La Corona: un debate urgente

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Lo más lamentable del actual debate sobre la Corona es que, en realidad, no hay debate alguno. Hay quien defiende a la Corona por principio y en cualquier situación, haga lo que haga. Enfrente hay quien clama por cambios en la cúspide del Estado de manera inmediata y sin contemplaciones, porque a Don Juan Carlos se le presupone ya “inutilizado” para hacer frente a la actual situación. Estos últimos reprochan al Rey que no haya movido un dedo para frenar el proceso de descomposición del Estado alentado por Zapatero y sus socios separatistas. El reproche es justo. Los otros, los “defensores”, arguyen que el Rey no tiene potestad para actuar directamente en la política nacional, y eso también es verdad. Pero lo interesante es precisamente el hecho de que ambas partes tengan razón: un Rey que debe intervenir –y es obvio que debe- porque encarna la unidad del Estado, pero que no puede hacerlo –y es obvio que no puede- porque sus poderes están limitadísimos, configura por sí mismo una contradicción insalvable, una especie de absurdo político que sólo puede desembocar en un cortocircuito institucional. En las monarquías constitucionales más asentadas, la Corona puede permitirse el lujo de la inhibición política porque las leyes básicas del Estado son un valladar inexpugnable. Pero cuando esas leyes son frágiles y quebradizas, cuando alguien puede poner en cuestión la estructura misma del Estado en virtud de una episódica mayoría parlamentaria, entonces la inacción política de la Corona se convierte en un riesgo para el sistema en su conjunto. La situación actual de España responde a este último caso. O sea que una de tres: o reforzamos a la Corona, o reforzamos el valladar legal del Estado o proclamamos la República. Lo primero exigirá reforzar la Constitución. Lo segundo, un pacto permanente entre PSOE y PP. Ambas cosas son difíciles. ¿Pero alguien piensa seriamente en proponer la tercera opción?

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