Fraga

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Ningún traje le hubiera quedado mejor a Manuel Fraga que el traje de Presidente del Gobierno aunque vaya a pervivir icónicamente en el blanco y negro y en el ‘meyba’ de su baño en Palomares. En la provecta edad, Fraga está ya fijo en la historia, casi con la presencia mítica de un Episodio Nacional. A la izquierda o a la derecha, todo el mundo ha podido tener algo en algún momento contra Manuel Fraga pero serán menos que escasos los que lo presenten como un ogro. Fraga es todavía memoria actual para muchos mientras que para cada vez más es una vieja historia como los gibelinos y los güelfos. Al final, es difícil soslayar que nos encontramos ante un gran hombre.

 

Políticamente, Fraga tuvo algo de pundonor inglés y durabilidad francesa, no pocas veces maniobrero, pragmático pero no cínico, hombre de acción y no ideólogo. Es un carácter político que se resume en el ‘politics is politics’, en un afán de ejecución. No es poco el clasicismo de este planteamiento, ni deja de haber un rasgo de honduras conservadoras en su afán empírico: a veces, son las ideas lo primero que se desvanece en la política. Fraga opuso siempre temperamento y carácter a una política española que se ha reblandecido por horizontalidad partidista. En eso, él es perfectamente de otra época, de una época en buena parte anterior a los partidos, cuando uno llegaba a la cosa pública tras una cátedra, tras una oposición, con interés y como servicio, con lucro cesante en lo económico. Por comparación, no era malo un planteamiento elitista en la política.

 

Hubo un tiempo en que la derecha española sólo tuvo a Manuel Fraga, a ese Fraga que no pudo ser Suárez ni pudo ser Aznar. Espíritu de oposición, enredó con habilidad en los paisajes ministeriales del franquismo, experto en abrir la mano y en cerrarla, del ‘Spain is different’ al caso Matesa, de la Ley de Prensa a una embajada en Londres custodiada con ‘dos escopetas del doce cargadas con perdigones del cuatro’. Optó por la reforma y no por la ruptura y fundó AP para postular ‘una democracia con orden, con ley y con autoridad’. No es que resultara creíble pero pasó de ser padre de la Constitución a líder de la oposición. Unos alevines de la derecha le señalaron con el dedo a otro alevín, un tal Aznar. Desde entonces, en la derecha española, Fraga reina pero no gobierna.

 

O ni siquiera reina, tras tantos años de placer en una Galicia que rigió con modos paternales, eficacia económica y un cierto chunda-chunda ideológico de corte autonomista. He ahí al Fraga de la contradicción, cristiano profundo que alienta a Gallardón, que cayó en el error Verstrynge, que llegó a abrazarse con Fidel. El Fraga tutelar de una derecha española que fue en busca de su alma y –de alguna manera- encontró el centro.

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