No suelo emocionarme con frecuencia. La última vez, que yo recuerde, fue en 1998, con ocasión de la final del campeonato del mundo de fútbol entre Francia y Brasil. Ingenuo de mí, había quedado con unos amigos en un bar para ver el partido mientras tomábamos unas cervezas. La ceremonia previa al encuentro me arrolló, sentimentalmente hablando: cien mil franceses puestos en pie, en el estadio, entonando La Marsellesa con un entusiamo admirable; los jugadores abrazados en el campo, haciendo lo propio. Las lágrimas me brotaron incontenibles. A un servidor, qué quieren que les diga, siempre le ha emocionado mucho La Marsellesa. Cada vez que veo Casablanca, la escena en el bar, cuando los empleados y clientes de Rick´s replican a los oficiales alemanes en tono coral... en fin: lo dicho. La música, o es sentimiento y expresión del alma, o no es nada.
También me emociona Verdi, de vez en cuanto.