Al enemigo ni agua

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No tienen remedio. El asesinato de Benazir Butho a 12 días de unas elecciones que vaya usted a saber para qué iban a servir pone en evidencia una vez más que la democracia y sus formas (porque eso es básicamente la democracia, una cuestión de formas), resulta tan imposible y peregrina en un país fanáticamente islámico como nutrir de cubertería de plata a una tribu de caníbales. Primun vívere, deínde philosophare, decía la sentencia latina con toda la razón del mundo. Hablar de libertad, derechos humanos y representación parlamentaria de la voluntad ciudadana en una sociedad subrayada por la ignorancia y la brutalidad, es casi una mala broma. Primero habría que enseñar a esos bestias de Al Qaeda y sus incondicionales pakistaníes la diferencia entre una persona viva y un cadáver cuarteado, y que llegaran a entender que la dignidad del ser humano y la decencia de cualquier ideal o religión señalan la diferencia entre una realidad y otra, y baldonan irreparablemente al asesino que ordena la matanza y al sicario fanático que la ejecuta. Cuando comprendieran ideas tan sencillas, y tan asimiladas por cualquier civilización digna de ese nombre, podría quizás empezar a hablarse de democracia para esos pueblos; y de alianza de civilizaciones, por supuesto.

Para qué vamos a engañarnos. No hay más que visitar la web de la tan buenista alianza, auspiciada entre otros organismos por nuestro Ministerio de Exteriores, para comprobar que los participantes islámicos son la excepción en su ámbito cultural y político, personas bienintencionadas que hablan en nombre propio porque no pueden hacerlo en representación de nadie más, esas masas islámicas cada vez más radicalizadas, más enfangadas en el integrismo, la poderosa droga de una religión donde toda gloria es muerte y lo que no es muerte es blasfemia que ofende a su dios de la muerte. Con esa gente no se puede.

¿Democracia? Sí, para los demócratas y para quienes anhelan, cuanto menos, aprender los pulcros usos de esta forma de gobierno. Si a los lapidadores de mujeres, los cortadores de cabezas y los terroristas de Alá les ofrecemos una cándida parodia de democracia en vez de argumentos más rotundos, y les abrimos todas las puertas esperando que se comporten como gente educada y no degüellen a la esposa del anfitrión por lucir escote, estaremos perdiendo la guerra desde el mismo principio.

¿A qué guerra me refiero? A la grande, devastadora, posiblemente definitiva. La guerra mundial -no sé si tercera o cuarta -, que empezó hace ya unos cuantos años. En esa guerra, y me disculpen la grueso de la afirmación pero en ella creo, al enemigo no se le puede tender la mano para ver si lleva un voto o un cuchillo. Al enemigo, en estas condiciones, ni agua.

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