El pacto de sangre y la España exangüe

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No ha estado muy afortunado el líder separatista catalán Artur Mas, de CiU, al proponer un “pacto de sangre” con los separatistas vascos y gallegos frente a España. Ese lenguaje, en boca de estos personajes, presenta unos tintes más bien mafiosillos. En todo caso, ahí está la realidad por si alguien se negaba a verla: ellos saben lo que quieren y saben cómo pueden conseguirlo; ellos están sacando provecho de la frivolidad de un Gobierno, el de Zapatero, que en sus políticas de Estado prefiere apoyarse en los separatistas antes que en el otro gran partido nacional, el PP; ellos están dispuestos a estirar hasta dónde puedan la fragilidad de España. ¿Para construir una España plural? No: para romper la nación española e implantar en sus respectivos territorios una especie de jacobinismo autoritario a pequeña escala, que es lo que se está viendo nacer en el País Vasco y en Cataluña, bajo la hegemonía perpetua de una casta política nacionalista enemiga de la pluralidad real de sus sociedades. Tal y como están planteadas las cosas, esta situación conduce a una sola salida: no hay más opción que una derrota electoral del PSOE, que es el causante directo de esta ofensiva secesionista. Si no gobierna el PSOE, no cabe otra alternativa que un gobierno del PP, lo cual no será bueno en muchos aspectos –ya nos ha demostrado lo que podemos esperar de él en política exterior, en política cultural, en política medioambiental, en política familiar-, pero que, hoy por hoy, es la única garantía de supervivencia de la unidad nacional española. Lo difícil, como nadie ignora, es que la sociedad española esté a la altura del desafío. Los separatistas firman pactos de sangre; los españoles hace tiempo que se quedaron sin ella.

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