Un perfil exhaustivo y sin concesiones (y III)

El reverso tenebroso de Hugo Chávez

CARLOS SALAS Concluimos nuestro análisis sobre Hugo Chávez. Abandona el FMI y el Banco Mundial; amenaza con nacionalizar la banca; insulta a Aznar y a Bush. Y a la vez, se declara cristiano, quiere desarrollar su industria nacional y aborrece las películas violentas porque contaminan a la juventud y a la infancia. ¿Este hombre es un ultraconservador o un marxista? ¿Cómo calificar a un político que por un lado respeta la propiedad privada y por el otro, amenaza con nacionalizar la banca? Para entender al presidente de Venezuela hay que tirar a la basura los viejos conceptos: ni marxista, ni liberal, ni de derechas, ni de izquierdas. En contraposición con los neocons de América del Norte, he aquí al “neosoc”, el hombre que comanda el nuevo socialismo latinoamericano.

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Chávez no es un ángel de la guarda. Muchas de sus medidas son acertadas e indiscutibles. El problema es que no ha logrado levantar a Venezuela con un proyecto nacional. En lugar de promulgar un plan para que los hijos de las clases más pudientes, médicos, ingenieros o arquitectos, ayuden a sus hermanos de clases bajas, entren en esos barrios y pongan su grano de arena, ha dividido a la población de una forma irrefrenable.

Tampoco ha logrado contener el crimen. Cada fin de semana mueren asesinadas unas cincuenta personas en Caracas, a veces muchas más. ¡Sólo en un fin de semana! Es casi el mismo el mismo número de personas que puede morir en Irak, un país en guerra civil

¿Y saben a quién asesinan? A los pobres. Chávez no ha sido capaz de defender lo único que le queda a un pobre, que es la vida. Caracas es una de las ciudades más peligrosas del mundo, pero no sus barrios de clase media y alta, guardados con vigilantes privados y garitas, sino los barrios de ranchitos, los barrios de chabolas.

Desde el punto de vista económico, el desafío que se le presentaba  a Chávez era del mismo tamaño que levantar a un país desolado por una guerra. Tiene a su favor que la economía ha crecido a un ritmo del 9% en los últimos años gracias a la subida de petróleo. El paro se ha reducido al 8,5% de la población activa, aunque la inflación se mantiene en un 15% anual. De lo que no parece darse cuenta Chávez es de que sus manifestaciones públicas producen miedo y desconfianza. La base de la estabilidad económica es la confianza en el futuro, y cuando falta la confianza, empieza el miedo, la especulación y la inflación. Siempre que Chávez expresa una de sus grandes amenazas, el dólar se dispara. Hoy día, el dólar tiene dos precios: el oficial, a 2.150 bolívares, y el del mercado negro, que saltó de 3.000 a 4.000 bolívares en la última “salida de tono” de Hugo Chávez.

Algunos productos, como el café, están subvencionados para los más pobres. En diciembre de 2005, Chávez logró que por primera vez en muchos años, no hubiera café en los mercados porque los granos habían sido acaparados por los productores, por los agricultores, que se quejaban de que les estaban pagando precios muy bajos. 

Hace un par de años, persiguió a los directivos del BBVA y del Santander, y les acusó de malversar fondos. Esto ha sido un error porque amedrenta a los inversores extranjeros, y pone en tela de juicio toda la modernización de la banca venezolana, lograda gracias a la intervención de los bancos españoles. Es verdad que los bancos ganan más dinero que nunca hoy en Venezuela. Pero no hacía falta amenazarles con nacionalizarlos, porque cualquier banco se presta gustoso a financiar los proyectos del Estado como la industrialización (como hizo la banca española en tiempos de Franco), siempre que se tenga la garantía del Estado.

A Venezuela le faltan infraestructuras de todo tipo, carreteras y autopistas, vías de tren y aeropuertos, zonas turísticas seguras, y no dudo de que el Gobierno chavista intenta hacer algo, pero en estos ocho años, no se han visto grandes avances a pesar de que el país está siendo regado con dinero.

Chávez quiere poner las bases de una industria nacional para depender menos de las importaciones, pero esas industrias las montan los empresarios, y si no hay confianza y seguridad en el futuro, no se arriesgan a crear nada, sino que prefieren convertir sus beneficios en dólares y ponerlos en cuentas corrientes en Miami o España, que es lo que están haciendo. Muchos han abandonado el país, y ya se puede ver a esa clase de venezolanos por España o Miami. Son exiliados económicos. Los más emprendedores abandonan Venezuela. ¿Es que se van a quedar en un país cuyo presidente juró su nuevo mandato diciendo, como Fidel Castro: socialismo o muerte? No, señor. En Venezuela se sabe muy bien cómo se vive en Cuba, porque cada año llegan de esa isla emigrados, y por nada del mundo Cuba es un país digno de imitar tras escuchar lo que cuentan esos cubanos. El marxismo es sinónimo de fracaso económico. Los venezolanos que han viajado como turistas a Cuba saben que esa isla es un ejemplo de cómo no se debe gobernar a un país.

No hay estereotipos para Chávez

En resumen, no se puede calificar a Chávez con los estereotipos que los europeos están acostumbrados a hacer con cualquier líder iberoamericano. No es estereotipable. Es un fenómeno nuevo, pero los politólogos del mundo no se han dado cuenta. No es de derechas o de izquierdas. Al menos como lo entendíamos hasta ahora. Por un lado, tiene una ideología profundamente cristiana, patriótica y conservadora que podría compartir un conservador americano: ha promulgado leyes para prohibir que se exhiban películas violentas en horario infantil. Se declara cristiano. Combate la pornografía. Quiere proteger y lanzar el “made in Venezuela”, como cualquier neocon estaría encantado de proteger el “made in USA”. Habla de patriotismo, de amar a Venezuela, de honrar a la bandera, al himno nacional y a la historia. ¿Es eso de izquierdas? Si es así, es un neosoc, es decir, un neosocialista (como la otra cara del espejo de los neocons, los neoconservadores americanos, a los cuales también se parece).

Lo que podemos considerar de izquierdas es que Chávez va a implantar la jornada laboral de seis horas, controla los precios de los alimentos básicos, introduce la cogestión cooperativa y la propiedad compartida por los trabajadores en muchas empresas, nacionaliza empresas, expropia terrenos para cederlos a cooperativas, y grita socialismo o muerte. Puede ser, pero Francia aprobó las 35 horas semanales hace varios años y siguen vigentes; en España los precios de la energía eléctrica están controlados por el Gobierno; Mitterrand nacionalizó Renault y muchas empresas, y todavía es admirado por sus compatriotas; el Gobierno alemán expropia tierras para sus obras públicas al precio más bajo posible; el grupo Mondragón, uno de los más poderosos de España, es una inmensa cooperativa de trabajadores. ¿Qué diferencia hay entre eso y lo que propone Chávez? La diferencia es que en Europa ya no se grita socialismo o muerte.

Pero de lo que no hay duda es de que su poder es democrático, porque lo ha elegido el pueblo. Tiene la mayoría de las cámaras. Ha modificado la Constitución a su antojo, pero esa Constitución ha sido aprobada en referéndum. Los politólogos se han quedado con un palmo de narices porque la teoría del equilibrio de los tres poderes se ha hecho añicos con Chávez: controla el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, y encima lo ha hecho con votos, democráticamente. ¿Dictadura? Si es así, es la dictadura más democrática de la historia.

De lo que no me retracto es de lo que escribí cuando tomó posesión como presidente de Venezuela, hace ocho años: que ya es un mito. Ha influido el voto en muchas naciones iberoamericanas, en Bolivia y en Ecuador, y sus giras por América Latina, desde Cuba hasta Argentina, son esperadas como las visitas de un ungido. Incluso le admiran desde más lejos, porque recientemente un periódico de Túnez decía que la juventud árabe quiere un Chávez musulmán, a raíz de la decisión de Chávez de vender petróleo con un 50% de descuento a los países de la Alternativa Bolivariana (Haití, Cuba, Bolivia…).

Creo que Chávez le ha cogido el gusto a aparecer en las portadas de los periódicos de todo el mundo, ¡de todo el mundo!, cosa que no pasaba en América Latina desde tiempos de Fidel Castro. Eso le gusta y lo utiliza como una estrategia propagandística, junto con su indudable don para los discursos mágicos. Hasta Maradona cayó rendido ante su palabra cuando se encontró con el mandatario en 2005. “Me gustan las mujeres, pero estoy enamorado de Chávez”, dijo el futbolista. Nunca Venezuela fue tan citada por los medios de comunicación como con Chávez. La izquierda romántica de todo el mundo va de peregrinación a Venezuela, porque piensa que es la última esperanza para su utopía. Chávez ha descubierto esta faceta mediática y se hace querer por las cámaras de televisión: alimenta a la prensa con titulares extraordinarios, que sirven para divertir y enardecer a sus acólitos.

Pero eso tiene un reverso tenebroso que es su peor enemigo: no se da cuenta de que en los países desarrollados, esas vergonzosas declaraciones (Bush Satán, Aznar peor que Hitler), hacen pensar que un mandatario así es un loco del que no se puede esperar nada constructivo, y por eso mismo se minimizan sus logros, sean los que sean, o se aceptan los bulos más absurdos sobre él. No se da cuenta de que con sus amenazas de nacionalizar la banca (aunque luego diga que en realidad no quiere hacerlo), asusta a los empresarios que quieren invertir en Venezuela. Chávez es un bocazas. Le gusta asustar. Y eso es lo que se puede convertir en un peligro para la misma Venezuela: los inversores se pueden retirar; el capital, no invertir; las clases sociales, tender a odiarse más… Venezuela se puede convertir en una olla exprés. El presidente venezolano viene denunciando desde hace tiempo que se prepara una conspiración para asesinarle. A uno de sus asesores particulares le confesó que sabía que iba a morir en un atentado. Sospecha que es su destino. En las últimas elecciones, en diciembre pasado, afirmó que había desbaratado un intento de golpe de Estado, y que sus servicios secretos habían detenido a un sospechoso con un fusil de mira telescópica preparado para liquidarle.

Todos los indicios apuntan a que un hombre que ha puesto en ebullición tantas emociones, tanto amor y tanto odio, puede encontrar la muerte de forma trágica, o conducir a su país a un enfrentamiento civil nunca visto. Chávez quiere pasar a la historia como el renovador que necesitaba Venezuela. Tiene energía, es joven, posee carisma y don de mando. Tiene por delante un desafío inimaginable: no lo olvidemos, Venezuela no es Alemania. No posee tradición industrial, los políticos estaban corrompidos, y el país entero se había empobrecido económica y culturalmente en las últimas décadas. Y se había envilecido. Pero, a estas alturas de la revolución, si Chávez no atempera sus provocaciones y amenazas, su persecución a la prensa, sus insultos a la mayor superpotencia de la historia, puede pasar a las enciclopedias como un loco egregio, como un Calígula o como un Robespierre. Y todo lo bueno que sembró será obscurecido por todo que malo que está despertando.

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