El chico joven vasco ese...

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 Apunte de la realidad misma.

En el supermercado de la esquina, ante la sección de congelados, charlan un matrimonio y un amigo de su misma edad (provecta, no avanzada) con el que acaban de encontrarse.

-No lo veremos, porque nos iremos antes, pero esto tiene mal remedio. Lo más seguro es que no haya quien lo arregle -dice el caballero que va acompañado de su esposa.
-A mí me ha defraudado mucho Rajoy -contesta el “old single”.
-¡Y a mí Rubalcaba! Es que no hacen nada, oye… ¿Cómo se pueden decir tantas tonterías, con lo grave que es la situación.
-Y lo malo es que mires donde mires… Nada.
-Mi mujer tienes esperanzas en el chico joven vasco ese…
-Sí parece majo.
-Lo que hace falta es que no le pongan zancadillas y pueda decir lo que piensa y cuál es su propuesta.
 
La señora sonríe, entre complacida y resignada. No le han dejado meter palabra en la conversación, pero tanto su marido como el otro caballero parecen estimar mucho sus opiniones. Eso le parece más que suficiente.
 
Los dejo charla que charla y voy directo a por las galletas rellenas de chocolate. ¿Quién será “el chico joven vasco ese”, posible candidato a salvador de la crisis y, ya puesto a milagros, de la patria?
 
No tengo pajolera idea sobre la identidad del “chico joven vasco ese”, pero de una cosa estoy convencido: ni él ni ningún otro van a irrumpir en la vida pública con un programa incontestable, movilizar a la sociedad y resolver la crisis política, moral y económica en la que estamos ya casi acostumbrados a vivir. No hay un redentor. Se acabaron los líderes que arrasan en las urnas y dan un puñetazo sobre la mesa de su despacho oficial. El discurso de “esto lo arreglaba yo en dos patadas” no sirve hoy para nada, acaso para hacer el ridículo.
 
Hubo un caudillo y se murió hace casi cuarenta años. Hubo dirigentes de masas en la izquierda y en la derecha, y han pasado a mejor vida o viven el retiro dorado de las viejas glorias (lo que también es una forma elegante y discreta de pasar a mejor vida). No hay un Gil para Marbella, un Anguita para Córdoba ni un Pujol para Cataluña, a menos que el tal Pujol se llame Oriol y sepa de números más que de vergüenza. Ni siquiera hay un Gordillo para Marinaleda, y de eso se van a enterar en el simpático pueblo andaluz en cuanto el alcalde acabe de recuperarse de su última crisis de ansiedad. Definitivamente, no quedan adalides con voluntad y capacidad de echarse a la espalda las tribulaciones colectivas. No sé si el aliento de los héroes es muy necesario, pero sin duda lo echamos de menos.
 
Por primera vez en su historia contemporánea, España ha quedado sin el César, huérfana de dirigentes. Lo cual era bastante previsible porque la función de un dirigente es “conducir” a la ciudadanía en pos de un objetivo común. ¿Alguien sabe, con mayor o menor precisión, hacia dónde se encamina nuestra sociedad? Si somos incapaces de ponernos de acuerdo para señalar los motivos que desencadenaron el presente, cuánto menos para vislumbrar siquiera la puerta de salida. Si es que la hubiera.
 
Por primera vez en dos siglos, el pueblo español está solo. Más solo que nunca y más fragmentado que nunca. Y nunca hemos tenido tan poca identidad y tanta necesidad de ella, pues parece que la historia nos condena a encararnos con nosotros mismos, nuestro destino y razón de ser en el futuro. Ya decía Xabier Zubiri, hace muchísimo tiempo, que “la historia es una voluntad de ser”; esa misma voluntad que hemos menospreciado, ridiculizado, vituperado como una rémora de pasadas épocas imperiales, franquistas, “fascistas”. La misma que hemos delegado en nuestros políticos para que “se ganen el sueldo“. Resultado: a estas alturas, ni nos fiamos de los políticos ni confiamos en nosotros ni hay valedor de la patria al que recurrir.
 
Y lo peor: no es que estemos solos ante a la crisis, es que estamos solos con nosotros mismos.
 
“El chico joven vasco ese”, en el caso de que exista, me parece a mí que lo va a tener difícil. 

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