Doble rasero de las "organizaciones humanitarias"

China condena a muerte a un ministro. ¿Por qué nadie protesta?

La condena a muerte de un ministro chino no ha suscitado “una oleada de protestas mundiales”. Ni siquiera una olita. No hay sentadas nocturnas con velas encendidas, ni manifestaciones ante los comercios de “Todo a Cien”. Nadie se encadena a las verjas de la embajada de China, ni los políticos detienen su agenda para transmitir “su más enérgica protesta”. Hace cinco años, George Bush permitió la ejecución del asesino de un policía, y el mundo casi se detuvo del pasmo. ¿Por qué existe esa tolerancia con China?

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CARLOS SALAS
 
Hace unos días, la justicia china condenó a la pena de muerte a Zheng Xiaoyu, de 63 años. La causa: haber aceptado sobornos de hasta 832.000 dólares a cambio de la concesión de licencias farmacéuticas. Muchos de esos medicamentos estaban en mal estado o con deficiencias de fabricación, lo que causó el fallecimiento de varias decenas de personas en todo el mundo. Los delitos los cometió entre 1998 y 2005, cuando ejerció su cargo de director de la Administración Estatal de Alimentos y Medicamentos, un puesto equivalente a ministro.
 
Sin embargo, no se han escuchado muchas voces de protesta contra este atentado a los derechos humanos. No ha habido quejas formales ante el Gobierno chino, ni se ha sabido de encadenamientos masivos frente a las embajadas del país comunista en todo el mundo. Y eso que, según Amnistía Internacional, la pena de muerte se aplica en China con suma arbitrariedad. Los detenidos no tienen muchas veces la posibilidad de contar con un abogado antes del interrogatorio. Algunas detenciones pueden durar hasta 28 años, antes de que se celebre el juicio.
 
Los detenidos sufren torturas y vejaciones. Y según la misma organización, a pesar de ser el país más poblado del mundo, China es el país que más gente ejecuta en proporción a su población. Human Rights Watch calcula que cada año mueren ejecutadas unas 10.000 personas en China. Sin embargo, no se conocen muchos casos de protestas masivas contra estos atentados contra los Derechos Humanos.
 
Dos varas de medir
 
Nada parecido a lo que sucedió hace cinco años. Durante aquel verano, la justicia norteamericana decidió ejecutar al mexicano Javier Suárez Medina, acusado de haber asesinado a un policía. El miércoles 14 de agosto de 2002, Suárez fue ejecutado en una prisión de Texas con una inyección letal. El presidente de México, Vicente Fox, canceló una visita a EEUU en protesta por la muerte del compatriota.
 
La ONU había intercedido varias veces ante el Gobierno de George Bush para evitar la ejecución, y hasta le había denunciado por haber violado la Convención de Viena, que obliga a comunicar la detención de un extranjero ante las embajadas correspondientes.
 
Hace casi diez años, cuando George Bush era gobernador de Texas, la algarabía fue aún mayor. No aplazó la ejecución Karla Faye Tucker, e hizo llover una tormenta de condenas sobre toda la justicia americana. Karla Faye Tucker había sido acusada de asesinar a dos personas. Poco antes de su ejecución, se desató una oleada de protestas. Cientos de personas se concentraron frente a la prisión de Huntsville para oponerse a la muerte de un ser humano. Desde Italia, el grupo abolicionista Hands OFF Cain, encabezado por Sergio D’Élia, afirmaba que por fin el caso había logrado despertar la conciencia de los norteamericanos. Bianca Jagger, en nombre de Amnistía Internacional, pidió incluso a José María Aznar, entonces presidente de España, que intercediera a favor de Karla Faye Tucker, y visitó a la condenada durante sus últimos minutos.
 
Que se sepa, ni Bianca Jagger, ni Amnistía Internacional, ni Sergio D’Elia y su organización abolicionista se han pasado por las embajadas chinas tras el anuncio de la ejecución del ex ministro.
 
Y de los experimentos nucleares, ¿qué?
 
Todo ello también recuerda la gigantesca polvareda mundial que se levantó cuando el presidente de Francia Jacques Chirac, en una rueda de prensa, anunció que su país iba a realizar un experimento nuclear en la isla Mururoa, en Oceanía. Cientos de barcos, incluidos los de Greenpeace, trataron de obstaculizar la maniobra nuclear. En todas partes del mundo se detuvo la vida durante un minuto en señal de protesta, y se realizaron manifestaciones y encadenamientos, que no pudieron impedir el ensayo nuclear.
 
Sin embargo, dos o tres veces al año, China realizaba un ensayo nuclear sin avisar en rueda de prensa, pero cuyo impacto era registrado por los sismógrafos más avanzados. Desde su primer ensayo nuclear en 1964, en la inhóspita zona de Lop Nur, China ha realizado casi medio centenar de detonaciones nucleares. Salvo algunas protestas institucionales y las quejas de Greenpeace, no se puede hablar de una manifestación masiva mundial contra los ensayos nucleares chinos.

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