PÁGINAS LITERARIAS DE
"EL MANIFIESTO"

Estambul

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Hace frío en Estambul esta noche. Recién llegada, la primavera no se ha quitado aun el manto de invierno, y aunque el sol pugna con fuerza por inundar de luz las mañanas y decorar los atardeceres, la noche nos recuerda que marzo aún no ha terminado, y que en Turquía no siempre es verano… 

Llego a Estambul después de casi dos horas de deliciosa travesía por el mar de Marmara, con el sol de cara acostándose tras las montanas y detrás del horizonte. Estoy sola. Estoy cansada. La semana está siendo intensa, con mucho trabajo y poco sueño. Tengo ganas de ir al hotel, de soltar los bártulos y buscar un pequeño hamman donde darme un buen baño y relajarme de las tensiones acumuladas en estos días estresantes… pero desde el taxi veo el Bazar Arasta, una perla escondida en Sultanahmet, a los pies de la Mezquita azul, y me acuerdo de que tengo que comprar un par de regalos…
 
Así que me bajo del taxi. Pierdo la cabeza por una pulsera de plata de estilo bizantino por la que pago el doble de lo que vale, y aun me voy contenta con el chollo… y camino por la calle cubierta, bordeada de tiendas casi todas ya cerradas. Y pienso que tendré que volver con más tiempo porque hay cosas verdaderamente increíbles tras esos ventanales oscuros… Sigue haciendo frío, pero veo gente cenando en la calle, en las preciosas terrazas semicubiertas que se extienden allá donde terminan las tiendas, con sus mesitas bajas cubiertas de brocados rojos, y los narguiles, pipas de agua que emiten vapores de suculentos aromas, a los que se agarran los locales en un intento de combatir el frío.
 
Me planteo la posibilidad de unirme a ellos, pero opto por el calor de la sala cerrada junto a la terraza, donde los mismos brocados cubren las mismas mesas, y los jóvenes turcos se concentran en diversos juegos de mesa mientras fuman sus narguiles. Enseguida me doy cuenta de que, salvo dos japonesas que lo fotografían todo, soy la única extranjera, y me digo que debe ser un buen local… Empieza la música. Empieza la danza, el sema, el movimiento universal que evoca en siete escenas los diferentes significados de un ciclo místico hacia la perfección. Un bailarín vestido de blanco impoluto, gira sobre sí mismo sin parar durante lo que me parecen horas. Como los electrones en torno al núcleo del átomo, en un movimiento consciente de comunión de la mente con el resto de la naturaleza que gira y da vueltas. Él está fuera, en la terraza, pero lo veo a través de las paredes de plástico transparente que aíslan la sala del exterior. Su falda blanca dibuja una circunferencia perfecta en su rotación sin fin. La música continúa.
 
Llega mi cena, el Ali Nazik que he pedido sin saber muy bien qué es, y que se revela como una deliciosa crema de yogurt y berenjenas servida con unas finas tortas de pan ácimo que prepara una anciana sobre una estufa a la entrada. Los jóvenes que fuman el narguile siguen entusiasmados con su bakgamon. La pareja de la derecha habla entretenida y sin tocarse, mientras él fuma el narguile y las mejillas de ella se colorean de un rosa intenso, bajo el púdico tocado que cubre su cabeza. A mi izquierda, otra pareja joven se abraza sin contemplaciones. Comparten el narguile, y ella le pone morritos y ojos de cordero degollado… Las japonesas siguen haciendo fotos, y yo descubro que aún tengo hambre, así que pido unos Yaprak Dolma, rollitos de hoja de parra rellenos de arroz, y un té de manzana, demasiado dulce para mi dieta, pero que sabe a gloria bendita.
 
Me gustaría poder describir el olor afrutado de los narguiles que me rodean, los acordes rotos y un poco estridentes de la especie de arpa horizontal que tocan los músicos frente a mi mesa y cuyo nombre desconozco, el movimiento del bailarín, cuyas manos abrazan la divinidad y la conectan a la tierra, pero el ordenador me dice que la batería se acaba. Levanto los ojos y veo que la sala se ha llenado de turistas extranjeros, y que el bailarín ha desaparecido de la vista. Es hora de terminar los Dolma y buscar mi hotel entre las callejuelas empedradas de este mágico rincón de Estambul.

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