Hace ahora diez años, el 24 de marzo de 1999, los aviones de la OTAN lanzaron sus primeras bombas y misiles sobre el territorio de la antigua Yugoslavia. Por primera vez la organización creada para defender a sus miembros asumió el papel de juez o, mejor dicho, de gendarme universal. Como casus belli se alegó la necesidad de defender a los albaneses de la provincia de Kosovo de unas pretendidas “matanzas étnicas” por parte de los serbios, matanzas cuya falsedad se puso de manifiesto, por lo demás, años después, cuando quedó claro que las pretendidas tumbas masivas que se habían descubierto nunca habían existido.
Muchas cosas son percibidas ahora sin la agudeza de entonces, pero nadie puede borrar esta página negra de la reciente historia europea. Y eso porque las lecciones de Yugoslavia siguen sin aprenderse y los errores de aquellos días son repetidos en otras regiones del mundo. En aquel entonces diversos observadores, Rusia entre ellos, advirtieron a los autores de lo perpetrado sobre lo peligroso que era jugar con fuego en pleno polvorín de Europa.
Los bombardeos masivos contra una Yugoslavia soberana sin el visto bueno del Consejo de Seguridad de la ONU, emprendidos por unos 19 Estados, constituyeron un acto de agresión manifiesta. A despecho de las Convenciones de Ginebra, las acciones bélicas se libraron contra personas inocentes, acabando destruidos hospitales, puentes, centrales eléctricas. La campaña se saldó con unas 500 víctimas civiles, entre ellos unos 90 niños.
La “acción militar regional” de la OTAN ha tenido, sin embargo, una evidente proyección global. De hecho, contra los serbios se desencadenó una autentica operación de castigo por negarse a someterse a un doble dictado: por un lado, el del mundo occidental; por otro, el de los separatistas albaneses. En base al ejemplo yugoslavo se ha mostrado a los demás quien manda en el mundo y qué suerte correrá quien le desobedezca. De tal manera, se trató de sugerir a todos los países que el mundo unipolar, donde el único modelo democrático y políticamente correcto se impone con la fuerza militar, no tiene alternativa.
Simultáneamente, en Yugoslavia se “estrenaron” nuevos conceptos, formatos y mecanismos políticos. Entre esos figuran nuevos tópicos, tales como “intervención humanitaria”, “coalición de interesados”, “ vanguardia del mundo libre”, etc. Además, la agresión contra Belgrado tenía fines meramente militares, ya que los serbios le sirvieron a la OTAN de cobaya para ensayar los armamentos más sofisticados, retocar las prácticas de guerra “sin contacto” y mejorar el espíritu de combate de los neófitos en la Alianza, esto es, los países del Este de Europa procedentes del Pacto de Varsovia.
La consecuencia directa de los brutales bombardeos fue para Serbia la separación de facto de Kosovo. Mas tarde vino su Declaración de Independencia unilateral e ilegal. No en vano los separatistas albaneses bautizaron a la OTAN como “Nuestro Ejército”. Ninguno de los altos cargos políticos y militares que participaron en la operación fue responsabilizado por la barbarie perpetrada. Tampoco se investigaron los crímenes del tenebroso Ejercito de Liberación de Kosovo (UCK) albanés.
Hoy día muchos prefieren no hurgar en el pasado. Pero, mientras tanto, el problema kosovar que sirvió de pretexto para una acción militar injusta y agresiva, sigue sin solución. Es más, está preñado de nuevas amenazas para la paz y estabilidad en Europa, y no sólo en ella.