Bendita ignorancia

Compartir en:

 No nos hace libres pero nos excusa de la responsabilidad, porque nuestra ignorancia siempre es invencible y por tanto liberadora. Al que no sabe no se le pueden pedir cuentas. Por eso la cabal ignorancia tiene un valor extraordinario en nuestra sociedad ultrainformada, globalizada y tecnológicamente saciada de comunicación. Lo primero es lo primero, y no saber es antídoto perfecto contra la evidencia de nuestro desinterés culpable en todo cuanto afecte a la vida del prójimo. La hipoteca, el fútbol y las zozobras de los concursante en Operación Triunfo tienen demasiado atareado al personal como para encima preocuparse por asuntos tan vagos como la lbertad, la justicia o el decoro ético -no digamos estético -, en un mundo donde el valor supremo de las personas se mide por la cantidad de reparaciones con silicona que puedan echarse al alma. "No sabíamos, cómo íbamos a imaginar, siempre se llevaron bien y nunca dieron motivos para pensar que esta tragedia podía suceder", afirman siempre los vecinos de las mujeres asesinadas por sus parejas (o los hombres, para el caso lo mismo da, aunque la estadística aconseje el femenino como género más problable en el victimario). Nadie sabe nada, nunca.

La joven Natascha Kampusch estuvo ocho años secuestrada en Austria, vivió con su captor (al que llamaba amo), en un coqueto chalecito donde todo el mundo podía verlos juntos: la mamá de la niña tomaba de vez en cuando café con el secuestrador, el padre había tenido negocios con él... pero nadie sabía nada y nadie hizo nada y mucho menos dijo nada hasta que la joven se plantó ante una cámara de TV para hacerse famosa. Nada, pelillos a la mar.

Otro austríaco, Josef Fritzl, mantuvo cautivos en un espacioso zulo a su hija e hijos-nietos por una amena temporada: 24 años. Nadie se dio cuenta, ni la mujer del "mosntruo" ni sus familiares, amigos, conocidos, inquilinos, compañeros de trabajo, vecinos... en veinticuatro años nadie supo nada ni imaginó que el subsuelo de la casa de Fritzl era una mazmorra donde vivían sometidos al horror su hija y todas las criaturas que le iba haciendo regularmente. Nadie vio nada raro, nada sospechoso, no oyeron ni notaron nada fuera de lo normal. Fritlz era -es -, un monstruo, pero la gente de su entorno y las autoridades y servicios sociales de su localidad, francamente, vivían en una monstruosa inopia.

La ignorancia de un juez de Sevilla sobre la obligación de meter entre rejas a un pederasta se pagó con la vida de la niña Mari Luz, en Huelva. La inopia de una juez en Motril (Granada), acerca de su obligación de excarcelar a un inocente, deparó dieciocho meses de prisión a un infeliz drogata, delincuente de poca monta. Todo el mundo puede aspirar a la ignorancia como método de escurrir el bulto, como por ejemplo nuestro ministro de justicia, quien preguntado por la urgente actualización en medios y métodos de la administración de justicia, echó la culpa de estas calamidades... al franquismo. "Heredamos una Justicia raquítica de un sistema no democrático; las cosas han cambiado mucho pero no es suficiente", afirmó. Cojonudo. El ministro de justicia ignora que don Francisco murió hace treinta dos años y seis meses. Tiempo ha habido de hacer algo y de gastar dinerillo en obras menores, como por ejemplo adecentarse su propia vivienda. Pero eso él no lo sabe, ni siquiera la cuantía de la factura, de modo que nada... bendita inocencia. También ha dicho el ministro que para evitar futuros casos similares va a crearse un registro central de penados y rebeldes. Lo que les digo, inocencia completa e incontestable. El ministro no sabe que dicho registro existe desde tiempos de Luis Candelas, y funciona muy bien por cierto. Pero bueno, si le hace ilusión pensar que la idea es suya para qué vamos a sacar al hombre del error. Que siga en la ignorancia que es donde más a gusto se está.

Todo el mundo en Coslada conocía las actividades de la mafia policial: los vecinos normales y corrientes, los dueños de establecimientos públicos, los proxenetas de los burdeles, las putas, los yonkis y las verduleras de la plaza de abastos. Pero el alcalde y el concejal de seguridad ciudadana (tiene bemoles lo de seguridad), no sabían nada. Nada de nada. Cuatro rumores, dos o tres chismes... nada en concreto. Qué iban a hacer ellos. Lo que hicieron, evidentemente. Nada.

No le den más vueltas. Ya dijo Mao Tze Dong que “sólo el que hace nada no se equivoca nunca”. Es lo suyo, qué caramba. Tal como se está poniendo de difícil la vida en el planeta, lo mejor es no saber y no hacer nada. Allá cada cual con lo suyo. Esperemos mejores tiempos y, por supuesto, recemos para que no nos pase nada.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar