Ahora no es el Vesubio. Es la incuria del Sistema y los Tour Operators

Pompeya se hunde… por segunda (y definitiva) vez

¿Es ésta una noticia "meramente cultural"? ¿O es ésta una noticia histórica, hondamente "existencial", llamémosla así? La catástrofe que se está produciendo en Pompeya, ¿qué pone en juego?, ¿a qué afecta? ¿Concierne a cuestiones situadas en esa refinada epidermis del alma a la que llamamos "cultura", "belleza", "estética"…? ¿O afecta visceralmente a nuestras vísceras mismas, a lo más hondo, a lo más esencial de todo? La presencia de nuestro pasado —de nuestro glorioso pasado romano— ¿es cosa absolutamente esencial? ¿O es cosa meramente "cultural"? Pensar esto último significaría no entender nada de lo que defendemos y por lo que combatimos aquí, en el periódico del Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra.

Compartir en:

La lluvia, la despreocupación política, el desamparo de las instituciones públicas, la carencia de recursos económicos para que arqueólogos y cuidadores desempeñen su tarea, la ausencia de medidas preventivas y la pugna por la privatización del lugar; en una palabra, la indiferencia y frívola y culpable ante la ciudad gloriosa puede acabar… por segunda y definitiva vez con Pompeya, el complejo histórico más importante y vasto que se conserva de la Roma de la que venimos todos, de la Roma sin la cual nada seríamos.
El 6 de noviembre se derrumbó la Casa de los Gladiadores, poco después se vino abajo un tabique en el callejón de Ifigenia, se desmoronó un muro de la Casa Moralista y el pasado miércoles, primero de diciembre, se desplomaron otras dos tapias.
Pese a que la excusa oficial achaca las destrucciones a las inclemencias meteorológicas, al fuerte temporal que castiga el sur italiano, la opinión pública y el malestar de los expertos apuntan a la indolencia con la que ha actuado el gobierno de Berlusconi. Tsao Cevoli, presidente de la Asociación Nacional de Arqueología (ANA), se muestra irónico cuando sugiere que sobre Pompeya lleva lloviendo 260 años desde que fue desenterrada, pero es ahora cuando la lluvia causa estragos.
El abandono de Pompeya no es reciente: lleva lustros estancada en la decadencia y la dejadez; en numerosas ocasiones se ha denunciado el calamitoso estado de los edificios del recinto, repletos de hierbajos que agrietan paredes y tejados, formando fisuras por las que el agua se cuela y resquebraja la estructura de las construcciones. Pese a tratarse de una causa visible y manifiesta que amenaza con deteriorar irreversiblemente la ciudad, la apatía del Gobierno ha hecho que todo siguiera igual: “La verdad es que en Pompeya no se ha hecho nada para proteger las antiguas edificaciones romanas, ni siquiera después de que el 6 de noviembre el desplome de la Casa de los Gladiadores diera la vuelta al mundo. Al menos después de aquello habría que haber intervenido inmediatamente para evitar nuevos derrumbes. Pero no se ha hecho nada”, lamenta el alcalde de Pompeya, Claudio D’Alessio.
A la bochornosa gestión y a la desidia con la que se atienden temas de importancia cardinal para la preservación de Pompeya, se suman insinuaciones de corrupción y quejas al proceso de privatización que se ha emprendido. Protección Civil, investigada por corrupción, es el organismo encargado de salvaguardar Pompeya conforme al estado de emergencia decretado por Berlusconi dos años atrás, estado de emergencia que, sin embargo, se entiende como un pretexto para “gastar dinero sin control”, como asegura el presidente de la Asociación Nacional de Arqueología.
El parque temático: una destrucción aún peor que el derrumbe
Lo que encubre dicho subterfugio es un proceso deliberado de privatización encaminado a  convertir la antigua ciudad romana en un parque temático donde prime lo vulgarmente espectacular aderezado al gusto de las masas.  La cosificación de Pompeya mediante proyectos costosos “de dudoso gusto”, como afirma púdicamente Biagio De Felice —arquitecto y técnico de la Superintendencia de Pompeya—, se completaría con su privatización capitalista. La misma facilitaría la llegada aún más masiva de turistas,  incrementándose con ellos el negocio y desatendiéndose el cuidado responsable y escrupuloso de las ruinas.
Ante este embrollo de intereses económicos, desapego y oportunismo, no resulta pesimista sugerir que Pompeya está abocada a convertirse en un conjunto de piedras que generará pingües beneficios y al que acudirán miles de visitantes no con el corazón estremecido por lo que significa, sino movidos por el entretenimiento turístico que se les promete. Una banalización rentable que, por otra parte, la Europa liberal lleva haciendo desde hace tiempo con toda su tradición histórica, artística y cultural.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar