El manifiesto del 23 de junio

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No vivimos en un país normal. No es normal que nuestra constitución señale como idioma oficial de la nación una lengua que no existe, el castellano, a la que en todo el mundo se conoce como español menos en España.

No es normal que un idioma que se habla en los cinco continentes y que después del inglés es el más usado internacionalmente, viera resumida su denominación con aviesa cicatería, esqueletizada hasta el raquítico “castellano” cuando cualquier persona de medianos conocimientos sabe que el español es el resultado de aquella vieja venerable lengua de Castilla más las innumerables aportaciones de los americanismos, arabismos, andalucismos, galicismos, barbarismos de toda índole y por supuesto las influencias de las demás lenguas romance que se hablan en la península ibérica.

No es normal que este disparate se produjera y consagrara en el texto legal decisivo de nuestro ordenamiento jurídico en atención a la voracidad de una clase política anclada en privilegios territoriales, sin ninguna vinculación con los intereses reales y menos aún los derechos de los ciudadanos habitantes en dichas demarcaciones geográficas.

No es normal que ahora, al cabo de los treinta años de haberse aprobado aquella constitución, un grupo de intelectuales de procedencia tan dispar como Vargas Llosa, Savater, Castilla del Pino o Luis Alberto de Cuenca sientan la necesidad moral y asuman la responsabilidad social de denunciar cómo esas mismas castas regionales, atrincheradas en una legislación absurda que a fuerza de decretos crea conflictos donde no los hay, estén consiguiendo arrinconar al “castellano” como lengua de uso oficial y en los ámbitos de la educación, con claras intenciones de erradicarlo totalmente de la vida social; lo que de por sí, amén de constituir un crimen contra la cultura de los pueblos y ser una cruel felonía, resulta completamente imposible.

Nada de esto es normal. El manifiesto del 23 de junio aspira en todo caso a recuperar la normalidad en el uso de los idiomas arraigados en España, es decir, al imperio -que debería ser normal -, de la cordura, el sentido común, la igualdad de derechos entre los ciudadanos y la estima de nuestra propia cultura, la cual transciende en todo el planeta, menos en España, a aquellos míseros horizontes autonómicos que los políticos guarecidos en conceptos cortijanos aceptan como única legítima.

Pero como el empeño es normal, coherente, razonable y pleno de lógica, ya verán como no prospera. Nada normal puede avanzar en la conciencia de una nación que hace mucho tiempo dejó de ser normal.

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Texto del manifiesto

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