Una exposición se ceba con los europeos de África

“Apartheid”: el tópico a modo de pretexto

La muestra “Apartheid, el espejo surafricano”, organizada en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), no es inocente. Moviéndose entre el documento etnológico, la crítica histórica, la mordacidad y el partidismo ideológico, persigue tan sólo convencer al visitante de que cualquier acción realizada por los europeos de África fue brutal. Esa mezquindad la quiso ver el fotógrafo David Goldblatt (1930) incluso en los rostros de sus compatriotas durante la celebración del medio siglo de existencia del afrikáner Nasionale Party en 1964, que, por cierto, en todas las elecciones de la época del apartheid, se alzó con la victoria.

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JOSEP CARLES LAÍNEZ
 
Otros fotógrafos posteriores siguieron con la malsana costumbre de retratar rostros de europeos de África atendiendo tan sólo a sus malformaciones físicas o a su fealdad extrema. Pero obrar por analogía (y encima con conceptos morales) nunca fue demostración científica de nada.
 
Evidentemente, hay recordatorios imprescindibles, como la inhumana costumbre, que se extendió hasta la fecha tan cercana de 1931, de los zoos humanos. Numerosas caravanas recorrían ciudades o pueblos mostrando individuos, o familias completas, de etnias no europeas. Así, tuaregs, mapuches, samoanos, lapones, nubios… fueron exhibidos por diversos países (Francia o Alemania) desde el último tercio del siglo XIX, atrayendo a un público ávido de conocer lo extraño. La crítica o la distancia con tal forma de actuar habría de ser general, pero también es cierto que juzgar con nuestras categorías las acciones de nuestros antepasados no es siempre el mejor modo de comprenderlos.
 
No obstante, llega un momento en que el tratamiento del apartheid por el comisario de la exposición se hace ofensivo, y no en lo referido a Suráfrica. De hecho, el mismo título nos pone en prevención: “Apartheid, el espejo surafricano”. ¿Quién se mira en ese espejo? Nos contesta la (por otro lado, sugestivísima) escultora de Johannesburgo Jane Alexander (1959) en su obra más polémica y oportunista, Seguridad con tráfico (control de llegadas), expuesta en el patio del CCCB, donde “reflexiona” sobre la valla de la frontera de Melilla. Nos viene a decir, en pocas palabras, que si el apartheid es un espejo, somos los españoles del siglo XXI los que seguimos manteniendo el apartheid en África. Buena manera, pues, de retratarnos. Sin embargo, ni el CCCB, ni el comisario, ni los patrocinadores parecen haberse dado cuenta de este pequeño detalle, de esa “instalación” tan vil, de esa exhibición de los españoles como los negreros del siglo XXI.
 
Antirracismo, ¿contra quién?
 
La muestra, no obstante, ofrece un amplio recorrido por el arte surafricano del siglo XX y parte del XXI, pues hay obras creadas ex profeso para esta exposición. Como es de esperar, la política del apartheid sigue empapando a los artistas, incluso a los más jóvenes, a pesar de estar ya finiquitada y sus antiguos beneficiarios del todo proscritos, como ya denunció hace unos días este mismo diario.
 
Resulta lamentable que al hablar de racismo sólo se piense en el ejercido por los europeos. Nadie, sin embargo, alude al racismo indígena frente a los mestizos, en la “feliz” Bolivia actual de Evo Morales; del racismo negro frente al blanco, en el Zimbabue (antigua Rodesia) de Robert Mugabe; en el racismo mulato frente al negro, en Haití o la República Dominicana; en el racismo árabe frente al negro, en Sudán, Chad o Mauritania… No, éstos parecen no importar. Tan sólo se ha de seguir culpando al europeo por lo que, desgraciadamente, es una constante humana.
 
Pero a diferencia de los logros, aún por ver, de los países citados (todos tercermundistas) la cuestión es objetiva: en 1967, Christiaan Barnard (1922-2001) realizó en Ciudad del Cabo el primer trasplante de corazón de la historia. Hoy día, la inseguridad y la corrupción han convertido a Suráfrica en uno de los destinos más peligrosos en el mundo y, económicamente, lo han situado en la cuesta abajo respecto a prosperidad. La recomendación dada a las diplomáticas en visita al país de llevar siempre un botiquín de primeros auxilios ante una eventual agresión sexual indica de qué estamos hablando.
 
No podemos alabar una política segregacionista basada en el color de la piel y que, además, era tan absurda (los japoneses tenían el estatus de “blancos honorarios”), pero tampoco es sano seguir ensañándose, de modo indefinido, contra quienes sólo deseaban vivir en paz en las tierras de sus antepasados. Cuando aquel pastor gritó con orgullo Ik ben een Afrikaner!, una nueva nación de Europa había surgido en el horizonte. ¿La hemos ahora de abandonar?

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