Pizarro

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Manuel Pizarro quedará con el gesto heroico de blandir la Constitución para defenderse de una OPA, como si dijera ‘no sin mi hija’, ‘tengo un sueño’ o ‘no volveré a pasar hambre’. Hasta entonces, Manuel Pizarro era Manolo y era un ejecutivo sibilino y discreto, con la suficiente astucia como para empezar sus conversaciones diciendo que era de Teruel porque así ‘muchos creían que eras tonto y te podías mover con más tranquilidad’. Por supuesto, este Pizarro que es abogado del Estado cuando otros son peñistas del Atleti, de tonto no tiene nada: el diario El País, con su habitual finura en la caridad, afirma que Pizarro ‘quizá ya ha ganado el dinero suficiente y ahora sólo le motiva el poder’. ¿Y qué hay de malo en esas cosas, salvo su manejo irresponsable?
 
Pizarro lo ha sido todo en la empresa española aunque sólo tardíamente pasara de los comedores del poder a las portadas de la prensa generalista. Quede como pecado original que trabajó para el Gobierno –es decir, para el PSOE- al llevar las expropiaciones y rumasas en los primeros ochenta. Después ha sido agente de cambio y bolsa, fundador y presidente de Ibersecurities, presidente de la Bolsa, vocal de la CNMV, presidente de Ibercaja –que es, digamos, la caja de ahorros de su pueblo-, presidente de la CECA, e incluso tardío y rápidamente relapso consejero de Telefónica, tras dejar Endesa y antes de dar el sí al PP. Horror de los horrores, de él se dice que es amigo de Aznar porque lo raro en España es que los hombres de empresa no sean socialistas.
 
Pizarro pasó por aquí y por allá sin dejar cadáveres ni hacer enemigos, hasta que tuvo que defender a sus accionistas de los aquelarres económico-energéticos de Zapatero y Montilla. Si la catalana Gas Natural hubiese optado por una fusión negociada y no por una OPA, todo se hubiese llevado a cabo con paz. A cambio, hubo guerra y mucha guerra: la acción, mientras tanto, remontó el 112% su valor, llevando paz a tantas casas. Pizarro tomaba su perfil numantino: ‘yo no he venido aquí a que me insulten’, replicó a un socialista en la Comisión de Industria del Senado. En efecto, hay una Comisión de Industria en el Senado.
 
Rajoy ha jugado al misterio con la confección de las listas y ha confirmado la instauración de un nuevo estrellato, el número dos al Congreso por Madrid. Con Pizarro se busca una mezcla de carácter y experiencia, de profesionalidad y –ante todo- de rigor en lo económico ahora que todos vemos enflaquecer las vacas. Con el enrolamiento de Pizarro, Gallardón se queda con sus túneles y la cúpula del PP consigue el aprecio de sus bases y un charco de rabia para los socialistas. Era la carta guardada por el sutil registrador de Pontevedra.

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