Se ha celebrado en Lisboa una importante “cumbre” euroafricana. Es la primera de estas características, con una nueva organización continental en África. Del encuentro se esperaba algún atisbo de solución a dos problemas –la inmigración africana hacia Europa, el desarrollo económico de África- que en realidad son sólo uno: el puesto de África en el orden (o desorden) mundial. El balance del encuentro es ambiguo: en África hay quien lo ha recibido con esperanza; en Europa, se ha seguido con un escepticismo rayano en la indiferencia. Y sin embargo, para Europa la cuestión es vital. Y para África, no digamos.
Elmanifiesto.com
“Si yo viviera en Chad también me querría marchar”, declaraba en La estrella polar, el programa de José Javier Esparza en la COPE, Ismael Piñón, director de Mundo negro, el cual, por cierto, ha vivido en Chad ocho años. ¿Por qué se querría marchar? Él contesta así: “Porque de nada me sirve tener una buena cosecha de mijo si no puedo sacarla de mi pueblo; no hay transportes, no hay carreteras, no tengo la seguridad de que mi esfuerzo vaya a ser útil, y sin esa seguridad, no queda ninguna esperanza”. El mismo proceso se está repitiendo en numerosos puntos de África: las cosechas se pudren en los campos porque ya no quedan jóvenes en el lugar; no quedan jóvenes porque se han marchado a Europa; se han marchado a Europa porque las cosechas, podridas en los campos, no daban para vivir. Es un brutal círculo vicioso. Y eso, por supuesto, en los años de buenas cosechas; de los otros no hace falta hablar.
Y bien: ¿Por qué los Estados africanos, generalmente receptores de abundante ayuda exterior en capital y en equipos, no ponen los medios para que las cosechas no se pudran? La respuesta es desoladora: no lo hacen porque, con demasiada frecuencia, la ayuda exterior se desvía hacia otros fines, empezando por las cuentas privadas de las elites del poder. Así el sistema de cooperación internacional ha terminado convirtiéndose en una condena para los pueblos africanos, un instrumento para perpetuar en el poder a unas elites corruptas o, más exactamente, para perpetuar la corrupción sean cuales fueren las elites.
¿Qué hacer? ¿Suprimir las ayudas? Pero entonces la catástrofe estaría asegurada: no sólo veremos millones de muertos de hambre, sino que también recibiremos, en Europa, a millones de fugitivos que huyen de la desesperación. La única opción razonable parece mantener las ayudas y, al mismo tiempo, buscar métodos de control del destino de ese dinero. Ahora bien, para que tal control sea eficaz sólo hay dos vías: o bien unas estructuras estatales sólidas en los países receptores –cosa que, en general, no existe-, o bien unos mecanismos externos de control, es decir, un control de tipo neocolonial –lo cual sería sencillamente inaceptable para las conciencias contemporáneas-. Además está el problema de la presentabilidad política: ¿Cómo ayudar a dictaduras como la de Mugabe en Zimbabwe?
Los hay que tienen menos problemas: China –informan fuentes bien informadas a Elmanifiesto.com- está inundando literalmente Angola y Mozambique de bienes de equipo y maquinaria a cambio de petróleo. China, por supuesto, no pregunta a nadie si respeta los derechos humanos: sólo pregunta si tienen petróleo, que es lo que más necesita el gigante asiático para sostener su desmedido desarrollo, y, a cambio, ella ofrece no dinero, sino obras, carreteras, máquinas, ferrocarriles. Para la mayoría de los países africanos, un socio así es el amigo ideal. Puede pensarse que se trata de una apuesta contingente, con fecha de caducidad: ¿qué pasará cuando se acabe el petróleo, o cuando el comprador ya no necesite más? ¿Quién pondrá en marcha las máquinas cuando se hayan marchado los técnicos chinos, quién reparará las carreteras? Son preguntas llenas de sentido, pero recordemos: con esa carretera, aun en mal estado, el campesino del Chad podrá transportar su cosecha de mijo.
Para Europa, África no representa una esperanza ni una oportunidad, sino, simplemente, una urgencia: o ese mundo encuentra una forma de salir adelante, o las opulentas sociedades europeas se llenarán de africanos, con lo cual, inevitablemente, dejaremos de ser opulentos, porque será imposible mantener el sistema. Los líderes del continente negro se han marchado de Lisboa con la convicción de haber dejado las cosas claras. ¿Las tienen igual de claras los líderes europeos?