La peligrosa intolerancia del nacionalismo catalán

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Los escritores catalanes que escriben en español, entre quienes figuran Juan Marsé, Eduardo Mendoza y Enrique Vila-Matas, fueron obligados por las fanáticas fuerzas políticas nacionalistas catalanas a replegarse y a no aceptar por dignidad la tardía invitación de las autoridades locales para que asistieran a la Feria del Libro de Frankfort, dedicada especialmente en esta ocasión a esa cultura, en un nuevo lamentable episodio de la intolerancia creciente que reina en Europa al calor de regionalismos y tribalismos ciegos.

Bélgica está al borde de la escisión entre francohablantes y flamencos, que se dan la espalda y se atacan verbalmente, pero ya antes varios países europeos se han fragmentado en las últimas décadas como ocurrió con Yugoeslavia y Checoeslovaquia y podría ocurrir en un día no lejano en España, amenazada ya como país por las tenaces reivindicaciones de los nacionalistas vascos, catalanes, gallegos y andaluces.

Cosas que no se veían hace tiempo en España, como disturbios violentos en el país vasco o la quema en Cataluña de las imágenes de los reyes Juan Carlos y Sofía, e incluso hasta del lejano rey Felipe V, muestran hasta dónde está llegando la tensión regionalista, a la que se oponen también con virulencia los defensores no menos fanáticos de una España unida ancestral, autoritaria y castellana.

Hace una semana la gran escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, que vive hace tres décadas en Barcelona, fue expulsada de Radio Cataluña, donde trabajaba, por el delito de hablar en español, después de lo cual centenares de personalidades encabezadas por Mario Vargas Llosa y Mario Benedetti respondieron firmando una carta de apoyo irrestricto y una crítica a la "policía lingüística" de las autoridades catalanas.

En la calle, entre las nuevas generaciones se siente con inquietud cómo crece el odio de los nacionalistas catalanes por quienes hablan español: dicen que ellos no son España y que los "españoles" deben
hablar la lengua catalana o irse de esa bella región que antes fue faro de libertad y sinónimo de cultura, cosmopolitismo y tolerancia.
Recordemos que El Quijote de la Mancha llegó en ficción a Barcelona y vivió allí inolvidables y últimas peripecias para regocijo del lector.

A la expulsión de la escritora Peri Rossi se añaden los problemas que encuentran ahora los padres de familia que quieren educar a sus hijos en español, pues en las escuelas obligan a los niños a hablar y estudiar en esa lengua, como ocurre también en las universidades. Los niños que hablan español son discriminados y amenazados con expulsión, por lo que muchos padres han optado por irse y "exiliarse" en otras regiones del país. En la famosa película "El albergue español", en un guiño burlesco al fanatismo lingüístico, una estudiante alemana que llega a Barcelona a estudiar con una beca europea reclama porque las clases son en catalán y no entiende nada, y el profesor catalán, autoritario y déspota, le responde que "si quiere estudiar en español, debe irse a España".

Ya puede uno imaginarse lo mal que la pasan ahora los nuevos "sudacas" peruanos, colombianos y ecuatorianos que han inmigrado en la última década a Cataluña, pues si hace tiempo ya había animadversión contra los "sudacas" argentinos y uruguayos, mucho mayor debe ser ahora la intolerancia cuando al color de la piel indígena se aúna el pecado de hablar la lengua de Cervantes que les dejaron los conquistadores.

Barcelona es una ciudad entrañable. En los siglos XIX y XX fue un vivero de libertarios. El extraordinario arquitecto Gaudí creó con el parque Güell, la Iglesia de la Sagrada Familia y varias casas de sueño unas de las obras más notables y excéntricas. Cuando sucedían la guerra civil y la dictadura franquista, en sus calles y cafés reinaron hombres de pensamiento que luchaban por la tolerancia y la libertad sin límites.

La ciudad ha sido a lo largo de los siglos, y en especial en el siglo XX, uno de los centros editoriales y artísticos más importantes de todo el ámbito iberoamericano y europeo. De ahí vienen nada menos que estas tres figuras cosmopolitas y claves del siglo XX: Picasso, Dalí y Pau Casals. Ahora ellos deben estar retorciéndose en sus tumbas.

Todos le debemos a esa ciudad la traducción y edición en castellano y catalán de los libros más significativos de la cultura mundial. Allí reinaron los círculos literarios más agudos y en sus cenáculos se fraguó el gran "boom" de la novela latinoamericana. Grandes editores como Díez Canedo, Barral, Tusquets, Herralde, Grijalbo y tantos otros surgieron en ese puerto extraordinario. Los latinoamericanos hemos viajado allí decenas y decenas de veces para compartir en la torre de babel de sus bares, restaurantes y tabernas. Hemos escuchado con emoción a Juan Manuel Serrat, María del Mar Bonet, Luis Llach, Raimón y otros cantantes en cuyas creaciones se luchaba por la libertad, el amor, la tolerancia al prójimo viniera de donde viniera. Todos hemos leído emocionados una obra tan extraordinaria como "La Plaza del diamante" de Mercé Rodoreada o las obras de poetas o autores tan notables como Jaime Gil de Biedma, Juan Goytisolo o Pere Gimferrer. No hay un solo escritor latinoamericano que no haya sido feliz y haya amado alguna vez en Barcelona caminando por las ramblas.

Por eso da tanta tristeza saber que a comienzos del siglo XXI ese espacio necesario de libertad que ha reinado desde siempre en Cataluña se ha trastocado en la dictadura de unos politiqueros obtusos que pescan en río revuelto y llevan a pensadores y escritores a ser cómplices de la intolerancia y de la "policía lingüística". No es posible que ellos repitan los errores de la dictadura franquista y cierren la alegría de la fiesta cosmopolita para cambiarla por una peligrosa intolerancia dominada por brutos y tontarrones xenófobos. De esa manera comenzaron los nazis contra los hijos de Israel que nacieron y habitaban desde siempre en Alemania.


Los españoles de Cataluña, hijos de esforzados inmigrantes de otras regiones ibéricas que vinieron a ayudar al progreso de esa tierra con su sudor, tienen todo el derecho a ser catalanes. El catalán existe y existirá porque es una bella lengua que produce una cultura notable. Por eso no necesita cerrarse y vestirse con el disfraz del inquisidor o el policía. Por el contrario, el catalán debería dar el ejemplo y abrirse en vez de encerrarse y producir cadenas de silencio y miedo.

 

 

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