La Casa Blanca, de Jackie a Michelle

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La prensa norteamericana ha llenado muchas páginas con la comparación entre Jackie Kennedy y Michelle Obama, en ámbitos que van del parecido en los zapatos al parecido en el carácter. Ser primera dama y modelarse según Jackie Kennedy seguramente sea tan excesivo como ponerse a escribir para ser Cervantes. Aun así, elevar a Michelle a las alturas mitológicas de Jackie da indicio de la recepción entre pétalos de rosas que la opinión pública de EEUU ha dispensado al matrimonio Obama. Comienza –quizá- un nuevo Camelot.
 
La Casa Blanca que ya habita Michelle Obama sigue siendo, sin embargo, la Casa Blanca que quiso Jackie Kennedy: fue ella quien contrató arquitectos, quien eligió el papel de las paredes, quien volvió al estilo Imperio y escogió los rosales del jardín. Fue mujer de un despotismo de suavidad irresistible, un aplomo de distancias elegantes, viejo dinero de Nueva Inglaterra y educación conforme al meridiano de París. Algo tendría su encanto para suavizar a gentes del áspero carácter de de Gaulle y de Jruschev. Con el tiempo quedaría como señora valiente además de valiosa, paradigma de las viudas atractivas, casi una ‘jolie laide’ pero con una fotogenia insuperable. Un aire de intangibilidad parecía separarla de las materialidades prosaicas de este mundo. Nunca nadie la tomó con ligereza.
 
Descendiente de esclavos y no de jugadores de lacrosse, Michelle Obama tiene esa inteligencia de la voluntad de los que salen adelante, un punto de aserción agresiva puesto bajo control. Tiene, según los entendidos, los instintos correctos del estilo, una presencia que llama la atención hacia sí misma. Está, quizá, lejos de las complejidades de carácter que desde muy joven dejaba entrever Jackie Kennedy como un coqueteo con el misterio. Michelle Obama ha tenido que reivindicarse en casi todo: siempre de primer puesto en primer puesto, quizá parezca tener esa tirantez de las personas que nunca se han equivocado, una perfección que lo mismo afecta a su currículo que a un vestuario definido como ‘clásico y sólido’, no ajeno a la ayuda que a estos fines prestan los grandes nombres de la moda. Michelle participó activamente en una campaña de Obama donde sólo una vez se le escapó una barbaridad. En todo caso, es otra dialéctica por contraste con una Jackie que firmaba autógrafos porque su firma era más legible que la de su marido.
 
Se ha comentado que la condición de primera dama de Michelle Obama reforzará no poco la percepción que las mujeres negras tienen de sí mismas. Las estadísticas hablan de que ellas son más susceptibles de engaños matrimoniales y de ser coaccionadas al aborto. En este sentido, hay ya un encanto visible y positivo por parte de Michelle Obama, al margen de algún gesto agresivo en las fotos, no se sabe si de bruja mala o de izquierdista radical. Un paseo por la rosaleda de Jackie contribuirá a una mayor moderación.

 

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