Decían los clásicos que solo había que formular tres preguntas al llegar a una polis para conocer bien ante qué sociedad se encontraba el viajero. Las tres preguntas eran simples, pero contundentes. A saber: ¿Quién gobierna?, ¿para que gobierna? y ¿cómo gobierna?
Estas preguntas en la España canija y débil que nos ha tocado vivir, tienen repuestas desoladoras, descorazonadoras.
Creo que nos gobiernan oligarquías de partidos políticos apalancados y endogámicos. Los españoles no podemos elegir directamente a nuestros gobernantes solo podemos votar unas listas de candidatos, al Congreso y al Senado, previamente decididas por las citadas oligarquías.
Nos gobiernan desde la bandería para favorecer los intereses de los menos frente a los más.
Nos gobiernan de una manera hipócrita. El ciudadano solo puede hacer algo tras soportar los usos y abusos del poder durante cuatro largos, tristes y aburridos años, donde nadie es responsable de nada y nadie rinde cuentas de nada.
Asistimos impávidos a las peleas por invadir el terreno propio de otros poderes y subsistemas sociales.
Ante la convocatoria electoral del próximo 9 de marzo alzo la voz en nombre, creo, de muchos españoles a los que les han hurtado la voz y la palabra y a algunos hasta la libertad y la paz.
Alzo la voz para conquistar un apasionante futuro, para encontrar una empresa colectiva que devuelva a España la libertad política.
Es preciso que en España se produzca una reforma del sistema electoral que nos permita recuperar una adecuada selección de las elites políticas y, con ello, la esperanza, la vitalidad como nación y, el perdido, pulso histórico.
Creo que la democracia no consiste en otra cosa que en la definición de unas reglas de juego claras e iguales para todos. Reglas que consisten en atribuir a las mayorías la acumulación de fuerza legítima para gobernar a las minorías, sometiendo el ejercicio del poder a un sistemas de pesos y contrapesos que eviten los abusos y; sobre todo, sometiendo al poder al imperio de la ley y del derecho. “Antes leyes que Reyes” rezaba el aforismo medieval aragonés.
Actualmente los partidos políticos han hurtado a la ciudadanía la soberanía. Representan un poder absorbente y con modos totalitarios. Es preciso que recuperemos la libertad política que nos ha sido arrebatada en nombre de una decrépita y trasnochada idea. La idea de que no hay representación política más allá ni fuera de los partidos, despreciando, de esta forma, el resto de las posibilidades de vertebración social, despreciando al resto de los interlocutores, cuerpos intermedios y subsistemas sociales.
La libertad política consiste en la capacidad de elegir a quien nos va a gobernar sin que terceros decidan por nosotros, para ello es necesario hacer de España un único distrito electoral donde cada hombre tenga un voto, donde cada voto sea igual al del resto de los españoles a la hora de elegir al Presidente del Gobierno de la Nación, a los Presidentes Autonómicos y a los Alcaldes. Evitaríamos, así, la inmoralidad escandalosa de ver como las minorías, nacionalistas y no nacionalistas, imponen su voluntad a la mayoría del pueblo, garantizaríamos la permeabilidad social y política y evitaríamos, al menos parcialmente, la endogamia partitocrática que padecemos. El sistema electoral citado (mayoritario a dos vueltas) igualaría peso todos los sufragios, haría imposible el secuestro impudico de la voluntad popular de los españoles, ya nadie podría, mediante pactos siniestros, apartar del poder, ilegítimamente, a los más votados.
Con ello tal vez lográsemos, parafraseando a Tennyson, encontrar, de nuevo, “todas las estrellas del Oeste”.