En 1940, tras la invasión de Dinamarca por los ejércitos de Hitler, el rey Cristián X no se marchó al exilio como todos los monarcas, princeses y mandamases de la época en análogas circunstancias. A diferencia de su hermano, el rey Haakon VII de Noruega, la reina Guillermina de los Países Bajos, el rey Jorge II de Grecia, la gran duquesa Carlota de Luxemburgo, el rey Pedro II de Yugoslavia, el presidente de Checoslovaquia y el presidente de Polonia, que huyeron ante la ocupación nazi de sus países, Cristián X, al igual que el rey Leopoldo III de Bélgica, permaneció en Copenhague durante toda la ocupación, convirtiéndose para el pueblo danés en símbolo visible de la causa nacional. Ese fue un detalle, un buen gesto. Y otro gesto más eficaz todavía fue la costumbre del monarca de pasear todos los días a caballo —todos los días— por la Copenhague ocupada, en solitario y sin escolta ni comitiva, a cuerpo galano. La presencia cotidiana del anciano rey sobre su hermoso caballo por las calles de la capital se convirtió en un emblema de la resistencia de los daneses frente a la invasión. Se cuenta, y a lo mejor es verdad, que una mañana, a las puertas de un café donde el rey se había detenido para departir con los parroquianos, un soldado alemán expresó su extrañeza porque el rey paseaba sin guardaespaldas, a lo que un muchacho allí presente respondió: “Todos los daneses somos sus guardaespaldas”.
Cristián X no pudo hacer gran cosa ante el poder arrasador de Alemania, pero entendió la posibilidad y la grandeza de un gesto. Gracias al mismo y seguramente a muchísimas otras pequeñas heroicidades, el pueblo danés persistió en su voluntad de prevalecer en la historia. Los gestos son importantes, no hace falta decirlo. Y más importante todavía contar con dirigentes y autoridades de las que se pueda esperar un gesto. De momento y por parte de nuestra casa real, con la que está cayendo, los únicos gestos —simbólicos— que hemos recibido han sido la fotografía del rey emocionado ante su hija Leonor uniformada y a doña Leticia poniendo cara de jarabe mientras hace como que saluda a Abascal. Aparte de eso, no da más. Ni un gesto ni medio. ¿Tan difícil es? ¿En serio su majestad piensa que si no cabrea demasiado a quienes lo quieren depuesto podrá eludir su triste suerte de rey pasmarote, pura carne de exilio? Majestad majestuosa, no sea usted mentecato al estilo Borbón de toda la vida. Tenga un gesto. Si no es por España, hágalo por su majestad misma, por el futuro coronado de la infanta Leonor, que tiene el trono más difícil que el Osasuna la liga. Haga algo aparte de firmar leyes inconstitucionales. Piense un poco, hombre de Dios; o encargue a alguna cabeza asesada y creativa de la casa real que piense un poco más, que tampoco cuesta tanto. Pero haga algo, aunque sea un gesto. Simbólico. Sea grande por un día.
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