Acebes mala pata

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Lo afirmo con total sinceridad, Ángel Acebes es mi político preferido en el PP. Fue también su rostro más público cuando llegaba a su velocidad máxima la caída libre anterior a las elecciones generales de 2004. Mientras la izquierda crispaba las calles en una maravillosa muestra de talante antidemocrático, enviando piquetes a las sedes de los populares, y creando un clima guerracivilista, Ángel Acebes, en su inenvidiable cargo de ministro del Interior, estaba día y noche dando la cara, aguantando las lenguas viperinas de los “buenos”, soportando el desánimo de todos los demás. Se hizo más “popular”, si cabe, por el pundonor y la elegancia demostrados en aquellos días tan dolorosos (salvo para el PSOE, claro…, que ganó).

Dicho esto, y sin esconder mi simpatía por el señor Acebes, lamenté un símil que realizó este mes de noviembre en un acto del PP. Supongo, eso sí, que sería un intento de gracia de algún asesor. Se la quiso bordar, y, por el contrario, le salió puro humor mala pata de la incultura. Ángel Acebes afirmó –remedo el tono, no transcribo las palabras– que la postura de los socialistas semejaba al violinista del Titanic: aunque veía al transatlántico hundirse, él, cabezón e irresponsable, no quiso dejar de tocar.

Sí, según parece –o cuenta la leyenda...–, cuando aquel lujoso navío chocó con el iceberg y empezó su épico hundimiento, los músicos de la orquesta siguieron tocando. Pero no empeñados en prolongar un baile imposible, incapaces de apreciar la realidad, como sugería el “negro” de Acebes. No, ni mucho menos.

La melodía que brotó de aquellos hombres, que perecieron congelados, era de Lowell Mason, quien fue el compositor que puso música a uno de los más hermosos himnos escritos por Sarah Flower Adams (1805-1848). En español, el obispo Juan Bautista Cabrera tradujo tales versos por los increíbles Más cerca, oh Dios, de ti / anhelo estar / aunque en acerba cruz / me haya de alzar. / Con gozo aun entonces, / mi canto será así: / Más cerca, sí, más cerca, / mi Dios, de ti. Y continúa el himno con estrofas de la misma belleza. No sólo es hermoso, es todo un símbolo.

Pésima idea, pues, equiparar a los saltimbanquis del PSOE con quienes, conscientes de su fin, siguieron el ejemplo del salmista: Bendeciré al señor en todo tiempo / En mi boca será siempre su alabanza.

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