La implacable guerra de desgaste que Rusia inició en octubre de 2022 ha acabado por dar sus frutos; con un esfuerzo cuidadosamente medido, para no perjudicar a la economía nacional ni exigir grandes sacrificios a su pueblo, Putin ha logrado que la existencia de Ucrania sea inviable a día de hoy, cuando depende completamente de la ayuda externa y ha perdido a decenas de miles hombres frente a las inconmovibles posiciones de la Línea Surovikin. La persistencia rusa ha acabado por ocasionar una división irremediable en el enemigo occidental, entre los EE.UU. y la Unión mal llamada «europea».
Como resultado más llamativo de todo esto, los atónitos espectadores hemos podido asistir en directo a un reality show inaudito en la historia de la diplomacia, donde dos jefes de Estado andaban a la greña, igual que dos furcias tirándose del moño en cualquier vertedero estético de nuestras televisiones. Zelenski fue puesto en su sitio en este su último show, donde no se le ahorraron las humillaciones. Parecía un famoso al que se le sacan sus trapos sucios. Quizás, en el fondo, el histrión Zelenski no haya sido nada más que eso, un juguete roto, una sombra chinesca que se dibujaba sobre una pantalla, una marioneta desvencijada, un pelele goyesco, un instrumento herrumbroso que se tira al contenedor.
¿Por qué Trump y Vance han realizado esta puesta en escena, a la que cuesta considerar como espontánea?
En primer lugar, la guerra está perdida: la OTAN, el monipodio de Bruselas y sus ineptos dirigentes liberales han sido derrotados y Ucrania jamás recuperará los territorios del Donbass y Nueva Rusia. El empeño cerril en continuar la masacre de la juventud ucraniana sólo servirá para dejar fuera de combate a ese país durante una o dos generaciones. Además, la deslealtad y la mala fe de Occidente respecto a Rusia, su perfidia a la hora de aplicar los acuerdos de Minsk (una mera excusa para rearmar a Ucrania, según Merkel y Hollande, sus artífices), han servido para consolidar un eje estratégico entre Moscú y Pekín que es sencillamente inatacable por Occidente. Asociación que permite a China disponer de una enorme cantidad de recursos por vía terrestre, sin que el poder naval americano pueda impedirlo. Trump sabe que el mantenimiento de la hegemonía yanqui pasa por debilitar esa alianza entre las dos grandes potencias del norte de Asia, por rebajar la enorme y justa desconfianza de Rusia hacia Occidente. Por otro lado, la guerra de Ucrania ha sido un excelente negocio para Washington y ya es hora de repartir dividendos. Kíev no merece el riesgo de una guerra mundial.
En segundo término, la guerra de Ucrania es una apuesta de la élite globalista, es decir, una aventura militar de los enemigos personales y acérrimos de Trump. Miles de millones de dólares se han despilfarrado por vías muy oscuras, que van desde el blanqueo de capitales hasta el tráfico de armas y órganos, pasando por el desarrollo clandestino de patógenos de altísimo riesgo. Quizá descubramos pronto muy curiosas novedades acerca del régimen de Kíev, los laboratorios occidentales y los coronavirus. En estos negocios está implicado buena parte del establishment demócrata y republicano, una oportunidad de oro para Trump de ajustar cuentas con quienes no ahorraron ningún medio para acabar con él.
La tercera causa es Europa, ese conjunto de Estados decadentes, en marcado suicidio demográfico, político y económico, dirigido por unos burócratas adiestrados en la obediencia ciega a Washington: jamás había caído tan bajo el nivel de la clase rectora en nuestro continente. Frente a esta patulea despreciable de fámulos y lacayos, Trump sólo alberga un justo desprecio. El del amo por sus esclavos. Y esto se evidenció en los tratos directos de la Casa Blanca con el Kremlin, ignorando con sorna a sus «socios» europeos, tan insignificantes como viles. Los siervos, como mucho, pueden aconsejar, pero jamás toman decisiones. Lo suyo es obedecer. Trump se lo ha recordado.
Lo que vimos el otro día fue una ejecución en la plaza pública. Zelenski salió muerto en vida del Despacho Oval. Pero no fue el único «nominado» en el show. Las campanas también doblan por «Uropa».
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