Entre el estupor y la indiferencia recibimos muchos madrileños el encendido surrealista con que nos suele castigar el Ayuntamiento por estas fechas.
Por unas semanas uno ya no sabe si está en la calle Serrano o en una macro-whisquería.
“¿Aquello que cuelga no son rabillos de cerdo?; no, es el granito de arena de un diseñador de moda; ah, ya decía yo”.
Por todo el attrezzo guatequero que engalana nuestras calles todavía no he encontrado un “Feliz Navidad” y sí mucha caligrafía árabe, Paz, Peace, Love, y alguna Concordia (ya se sabe que la mano masónica es muy alargada).
Qué ridículas resultan ciertas equidistancias que tratan de borrar nuestras tradiciones y qué espeso el typpex impersonal con el que el progre quiere borrarlas.
Yo gallardoneo, tú gallardoneas, ell@s gallardonean. Todo resulta tan insustancial en el nuevo “ciudadano”, tan leche desnatada, y seguimos sin darnos cuenta de que la obsesión por no herir sensibilidades es la más interna de nuestras hemorragias.
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