El siglo XX, que hasta ahora ha superado todas las marcas de violencia o al menos las igualó para estar a la par con la sangre derramada por el hombre desde su existencia en la tierra, aparece aquí en todo su macabro esplendor. Y el realizador Ang Lee, a través de una historia particular, nos ofrece la metáfora de la pasión y el fanatismo del hombre que, imbricados con ardor sexual, lo llevan a enloquecer y cometer lo que nunca imaginó: matar, torturar, entregar el cuerpo al enemigo por un objetivo, traicionar, involucrar a los seres queridos, perderse en el delirio de trascender como lo hacen hoy los kamikazes de Bin Laden en nombre de Alá o de la patria, de la izquierda o la derecha.
Mientras en Europa ocurría el holocausto nazi contra los judíos y la violencia reinaba en todos los países del viejo mundo, como en la España de Franco o la Italia de Mussolini, en Asia la guerra se refinaba y conducía ineluctablemente a la apoteosis nuclear de las bombas de Hiroshima y Nagasaki lanzadas por Estados Unidos a nombre de los aliados.
La película cuenta la historia de una célula de jóvenes estudiantes idealistas chinos dedicados al teatro comprometido, que finalmente pasa a tramar en Hong Kong la muerte de un alto dignatario colaborador de los invasores japoneses. En la célula estudiantil se destaca una dulce adolescente de nombre Wong Chia Chi, encarnada por la bella y deseable actriz Tang Wei y quien, como en un juego infantil jura participar con sus amigos hasta las últimas consecuencias en las acciones subversivas y se infiltra en el círculo íntimo del alto y sangriento dignatario represor.
Wong Chia Chi no sólo es bella sino excelente actriz y cuando actúa en el grupo universitario como hermana de un patriota muerto y pide la salvación de China enciende en el teatro el nacionalismo de los espectadores, que aplauden de pie. Su capacidad histriónica natural la hace perfecta para hacerse pasar por lo que no es, la esposa burguesa de un negociante que acompañará a la mujer del alto policía en sus juegos y compras, en medio de las tensiones crecientes de la guerra.
Su tarea es seducir al asesino represor, cosa que logra rápidamente y cuando la acción está casi lista ocurre un contratiempo y presencia la muerte a manos de sus amigos de un individuo que los ha descubierto, en una terrible escena de asesinos novatos. La bella huye, pero tres años después la célula subversiva se reorganiza y en Shangai vuelve a contactar al policía ascendido a ministro con la misión de hacerlo matar.
Se inicia así entre ellos una pasión sexual intensa de visos sadomasoquistas. La espía termina atrapada en las redes del sexo al extenderse la "misión" y pasar del asco a la excitación y el represor termina enamorado de la subversiva, al pasar de la violación al amor, mientras en sus rutinarios días de trabajo tortura y mata a opositores chinos que después son lanzados muertos a los ríos o a los precipicios. Después de la tortura y el asesinato viene la intensa cópula prohibida, único refugio para ambos en medio de una guerra real y carnal que el director Ang Lee nos muestra con maestría en inolvidables escenas de cama.
Todo esto pasa en Shangai en 1942, pero finalmente ocurre todavía en casi todas partes del mundo: Rusia, Serbia, África, Oriente Medio, Guantánamo, América Latina, Estados Unidos, China, Indonesia, India, Afganistán y Pakistán.
¿Qué lleva al idealista a matar en nombre de un ideario político y al funcionario de un régimen a torturar y eliminar con saña al subversivo? ¿Qué hay de humano en el odiado esbirro del gobierno y en el implacable revolucionario? ¿El subversivo y el represor, el secuestrador y la víctima, el revolucionario y el reaccionario pueden encontrarse en los placeres animales de la carne y olvidar allí por un momento las fuerzas oscuras de la ideología y la muerte? Estas preguntas vibran en esta soberbia película asiática que hace parte de esa nueva ola cinematográfica que arrasa con los premios en los festivales occidentales.