor,

Lo que importa es "luchar por la justicia, que es el bien sin Dios"

luchar por la justicia, un mundo humanista, que es el bien sin Dios”, insistió.

Las encuestas señalan que en este país existe un grupo de personas cada vez más extenso que no se identifica con ninguna religión tradicional, pero aún se declara practicante de la espiritualidad.

La propia Iglesia católica reconoce que, sobre todo los jóvenes, están dejando caer su creencia en esas religiones y ya no se afilian a las iglesias o templos. Uno de cada cinco estadounidenses se describe como espiritual pero no religioso. Además de jóvenes, acostumbra a ser gente educada y liberal.

Epstein se crio en una familia judía y ha sido el capellán humanista de Harvard desde 2005. En esa posición se ha dedicado a explicar a los estudiantes el movimiento progresista que se basa en las relaciones que las personas establecen entre sí en lugar del vínculo con Dios.

El obispo auxiliar de Los Angeles, Robert Barron, replicó en un artículo que los capellanes, como mínimo, han de afirmar la existencia de Dios. “He de urgir a los colegas de Epstein presuntamente religiosos: mostrad un poco de respeto por vosotros mismos”. Dios ya no está en todas partes.

© La Vanguardia

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