Con el rostro en el suelo

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Por desgracia, las imágenes de nuestro mundo contemporáneo ligan en exclusiva la postración a la religión islámica. Las figuras de un hombre o una mujer sobre las rodillas, con el cuerpo hacia delante y el rostro hundido en el suelo responden casi ya a un estereotipo del musulmán. Sin embargo, sólo hay que echar un vistazo a las representaciones religiosas del Egipto antiguo para percibir ese mismo gesto de sumisión. Se trataría, por tanto, no de una novedad del islam, sino de una adopción por parte de la religión mahometana de lo que diversas culturas han realizado como adoración a su Dios o Dioses, y que, por supuesto, también se encuentra en la Biblia. En nuestra ultimísima tradición, tan sólo quedarse de rodillas ha sido la más arriesgada de las actitudes, cuando el hecho de postrarse es una muestra de respeto y de absoluta alabanza a la divinidad.

En Postrados en adoración (Face Down, 2004; Buenos Aires, Peniel, 2006), Matt Redman reivindica esa postura en el cristianismo, y el sentimiento de plenitud y dación que conlleva. Lo hace en un libro breve e intenso, donde no escatima la anécdota personal de una vida de música y oraciones, ni tampoco recurrir constantemente a la riquísima historia religiosa del Reino Unido: catolicismo, anglicanismo, metodismo, bautismo, pentecostalismo… O de echar mano, si así lo requiere, de los Padres del Desierto o de Francisco de Asís. Por no contar la visión de algunos científicos o de numerosos sacerdotes y pastores.

La afirmación del inicio de su libro da por sentada su actitud: Adorar postrados es la señal externa más significativa de una reverencia interior (p. 19). Es necesario pensar para ello en la gloria de Dios, en lo majestuoso de Su obra, en lo inconmensurable de Su poder. Ante tales manifestaciones, sólo cabe el pasmo y la caída en una total y completa rendición (p. 19). Sería una adecuación física ante la maravilla del universo. No es posible realizar ninguna acción salvo la de caer vencidos por la magnitud de cuanto nos rodea, y dejar que la realidad ocurra, dando gracias por ella. El wu wei de los taoístas es en cierto modo lo mismo: guardar silencio y no oponer resistencia a lo ineluctable, que todo suceda como ha de suceder, pues el hombre es una pequeña criatura, aunque la más importante, del flujo y reflujo de constelaciones, galaxias y microorganismos que componen la existencia. Apreciando así la totalidad de hechos y objetos, se deduce la inaprehensibilidad de lo divino y nuestro asombro.

Redmann se adentra igualmente en la parte oscura de ese gozo irrefrenable por ser humanos y disfrutar de las bendiciones de Dios: el dolor, el temor y el silencio. Para el primero, saca a colación las palabras de Pablo: os ruego (…) que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo (Romanos 12:1). Cada uno de los cristianos ha de convertirse en ofrenda, pues la dación exige esfuerzo y a los dones de Dios se ha de corresponder con todo cuanto seamos capaces de ofrecerle; por ejemplo, la alabanza en el dolor. El temor de Dios, con tan mala fama en estos tiempos de desvaríos, lo sintetiza Redman en una explicación rotunda: vivir vidas en obediencia santa y sumisión postrada [será] nuestra mayor respuesta posible ante la gloria de Dios (p. 102). Por último, reivindica la aparición del silencio en la vida y, sobre todo, en la de adoración. No sólo hay que elevar cánticos, hay otros momentos en los cuales cerrar la boca es la mayor reverencia posible.

La hímnica cristiana, en cuyo origen primitivo se encuentran los salmos, conoció a mediados de los setenta del siglo XX un nuevo curso a través del uso de bandas de rock y pop, que dieron voz joven a sentimientos milenarios. La conminación a orar a través de los cánticos, los himnos y la espontaneidad se halla por toda la Biblia.

El británico Matt Redman es autor, hasta el momento, de media docena de títulos y de casi una decena de álbumes de canciones. En español, además de Postrados en adoración, que se lanzó junto al cd y al dvd del mismo nombre, resultado de un concierto en directo, ha sido publicado El adorador insaciable (The Unquenchable Worshipper, 2001). El de Redman, ante avalanchas de artistas americanos, es un nombre fundamental de la música cristiana de hoy.

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