El pirata es de izquierdas, el mercenario es de derechas

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J.J.E. 

El pirata es un típico “héroe de izquierdas”: individualista y al mismo tiempo igualitario, en ruptura deliberada con todo orden y toda ley, especialmente hostil a cualquier forma de autoridad –excepto la suya propia- y con una decisiva inclinación al dinero. Es un delincuente económico que envuelve su carácter criminal en un discurso de tipo libertario. En ocasiones, ese carácter libertario se hace absolutamente consciente. Es el caso del corsario Misson, que rompió su palabra, se adueñó de su nave, actuó como pirata y terminó fundando una comunidad libertaria en Madagascar: Libertalia o Libertatia. Esta historia ocurrió a principios del XVIII. Libertalia terminó envuelta en sangre, pero el mito sobrevivió.

También la cofradía caribeña de “hermanos de la costa”, que establecía lazos de cooperación entre distintos grupos de piratas del Caribe, ha sido reinterpretada posteriormente como otro ejemplo de “zona autónoma”. La literatura romántica está abarrotada de piratas que se comportan como héroes libertarios. La reflexión más reciente sobre el asunto es la del anarquista norteamericano Hakim Bey (de verdadero nombre Peter Lamborn Wilson), que ve en las comunidades piratas una prefiguración de la utopía anarquista. Como suele ocurrir en las utopías de izquierdas, el camino de los piratas va dejando un rastro de muerte y espanto mientras la multitud grita “libertad”.

A esta figura del pirata, la tradición cultural de la derecha ha opuesto otro prototipo de “héroe ilegal”: el mercenario. La sensibilidad de la derecha no limita la figura del mercenario a su carácter económico (esto es, un tipo que pelea por dinero), sino que subraya especialmente su carácter de guerrero, de hombre de combate, de soldado que pone las virtudes castrenses –el deber, el honor, el valor- por encima de las banderas y las naciones. Un caso prototípico es el Cid Campeador para la cultura española, el condottiero para la italiana o el lansquenete para la alemana; recordemos el elogio de Götz von Berlichingen escrito por Goethe. El mensaje es transparente: las naciones y las banderas pasan, pero las virtudes son eternas –lo cual, a su vez, fortalece a las banderas y naciones que cultivan tales virtudes-. La rehabilitación literaria y cinematográfica del mercenario es también un fenómeno muy típicamente moderno, cuando la sensibilidad de derecha ya no puede reconocerse enteramente en las banderas y las naciones. Entonces se aprecia mejor la capacidad de una comunidad de combate para recrear por su cuenta valores tradicionales, como hacen los mercenarios de Richard Burton y Richard Harris en la estupenda Patos salvajes de Andrew McLaglen. O, en el plano del cómic, el sobresaliente Mercenario del español Segrelles, a mitad de camino entre Conan y el capitán Trueno. 

Entendámonos: ni el pirata es un héroe libertario, sino un delincuente náutico, ni el mercenario es un héroe tradicional, sino un disciplinado homicida. Pero los mitos son libres, adoptan la forma que quieren y son reinterpretados por las gentes no en función de lo que tales figuras fueron, sino en función de lo que las gentes de cada momento necesitan. A la izquierda, domesticada en el mundo blando de la prosperidad y el “capitalismo de rostro humano”, le gusta soñarse rebelde y subversiva, creando comunas libertarias como el “buen salvaje”. A la derecha, neutralizada primero y después desterrada de un orden que no es el suyo, le gusta soñarse heroica e irreductible, afirmando valores eternos en la defensa desesperada del último puente o lanzada al fiero galope de la última carga. Es una estética de la política a la que, en rigor, hay que llamar metapolítica.

Y que cada cual elija su sueño.

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