Luis Rosales o el náufrago de la memoria (1º Parte

Luis Rosales o el náufrago de la memoria (1º Parte)

Luis Rosales o el náufrago de la memoria (1º Parte)

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Introducción

Escribir sobre un poeta maldito siempre constituye motivo de doble satisfacción.

En primer lugar, porque andamos escasos de chamanes que conviertan en lenguaje legible el inapresable misterio del mundo.

En segundo lugar, porque, de alguna forma, le hace a uno partícipe de un ejercicio de restitución intelectual y moral que el agraviado sufrió por circunstancias diversas.

La historia de la Literatura es la historia de las exclusiones, un recorrido hostil trazado por el que, en ese momento, disponía de tinta oficial para mayor gloria de los mecenas de antologías convenientes.

La recapitulación ministerialmente aceptada de la Poesía española del siglo XX es un ejemplo sangrante de partidismos.

Miembros de generaciones sacralizadas cuyo mérito resultó ser arengar a una ignorante milicia desde alguna checa o desde el frente de retaguardia (eso sí) con un resumen rimado de las bondades del parnaso comunista.

Odas a carniceros, salvíficas liras blasfemas constituían motivos suficientes para obtener el trato de inspirado.

La guerra terminó sin que las trincheras quedaran sepultadas y en España hemos vivido décadas en las que los recolectores de lo salvable actuaron como francotiradores a destiempo dirigiendo a su antojo la lámpara de atención para una masa que, de oídas, creía conocer a sus poetas.

Todo esto ocurría bajo el auspicio de los que pudieron entonar su desacuerdo y que, sin embargo, sellaron sus bocas por alguna acomplejada razón que aún perdura en sus nietos.

Hoy, salvo la visita que te puede dispensar la brigada del amanecer por algún poema molesto, todo sigue igual.

Los escritores que no han nacido para cortesanos lo tienen difícil si quieren prosperar en los centros de poder en los que los mercaderes de lo literario han convertido a los grandes premios.

Lonjas de la vergüenza en las que cada autor es medido al peso con el papel que sería capaz de dar salida.

El pensar a contracorriente de lo políticamente correcto constituye el estigma con el que se marca la espalda a todo transgresor.

Y, paradójicamente, la Literatura se hace más fuerte en el fango de las miserias humanas porque siempre habrá algún antólogo empeñado en aplicar la meritocracia a su labor de espeleología cuando los murmullos de cocktail dejen de excluir al que no se lo merece.

Verán que hasta ahora no he nombrado al autor cuya obra es objeto de análisis del presente artículo.

Esto es así por cuanto desenmascarar las razones del injusto tratamiento recibido por la crítica polivalente ayudará a entender aún más la trascendencia de su palabra.

Luis Rosales es hermano mayor en la cofradía de los poetas proscritos y por ello urge rescatar sus partituras del incendio sectario.

 Breves apuntes biográficos

Luis Rosales nació en Granada en 1910 en el seno de una familia acomodada.

En 1930 se traslada a Madrid para cursar Filosofía y Letras, obteniendo el doctorado. Sus colaboraciones en revistas literarias como Cruz y Raya le pondrán en contacto con poetas decisivos en su evolución.

Son tiempos en los que conoce, entre otros, a los Panero (Juan y Leopoldo), a Luis Felipe Vivanco, a Dionisio Ridruejo, integrantes todos de la denominada Generación del 36, amistades que marcaron su vida.

La trascendencia actual del poeta quedará marcada por su falangismo de primera hora, es decir, la hora en la que el falangismo era un movimiento poético con ramificaciones políticas, y por el desesperado empeño por salvar la vida de su gran amigo Federico García Lorca.

Desde 1962 fue académico de la Lengua. De entre sus numerosos premios literarios destaca el Cervantes recibido en 1982.

Falleció en Madrid en 1992. 

Advertencias ineludibles

Antes de volcarme en su trabajo diré que esta mirada crítica a la palabra de Luis Rosales carece de toda pretensión formativa. Se me suelen atragantar las minuciosas porcelanas que los aprendices de poeta con título de crítico expanden a los pies de los grandes versos de otros, y esta vez no será distinto. 

Este es el primer acercamiento escrito y compartido que realizo acerca de uno de mis poetas de cabecera y me adentro en él recordando el aburrimiento que me han producido siempre los disecadores de mariposas.

Un filo demasiado breve separa la labor didáctica de la injerencia en ciertas suposiciones: la obra poética de cada cual es inabarcable para las apreciaciones de los otros y la Poesía no suele amoldarse a los cercos de luz.

Estas notas buscan prescindir del tono y esquemas académicamente aceptados para cualquier estudio de un autor a cambio de aspirar el tuétano de su obra.

Por ello, quien quiera información nominal que deje de leer y acuda a las contraportadas, me basta con decir que estoy escribiendo, de madrugada, en el mismo edificio de La casa encendida.

Continuará...

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