JEFF JACOBY/AMERICAN REVIEW
¿Debería importar a los electores que Barack Obama frecuente las amistades de William Ayers y Bernardine Dohrn, dos antiguos líderes de Weather Underground, el grupo terrorista que cometió docenas de atentados y crímenes violentos más entre 1969 y 1975? Esta pregunta se planteaba durante un reciente debate Demócrata en Filadelfia y que Dios ampare a los moderadores de la ABC que la plantearon.
Por ejemplo, Tom Shales, del Washington Post, quedaba decepcionado porque Obama sea confrontado con “una basura tan utilizada” como el hecho de que “en tiempos estuviera relacionado con un anarquista demente que ponía bombas“. Michael Grunwald, de Time, criticaba la “política extremadamente estúpida” de hacer preguntas acerca de “el desconocido radical de los 60” del que Obama “era presuntamente amigo“. Otros tertulianos se mostraban aún más enfurecidos.
El coro de protestas reflejaba la propia defensa de Obama. Cuando George Stephanopoulos le desafiaba a explicar su relación con antiguos terroristas no arrepentidos —“no lamento poner bombas“, declaraba Ayers al New York Times, “creo que no pusimos suficientes”— el Senador zanjaba el asunto como “irrelevante“.
“Es un tipo“, decía Obama, “que vive en mi vecindario, que es profesor de inglés en Chicago, a quien conozco y de quien no ha recibido el apoyo oficial. No es alguien con quien intercambie ideas con alguna regularidad. Y la noción de que conocer a alguien que tomaba parte en actos detestables hace 40 años cuando yo tenía 8 de alguna manera me refleja a mi y a mis valores no tiene mucho sentido, George“. Restaba importancia a sus relaciones con antiguos Weathermen como “cogidas con alfileres“, diciendo estar seguro de que “el pueblo americano es más inteligente” que pensar que comparte las opiniones radicales de los terroristas.
Obama no lo dejó allí. Su campaña difundía una “circular de datos” de 1.300 palabras restando importancia a la relación con Ayers y Dohrn como “excéntrica“, “vaga“, “una exageración” —pero defendiendo a los dos simultáneamente como “ejemplos relevantes de los ciudadanos corrientes de Chicago“.
Amistades peligrosas
Aún así, los vínculos de Obama con Ayers y Dohrn no son tan difusos como da a entender, y sus opiniones —las de ahora, no las de hace 40 años— son tan “respetables” y “corrientes” como las de, digamos, el Reverendo Jeremiah Wright, el incendiario pastor de Obama.
Los datos clave, difundidos por Ben Smith, del Político, son estos: la carrera política de Barack Obama arrancaba en la residencia de Ayers y en la de Dohrn cuando un grupo de “influyentes progresistas” se reunía en 1995 para conocer al joven organizador comunitario que era elegido sucesor de la legisladora por Illinois Alice Palmer. En los años que siguieron, Obama y Ayers ocuparon juntos puestos directivos (remunerados) del Woods Fund, una fundación de extrema izquierda de Chicago, y participaron conjuntamente en paneles académicos, uno de los cuales al menos fue organizado por Michelle Obama. Ayers incluso donaría dinero a una de las campañas políticas de Obama.
Supuestamente, nada de esto importaría si Ayers y Dohrn hubieran repudiado hace tiempo su extremismo violento. Pero siempre han rechazado disculparse por su monstruoso comportamiento “no somos lo bastante radicales luchando contra la guerra“, manifestaba Ayers en el Chicago Tribune en 2001. En una memoria publicada ese año, declaraba exultante “Todo fue absolutamente ideal en el día en que puse una bomba en el Pentágono“. América, decía tras el 11 de Septiembre “no es un lugar justo y decente… me hace vomitar“.
¿Es ésta de verdad la idea de Obama de pensamiento político “respetable” y “común y corriente“? Si es así, ¿no dice ello algo importante a los electores acerca de su juicio y sus estándares?
En Chicago el otro día, el productor radiofónico Guy Benson descubría grabaciones de Ayers y Dohrn participando en una reunión de radicales pacifistas en noviembre de 2007. Vivir en Estados Unidos, decía Dohrn al grupo, es “estar en el corazón del monstruo” que es “el autor material de la violencia en el mundo“. Ayers denunciaba a América como un fanático imperial de la guerra inmerso en “patriotismo jingoísta, expansión militar sin precedentes y sin excusas, supremacía blanca… ataques a las mujeres y las niñas, ataques violentos, creciente vigilancia en cada esfera de nuestras vidas, y podría seguir“. (Las grabaciones han sido subidas a Internet en el indispensable blog PowerLine).
Incluso si Obama no cree personalmente estas cosas, ¿de verdad es “basura desgastada” plantear el motivo de que parezca estar tan cómodo en compañía de personas que lo creen? ¿Es en realidad “política extremadamente estúpida” preguntarse si las personas así podrían ocupar un cargo en la administración de Obama? En lugar de atacar a los pocos periodistas que plantean preguntas así, ¿no sería apropiado que más de los medios considerasen seguir la iniciativa?