26 de junio de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

«Rousseau es la negación misma del espíritu de la Ilustración»

Con motivo de la publicación de su nuevo libro, Un autre Rousseau [Otro Rousseau], publicado por la gran editorial francesa Fayard, el también importante periódico Le Journal du Dimanche cedió sus columnas a Alain de Benoist para que expusiera la nueva lectura de la obra del filósofo que propone a los lectores, destacando en particular las visiones anacrónicas y caricaturescas que con demasiada frecuencia transmiten tanto los «rousseauistas» como sus adversarios.

La publicación de su nuevo libro en Fayard reaviva la controversia en torno a su obra. ¿Considera que ha sido víctima de algún tipo de censura?

Nunca ha habido «controversia», sino más bien un intento de ostracismo y marginación. En el mundo actual, basta con cortar el acceso a los micrófonos y los altavoces para condenar a alguien a la muerte social. Como soy un adversario de la ideología dominante, no me aflige demasiado: al fin y al cabo, es el precio de la libertad. Pero es cierto que a veces echo de menos las reglas de la antigua disputatio, en la que se empezaba exponiendo honestamente las ideas de los adversarios antes de intentar refutarlas. He publicado un centenar de libros y miles de artículos en el ámbito de la filosofía política y la historia de las ideas, y no recuerdo que se me haya hecho ni un solo intento de refutación. En un clima de sospecha generalizada, alimentado por la radicalización y la histerización de las relaciones sociales, el «debate» ya no se centra en lo que se dice, sino en lo que se quiere hacer decir, ¡y que no se dice!

¿Lamenta no haber tenido más influencia en el juego político?

Algunos me han atribuido «estrategias» complicadas, lo que me parece un poco ridículo. Para un intelectual, la mejor estrategia es no tener ninguna, esto es, decir lo que piensa. Son los políticos los que tienen estrategias. Ahora bien, yo nunca he sido un actor de la vida política, sólo un observador. En términos más generales, creo que los partidos políticos son muy poco receptivos a las ideas, no sólo porque muchos políticos son incultos en materia ideológica, filosófica o teórica, sino porque sólo les interesan las ideas que pueden instrumentalizar. Los políticos quieren unir, las ideas dividen.

¿Por qué ha querido rehabilitar a Rousseau en este nuevo libro?

No he buscado tanto rehabilitarlo como proponer una nueva lectura. Al igual que muchos otros autores, Jean-Jacques Rousseau se lee hoy en día de forma anacrónica, sin situar su pensamiento en el contexto de su época. El antirreusseauismo se reduce con demasiada frecuencia a críticas ad hominem, acompañadas de fórmulas hechas que se repiten como mantras: «el hombre naturalmente bueno», «el buen salvaje», etc. Cuando se analiza más de cerca, se ve que Rousseau dijo algo muy diferente de lo que se dice de él.

La principal crítica que se le hace a Rousseau es ser el inspirador de la Revolución francesa. Usted se opone a esta idea.

La Revolución francesa no fue un «bloque». Sus grandes inspiradores fueron los filósofos de la Ilustración, Rousseau llegó mucho después. Ahora bien, Rousseau se opone frontalmente a las tesis de la Ilustración. En primer lugar, no cree en el progreso. Incluso está obsesionado por la decadencia. Piensa que el hombre no ha dejado de desnaturalizarse desde la Antigüedad, a la que admira profundamente. «Los antiguos políticos —escribe— hablaban sin cesar de costumbres y virtud; los nuestros solo hablan de comercio y dinero». ¿Qué ha pasado? Esa es la pregunta que pretende responder. Por otra parte, no le gustan los intercambios comerciales ni la economía. Mientras que la Ilustración considera que la economía es, por definición, el lugar de la libertad y que la propia naturaleza del hombre le lleva a las transacciones y los intercambios que le permiten satisfacer sus mejores intereses, Rousseau defiende, por el contrario, la primacía de la política. En reacción contra el universalismo de Condorcet, sostiene que las instituciones deben adaptarse al carácter específico de las naciones y los pueblos, como lo demuestran sus proyectos de Constitución para Polonia y Córcega. En el mismo espíritu, opone el pueblo del campo a las grandes ciudades, donde sólo reinan el deseo de aparentar y el amor propio, que él considera lo contrario del amor a uno mismo: «El mejor motivo de un gobierno es el amor a la patria, y ese amor se cultiva en el campo».

Considerando la «sociedad general del género humano» como una ilusión, también advierte contra «esos supuestos cosmopolitas, que se jactan de amar a todo el mundo para tener derecho a no amar a nadie». El hombre en sí mismo, el hombre abstracto, no existe a sus ojos: «Hay que optar entre hacer un hombre o un ciudadano, porque no se puede hacer ambas cosas a la vez». Es este otro Rousseau el que he querido dar a conocer.

Sin embargo, en contra de Hobbes, Rousseau considera que no es en el estado de naturaleza, sino en la sociedad de su tiempo donde cada uno es enemigo de sus semejantes, según usted. ¿Quiere decir esto que bastaría con erradicar la sociedad para dar lugar a una humanidad regenerada y una sociedad perfecta?

El «estado de naturaleza» del que habla Rousseau no es, a su juicio, más que una hipótesis útil para su demostración: llega incluso a decir que es muy posible que «no haya existido». Su contrato social, que pretende conciliar la libertad y la obligación social, difiere totalmente del contrato social de Locke, basado en el interés, o del contrato social de Hobbes, que no es más que un medio para escapar de una «guerra de todos contra todos» que, en realidad, se ha generalizado en las sociedades modernas. En cuanto a la idea de un «hombre nuevo», no es nueva. ¡Ya la encontramos en San Pablo! Lo que importa a Rousseau es hacer prevalecer el bien común sobre los intereses particulares, idea que contradice también todo lo que pensaban los ilustrados, para quienes las naciones y los pueblos no son más que agregados fortuitos de individuos.

Más que una crítica antiliberal, ¿no es este libro una crítica de la derecha reaccionaria y conservadora?

La derecha contrarrevolucionaria no puede adherirse a Rousseau, porque se opone a la modernidad en nombre de un pasado que espera resucitar. Tal era, en particular, la posición de Joseph de Maistre. Rousseau, por su parte, es un moderno que critica la modernidad desde dentro. Defiende con fuerza el principio de la soberanía popular, que evidentemente rechazan los contrarrevolucionarios. Pero su defensa del pueblo, del que dice, al igual que Carl Schmitt, que debe estar políticamente presente en sí mismo, también lo enfrenta a los partidos de la izquierda actual, que han abandonado lo social en favor de lo societal y hace tiempo que han aceptado los principios de la sociedad de mercado, lo que les ha llevado a traicionar los intereses de los trabajadores. La obra de Rousseau condena de antemano a esta izquierda que se burla de la patria y milita por la supresión de las fronteras: «¡Desconfiad de esos cosmopolitas que buscan en sus libros deberes que desdeñan cumplir a su alrededor!». Jean-Claude Michéa dice más o menos lo mismo hoy en día. También podemos pensar en los «socialistas patriotas» que a Bernanos le gustaba evocar.

Usted traza el retrato de un pensador inclasificable, ¿se ve a sí mismo en él?

Los que me encuentran inclasificable razonan en función de etiquetas. Viven en un mundo en blanco y negro que ignora los colores. Todo les parece «confuso» cuando se les desorienta. Antiguamente, muchos hombres de derechas tenían también una cultura de izquierdas, y muchos hombres de izquierdas tenían también una cultura de derechas. Me parece una lástima que ya no sea así. Personalmente, me gustan los enfoques transversales. En el fondo, solo los inclasificables son interesantes. ¡Los demás no son más que discos rayados!

Entrevista realizada por Aziliz Le Corre

© JDD

© Brownstone

 


 

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