Una intensa actividad se viene desarrollando en China de cara a las importantes jornadas que se desarrollarán en diciembre de este año. Es sabido que en los países controlados por el partido comunista, los Congresos del partido se convierten teóricamente en la instancia suprema del poder. Muy por encima de las actividades gubernamentales, que, a pesar de su trascendencia en un gigante como es China, quedan relegadas ante el control político del partido, quien es el que de verdad decide. De ahí la importancia que adquiere no sólo para el país más poblado de la tierra (1.300 millones de habitantes), sino para las relaciones internacionales en general, el XVII Congreso del partido comunista chino que se celebrará en diciembre.
El Congreso de Hu Jintao
Los delegados electos en este congreso se convierten en la verdadera y máxima instancia de poder en el país durante los próximos cinco años. En la estructura de poder típica de los sistemas comunistas, los delegados al Congreso eligen al Comité Central. Al Comité Central corresponde la elección del Politburó, el Politburó elige al Comité Permanente del mismo, y, por fin, el Comité Permanente nombra al Secretario General. Por último, el Secretario General designa a los integrantes del Secretariado. Y en el especial caso chino también se designa a los miembros de la Comisión Militar Central, poderoso organismo cuya presidencia resulta decisiva para ejercer el verdadero poder. De Hu Jintao puede decirse que no se produjo su verdadera consagración como líder hasta que sumó dicho puesto a los de la Presidencia del Estado y Secretario General del Partido. A la descripción de este sistema piramidal hay que añadirle el matiz de que, como es también habitual en los sistemas comunistas, la realidad del poder es exactamente la inversa: en realidad el Comité Permanente controla al Politburó, y éste al Comité Central.
Son 2.220 los delegados que deben ser elegidos antes de finalizar junio. Conforme a las estrictas normas del Departamento de Organización del Partido, dictadas el pasado noviembre, un 70% de los delegados deben ser dirigentes y cuadros superiores, y el 30% restante debe proceder de la base. Se dispone además de cupos de representación fijados al detalle: obreros, campesinos, profesionales, mujeres, nacionalidades minoritarias…
El XVII Congreso se desarrollará en un clima donde es evidente el afianzamiento del poder de Hu Jintao, transcurridos cinco años desde su elección. Resulta muy difícil, dado el habitual hermetismo del sistema, realizar pronósticos respecto al futuro. Por ejemplo, si Hu reducirá el número de miembros del Comité Permanente del Politburó de nueve a siete. Y quien será el sustituto de Luo Gan, a cargo de los asuntos de inteligencia y seguridad, el miembro más veterano que se retira por edad. O si algún componente de la “quinta generación” entrará en el Comité Permanente del Politburó, etc. Son, sin embargo, los asuntos que permitirán saber por dónde andará China en los próximos años.
Poner orden
Los apologistas de Hu Jintao destacan no sólo de cara al interior, sino intencionadamente al exterior, las características positivas del líder para prestigiar su figura, tal es habitual en los dirigentes al afianzar su poder. La historia del Partido Comunista de la Unión Soviética presenta casos bien definidos. Y en el gigante chino, sin llegar ni mucho menos a la idolatría en el culto a la personalidad de Mao Tse tung, podrían presentarse en tiempos recientes los ejemplos de Deng Xiaoping (verdadero motor del actual sistema chino) y de Jiang Zemin, líder desde 1989 a 2002.
En el caso de Hu, la consigna es destacar la severidad del régimen de incompatibilidades para los dirigentes del partido, es decir, la lucha contra la corrupción. No en vano abundan últimamente los castigos ejemplares en este terreno: no ya la expulsión del partido y la prisión, sino la pena de muerte en algunos casos. Si bien, como señalan los críticos, esos castigos van dirigidos a dirigentes y familiares, pero de segunda y tercera línea. Por ejemplo, los críticos subrayan la libertad de actuación de un hijo del anterior líder, Jiang Zemin.
Dentro de la enorme reserva y precaución que debe adoptar cualquier estudioso de los sistemas comunistas (recodemos las enormes y habituales equivocaciones de los “kremlinólogos”), comienza a notarse cierta crítica contra Jiang Zemin y su control del llamado “clan de Shanghai”, al que, según los exegetas de Hu, el nuevo líder ha empezado a “purgar”. Destaca en este sentido la caída de un personaje tan importante como el secretario del Partido en Shanghai, Chen Liangyu.
Es frecuente oír cómo se elogia a Hu explicando que su campaña a favor de la moralización lleva un sabor confuciano. La normativa que ha entrado en vigor el primero de junio incluye sanciones para casos de concubinato, prostitución, consumo de drogas, abandono o trato vejatorio de familiares, etc. Destaca especialmente, de cara al férreo control demográfico, una medida: la expulsión automática del partido de quienes tengan más hijos que los permitidos por la ley. El ministro de seguridad pública, Zhou Yongkang, ha anunciado severas medidas contra los actos ilegales de los funcionarios del partido y del estado.
Hu Jintao está destacando el hecho de que pronto se superarán los 2.000 dólares per capita del PIB, el sobrepasar a Alemania en el segundo puesto de comercio exterior mundial. Como en este país no existe el complejo pseudoecologista antinuclear, China quiere multiplicar por veinte (¡veinte!) su capacidad nuclear de generación de electricidad hasta el 2030. Y a su vez, Hu Jintao, vestido con uniforme militar, ha exhortado a la modernización y potenciación de las Fuerzas Armadas en una importante reunión con los vicepresidentes de la Comisión Militar Central, Guo Boxiong y Xu Caihou. China también ha manifestado su apoyo a la postura de Vladimir Putin en la polémica sobre el escudo antimisiles previsto por los Estados Unidos en Europa.