Luis Rosales o el náufrago de la memoria (2º Parte

Luis Rosales o el náufrago de la memoria (2º Parte)

Luis Rosales o el náufrago de la memoria (2º Parte)

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Perseverancias de una obra

Sin caer, insisto, en los desahogos repelentes de los eruditos de lo ajeno, me atrevo a concretar cuales son, desde mi humilde visión, las constantes que caracterizan la obra de Luis Rosales:

1)     Virtuosismo de la técnica

Como el tahúr que hace rodar la carta entre sus dedos haciendo más ebrio el asombro del desplumado, Luis Rosales consigue empujar al lector al terreno de su antojo, con una leve caricia o con una imagen que rompe a su lectura el esternón del joven guerrero.

Solamente así se puede escribir de la forma en que lo hizo mientras los cuadriculadores, echándose las manos a la cabeza, se apresuraban a calzar sus poemas con plomizas denominaciones tales como “poesía narrativa” o “ensayo poético”.

Este desvalijar los géneros cuando todos dormían, esta labor de lobo hambriento malhiriendo las definiciones burguesas de lo literario convierten a Luis Rosales en poeta imprescindible.  

2)     Concepción cristiana del hombre

La presencia de Dios recorre el conjunto de su bibliografía como un reguero de pólvora iluminando la noche cerrada.

Con ausencia de meapilismos gratuitos, el poeta invoca con maestría el misterio de lo sobrenatural y la insignificancia del ser humano en el orden del cosmos.

La Poesía entonces adquiere una doble función, por una parte, constituye el salvoconducto con el que lograr unas décimas de alivio en la angustiosa finitud que otorga la incomprensión de lo trascendente y, por otra parte, modula el verso con la tensión infinita que transmite toda plegaria, trasciende el poema hasta convertirlo en una oración que es susurrada en la intimidad de los pecados.

Como ejemplo, en el siguiente verso memorable contenido en “La casa encendida”, el poeta apuesta por dar un sentido cristiano a lo recóndito de nuestra existencia:

"El dolor es un largo viaje,
es un largo viaje que nos acerca siempre,
que nos conduce hacia el país
donde todos los hombres son iguales;
lo mismo que la palabra de Dios,
su acontecer no tiene nacimiento,
sino revelación;
lo mismo que la palabra de Dios,
nos hace de madera para quemarnos;
lo mismo que la palabra de Dios,
corta los pies del rico para igualarnos en su presencia.
Y yo quiero deciros que el dolor es un don
porque nadie regresa del dolor
y permanece siendo el mismo hombre
”.

3)     Rehumanización de la palabra poética

Aún habiendo dominado la geometría de la metáfora vanguardista, gélida perfección metálica, la quilla de su verso se decantará pronto por la expresión arrugada de la vida misma.

La floritura de los “ismos” casaba mal con el pan de hogaza y después de nuestra guerra la voz de los poetas se amoldó a las estrías de todas las devastaciones.

Eran demasiados los corazones rotos para continuar con pirotecnias estilísticas y el poeta necesitaba escribir de lo perdido para no morir aún más por dentro.

Su testimonio constituye, sin ningún género de dudas, uno de los fustes más sólidos sobre los que descansó la rehumanización de la Poesía española de postguerra.

4)     La memoria para seguir viviendo

A un lado del cuadrilátero, la evocación de la infancia, donde la vida era una sábana blanca tendida a la luz del día, a su extremo, el desengaño de todo lo sucedido, rosas negras brotando a su alrededor.

En esta lucha encarnizada se sitúa, no sólo la obra de Luis Rosales, sino toda su concepción de la vida.

Su particular tendencia la escepticismo y la constatación de lo que habían hecho unos cuantos con el ideal de su juventud militante, le hizo sentir, como a otros muchos, un vencido en el bando ganador.

El hogar se convierte entonces en el único refugio ante las inclemencias del presente.

“La casa encendida”

Llega el momento ineludible de adentrarnos en uno de los mayores logros de la Poesía española.

Publicado en 1949, “La casa encendida” mantiene intacta su condición de monumento para todas las generaciones posteriores de poetas, incluso para los más díscolos que tras la noche de farra y vanguardia hueca la miran de reojo con afán de calor humano.

Vivos y muertos conviven en sus estancias constituyendo el paso del tiempo el principal personaje de este prodigio de la lírica.

La palabra entonces se hace hogar y nos arrasa en su continua crecida hasta anegarnos el alma.

El poeta llega a su casa arrastrando el anonimato que le produce una actualidad sombría:

“Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa y has cerrado la puerta
con aquel mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes”.

Sólo dentro de la casa se hace posible un ejercicio de restitución, convirtiéndose ésta en el hospital de la identidad errante.

La conversación con su amigo muerto, Juan Panero, es el candil con el que comienzan a iluminarse todas las habitaciones.

Y la palabra entonces, purificándose en lo genuino, se reinventa, adquiriendo la hondura de quien eleva lo cotidiano a categoría trascendente.

La técnica, a su vez, resulta novedosa, delimitando diversas realidades anímicas dentro de un mismo escenario temporal.

Nadie como él hizo poesía con el aroma familiar de la ausencia.

Desengaño y esperanza caminan sonámbulamente por sus baldosas en el mismo lazo con el que el lector dispuesto se enreda.

Luis Rosales construyó un poema inagotable y a nosotros solamente nos queda aprender a habitarlo.

Inconclusiones

Queda tanto por destacar, por discernir, por hacer frente con la atención que el náufrago concede al avistamiento de su última ola, que estas reflexiones en torno a la voz de Luis Rosales parecen resultar, y lo son, prescindibles.

Pormenores garcilasistas, encuadramientos coquetos para la galería se habrían adherido al lustre de su armazón y, sin embargo, nos hubieran conducido al mismo punto de partida, a la misma admiración que produce la más cárdena de todas las incógnitas: la que encarna un poeta adentrándose en sí mismo sin medir las consecuencias de su atrevimiento.

Luis Rosales lo fue, y de lo más grandes que han habitado España en el siglo XX.

Que la labor desplegada por los inquisidores de nuevo cuño no nos arrebate la maravilla de su palabra.

Que siempre encuentre encendidas las estancias del pensar todo aquel que se atreva a descubrir sin las directrices de lo comúnmente aceptado.

Esto es todo.

 

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