El habal estaba lleno de habas. Había trabajo para todo el mundo, españoles e inmigrantes; cada día se firmaban miles de hipotecas por la adquisición de viviendas a unos precios astronómicos que al parecer todos estaban en condiciones de pagar, al menos eso creían los bancos, y oigan: si los bancos dan crédito sus buenas razones tienen, que con las cosas del dinero no juegan esos señores precisamente. El consumo estaba por las nubes, pues a mucho circulante en manos del ciudadano, mucho gasto. Alegría. Coche nuevo y moto para el niño y la niña, de paso helado de piña, monovolumen con navegador y siete airbags, ropa de Springfield como poco y vacaciones en Eurodisney para toda la familia. Una casa sin conexión a Internet, TV digital, Wii & Playstation, PDA´s, Ipod´s y emepetreses a demanda y siete u ocho teléfonos celulares, ni era casa ni era nada. Las facturas se pagaban con toda holgura y esto parecía la fiesta de fin de curso, aunque algunos agoreros la calificaban como jolgorio paroxístico previo al fin del mundo.
DE buenas a primeras como suele decirse, o sea, de la noche a la mañana como también suele decirse, se acabaron las habas. ¿Dónde están? Sabios economistas y estudiosos de las crisis cíclicas del capitalismo coinciden en la desoladora respuesta: NPI. Se acabó el pelotazo inmobiliario porque sí, las hipotecas se han encarecido hasta el desahucio, el precio del combustible tiene al transporte y sectores básicos de la producción en pie de guerra, los precios en general camino llevan de salirse de la tabla estadística, el desempleo acrece semana a semana y nadie tiene un duro (perdón, un euro), y el que lo tiene lo guarda como si tuviese que durar para toda la vida. Preguntado el ministro español del ramo sobre qué piensa hacer el Gobierno ante esta situación, su respuesta fue inmediata y rotunda: «No vamos a forzar medidas artificiales que desestabilicen más aún el mercado». Estupendo. Si los socialistas en el poder no se atreven a ´tocar´ el sagrado mercado, no sé yo quién pondrá al gato la media docena de cascabeles que han dejado de sonarle.
EL subsecretario de defensa de los Estados Unidos fue más explícito hace unos días: «La comunidad internacional y especialmente los países desarrollados deben ser conscientes de que el enorme esfuerzo que representa mantener la estabilidad y la paz mundiales tarde o temprano repercutirá en las economías locales». Más claro, el agua. Aunque quizás sí pueda decirse con menos circunloquio: Los Estados Unidos invadieron Irak para controlar el petróleo de Oriente Medio y ahora que el grifo está en sus manos no hay otra: hay que pagar la guerra a escote. ¿Por qué? Porque los Estados Unidos son un país que vive en permanente estado de guerra contra el resto de la humanidad, es su modo de vida, su razón de ser, la base de su sistema económico y su principal industria. Ellos hacen la guerra y entre todos los demás pueblos del mundo abonamos la factura, nos guste o no. Los tiranos de Arabia y el mameluco de Hugo Chávez nunca se han visto en otra. Les ha salido un socio más avaricioso que ellos. Sacan pecho en favor de los productores de petróleo aunque saben que sin los intereses estadounidenses de por medio seguirían pintando lo mismo que ayer en el concierto de las naciones: lo que un indio en una película de romanos.
OTRA muy buena explicación fue la del ministro francés de finanzas, Thierry Breton, quien justificaba el recorte del 2% en las previsiones de crecimiento para su país en 2008 por el «esfuerzo añadido» que supone competir con las pujantes economías china e hindú. O sea, que a chinos e hindúes hay que pararles los pies porque en caso contrario se comen el mercado internacional en lustro y medio, ellos solitos. Como aquellos países son muy grandes pero no tienen petróleo, he aquí la fórmula mágica: el barril sube de 42 a 130 dólares en un año, y con previsiones de alcanzar los 200 en año y medio. Que se fastidien los chinos y los del turbante, que pongan freno a su desarrollo y, de paso, que se joda el planeta entero. A ellos qué más les da, si siempre ganan. Pregunten a algún banco cómo van de pérdidas. A lo mejor pierden algo, concretamente tiempo: dos segundos en descojonarse de la risa.
TOTAL, que hay que pagar unas cuantas guerras pasadas y alguna que está en agenda, y hay que detener el imparable ascenso de las economías orientales bajo cuya prosperidad va medrando la tercera parte del género humano. Porque no crean: todos los continentes no son como África. A la tierra de los negritos se envían ONG´s para convencerles de que no produzcan demasiado y usen preservativo en las relaciones sexuales y ya los tenemos contentos. Los chinos y los hindúes parece que han salido más espabilados. Y competir con ellos tiene un precio que usted, amable lector, su cuñada, mis primos los de Valencia y un servidor mismo tenemos que satisfacer solidariamente.
¿Nuestro Gobierno? Tan a sosiego, faltaría más. Dentro de tres meses la crisis será mundial y podrán encogerse de hombros con la autosatisfacción de los inmaculados ineptos: «La cosa no va con nosotros ni tenemos nada que ver en este lío, caballeros; los nuestro son las bodas homosexuales, la paridad, los miembros y miembras, los estatuts y el ombligo cuadrado de los sapos manchegos; las catástrofes económicas y lo que pueda hacerse al respecto son asuntos que competen a altísimas instancias muy lejos de nuestra influencia; y además la culpa de todo, sospechamos, la tiene el franquismo». Y a gobernar que son dos días.
HABÍA habas en habal pero eran habas contadas. Ahora, ni eso. Para la próxima guerra del imperio, que tendrá lugar en Irán, Dios mediante y si el tiempo no lo impide, podrían usar de munición películas de Woody Allen, que no matan pero desalientan mucho. Y son más baratas que las ´weapons of mass destruction´, aunque eso sí, menos espectaculares.
Así es el mundo, así marcha y así lo hemos contado.