Ibarreche

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Juan José Ibarreche es hombre sobrio, moderado, trabajador, madrugador, de inclinación atlético-ascética a través del ciclismo. Su biografía oficial lo retrata como alguien "discreto y sencillo", con dos hijas a las que "le une una gran devoción" y, por si acaso alguien pensaba que era persona de moralidad equívoca y dada, por ejemplo, a francachelas, el Gobierno vasco deja muy claro que dedica sus horas de ocio hebdomadario "a dar largos paseos por el monte" y "a leer novelas históricas en el recogimiento familiar".
 
Esto último es lo único que sorprende en un señor de vida tan kantiana, tan regida por metrónomo: en efecto, uno empieza por leer "Sinuhé, el egipcio" o por merendarse mil páginas mentirosas sobre Alejandro Magno y luego pasa lo que tiene que pasar, que hay algo que se reblandece en el cerebro y que el hombre racional empieza a enhebrar calenturientas fantasías, como le pasó a un cierto hidalgo manchego que, sin embargo, tuvo la cortesía de volver a la cordura antes de morir. Hay mucha controversia en torno a la inclinación de Ibarretxe por el vegetarianismo, afición que podría explicar muchas cosas y que -por vivir en tierra maternal con la cocina- nos lleva a una cierta compasión. Ibarretxe también se declara "católico no practicante". Pero católico, eh.
 
Frente a la frugalidad de Ibarretxe, de nefasta repercusión política, casi nos veríamos inclinados a alabar a ese benéfico Churchill que fumaba habanos como bates de béisbol y sorprendía al doctor Moran con su voracidad. Quizá su humanidad transigente le hizo a Churchill sabio respecto de la política como pragmatismo en positivo, en tanto que Ibarretxe sólo sabe soñar en totalitario. Hace diez años afirmó que aún seguía yendo en bicicleta con "los Fernández y los Sánchez", y todavía anda en el empeño de que el vino de la rioja alavesa no sea un vino español.
 
Quizá el estimable don del sentido del ridículo debería haber enviado ya a Ibarreche a su agrupación ciclista allá en Llodio, al menos tras fracasar un ´plan Ibarreche´ en el que sólo creía él. Las veces que uno ha visto a Ibarreche ha tenido la sensación de estar ante un hombre de lógica toscamente mecánica que -de pronto- comienza a perder pie en la realidad y no hay quien le baje. Su concepción de lealtad institucional es no hacerle un corte de mangas al rey cuando visita el País Vasco, su concepción de diálogo incluye a los batasunos pero suele no incluir a los demás, su nacionalismo es tan patrimonial como el de todo el PNV, y con cualquier gobierno de la Nación, él sigue jugando a ´soka-tira´, ahora mismo con la ideación de un referéndum. Ocho años en el poder han multiplicado la metástasis moral de aquella tierra. El PNV es tan voraz que engulle a sus hijos e Ibarreche terminará en el desguace de todos los lehendakaris pero para entonces habrá sido el más dañino.

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