Rebelión cívica

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España ha estado en la calle, una vez más, para pedir al Gobierno que rectifique. La fórmula del momento es “rebelión cívica”: los ciudadanos salen a la plaza y toman la palabra. Sobran razones. Teníamos una democracia construida, entre otras cosas, sobre la unidad nacional y sobre la firmeza contra el separatismo terrorista. Nada fuera de lo común: parecía lo lógico en cualquier Estado democrático. Ahora se nos quiere convencer de que nuestra democracia se basa en otras cosas: la “profundización en el autogobierno” de las comunidades autónomas y el “proceso de paz” con el terrorismo. Es un cambio lo suficientemente fuerte como para que la gente levante la voz. Sobre todo porque el actual Gobierno nunca dijo que haría tales cosas. Conviene tomar conciencia del verdadero sentido de lo que estamos viendo a nuestro alrededor: Zapatero ha empezado una especie de transición política sin consultárselo a nadie. Iniciativas como la cesión ante ETA o el debilitamiento del lazo nacional, que tomadas aisladamente son de por sí muy preocupantes, alcanzan una gravedad decisiva si las vemos como parte de un proceso general. Zapatero parece creer que ese proceso conducirá a una España más “pacificada”, con menos tensiones; para ello no está dudando en imprimir al funcionamiento de las instituciones una violencia llamativa. Nosotros creemos lo contrario: ni los separatistas se contentarán con una autonomía más amplia, ni los terroristas quedarán satisfechos con determinadas victorias políticas; al contrario, unos y otros interpretarán estos logros como una certificación de que su triunfo está más cerca. Y mientras tanto, la democracia española habrá quedado herida de muerte. Sencillamente, porque se han hecho cosas que no quería el pueblo, como otorgar trato de privilegio a un asesino. Eso es lo que justifica la rebelión de la que habla el movimiento cívico. Y tiene razón.

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