En Arturo Schopenhauer (1788-1860) toda su filosofía se apoya en Kant y forma parte del idealismo alemán, pero lo novedoso es que sostiene dos rasgos existenciales que se oponen al mismo: es un pesimista y no es un profesor a sueldo del Estado. Esto último deslumbró a Nietzsche.
Hijo de un gran comerciante de Danzig, su posición acomodada lo liberó de las dos servidumbres de su época para los filósofos: la teología protestante o la docencia privada. Se educó a través de sus largas estancias en Inglaterra, Francia e Italia (Venecia). Su apetito sensual, que lo tenía en grado sumo,luchó siempre con la serena reflexión filosófica. Su soltería y su misoginia nos recuerdan el tango: “En mi vida tuve muchas minas, pero nunca una mujer”. En una palabra, conoció la hembra, pero no a la mujer.
Ingresa en la Universidad de Gotinga donde estudia medicina, luego frecuenta a Goethe, sigue cursos en Berlín con Fichte y se doctora en Jena con una tesis sobre La cuádruple raíz del principio de razón suficiente en 1813.
En 1819 publica su principal obra El mundo como voluntad y representación y toda su producción posterior no va ha ser sino un comentario aumentado y corregido de ella. Nunca se retractó de nada ni nunca cambió. Obras como La voluntad en la naturaleza (1836), Libertad de la voluntad (1838), Los dos problemas fundamentales de la ética (1841) son simples escolios a su única obra principal.
Sobre él ha afirmado el genial Castellani: “Schopen es malo, pero simpático. No fue católico por mera casualidad. Y fue lástima porque tenía ala calderoniana y graciana, a quienes tradujo. Pero fue “antiprotestante” al máximo, como Nietzsche, lo cual en nuestra opinión no es poco…Tuvo dos fallas: fue el primer filósofo existencial sin ser teólogo, y quiso reducir a la filosofía aquello que pertenece a la teología” .
En 1844 reedita su trabajo cumbre, aunque no se habían vendido aún los ejemplares de su primera edición, duplicándose con los agregados la extensión de la edición original. Nueve años antes de su muerte publica dos tomos pequeños: Parerga y Parilepómena,ensayos de acceso popular donde trata de los más diversos temas, que tienen muy poco que ver con su obra principal, pero que le dan una cierta popularidad al ser los más leídos de sus libros. Al final de sus días Schopenhauer gozó del reconocimiento que tanto buscó y que le fue esquivo.
Schopenhauer siguió varios años los cursos de Fichte en Berlín, reconociendo ambos que el mérito indiscutible de la crítica kantiana de la razón es haber establecido, de una vez por todas, que los entes, el mundo de las cosas que percibimos por los sentidos y reproducimos en el espíritu, no es el mundo en sí, sino nuestro mundo, un producto de nuestra organización psicofísica.
Como observa Silvio Maresca, “ante sus ojos [los de Schopenhauer], el romanticismo filosófico y el idealismo de Fichte y Hegel que sucedieron casi enseguida a la filosofía kantiana, constituían una tergiversación de ésta. ¿Por qué? Porque abolían lo que, según él, era el principio fundamental: la distinción entre los fenómenos y la cosa en sí”.
Fichte va a sostener que el no-yo (los entes exteriores) surgen legalmente en el yo, pero sin fundamento. No existe una cosa en sí. El mundo sensible es una realidad empírica que está de pie ahí. La ciencia de la naturaleza es necesariamente materialista. Schopenhauer es materialista, pero va a afirmar: “Toda la imagen materialista del mundo es sólo representación, no cosa en sí”. Rechaza la tesis que todo el mundo fenoménico sea calificado como un producto de la actividad inconsciente del yo. “¿Qué es este mundo además de mi representación?”, se pregunta. Y responde que se debe partir del hombre que es lo dado y de lo más íntimo de él, y eso debe ser a su vez lo más íntimo del mundo y esto es la voluntad.
La voluntad es, hablando en kantiano “la cosa en sí”, ese afán infinito que nunca termina de satisfacerse, es “el vivir” que va siempre al encuentro de nuevos problemas. Es infatigable e inextinguible.