22 de diciembre de 2024

Director: Javier Ruiz Portella

Pedro F. Barbadillo nos ofrece desconocidos entresijos de nuestra Historia

En diálogo con su autor, Pedro F. Barbadillo, abordamos las principales cuestiones que se desprenden de su libro, de obligada lectura, La Historia desconocida del imperio español.


¿Podrías definir en pocas palabras la orientación principal, el hilo conductor, por llamarlo así, que conduce tu libro? ¿Cuál es el propósito que te ha guiado al escribirlo?

Vivimos en un manicomio, no sólo los españoles, sino los europeos. En nuestro país, la locura y la estupidez son mayores que en otros países, porque se están fomentando por poderes extranjeros y por oligarquías locales desde hace más tiempo. La mentira, y no me refiero únicamente a la política, se ha hecho habitual, así como el desprecio a lo que somos y a nuestra identidad. Mi manera de oponerme a ello es con mis libros, como vosotros lo hacéis con EL MANIFIESTO. Con Historia desconocida del Imperio español y con Eso no estaba en mi libro de historia del Imperio español quiero recuperar la verdad y, también, el orgullo por lo que hicieron nuestros antepasados. Lo resumo con las palabras de nuestro amigo Aquilino Duque, a quien Dios tenga en su gloria: «para seguir sintiéndome orgulloso de ser español, no tengo más remedio que refugiarme en esa historia de la que abomina la ‘corrección política’ y que culmina en dos conceptos que son el Imperio y la Hispanidad».

Carlos V sometiendo a sus enemigos

 Uno de los propósitos que más claramente te animan es el de poner las cosas en su sitio y rebatir los engaños y desprecios de una leyenda negra que va mucho más allá de la denigración de nuestra gesta americana. Ahora bien, como es lógico, también España ha cometido a lo largo de esta Historia errores y extravíos a causa de los cuales se ha diluido su antigua grandeza. ¿Cuáles consideras que son los más importantes?

Uno de los grandes errores procede del siglo XVI y consistió en el mantenimiento de las barreras jurídicas y económicas entre las coronas españolas. Es decir, no se realizó la unificación a efectos fiscales, legales y hasta militares entre Castilla y los estados de la Corona de Aragón, más la peculiaridad navarra, dentro de Castilla. Cuando trató de hacerlo Olivares, las oligarquías locales pudieron combatirle dada la debilidad de la Monarquía en esos años del siglo XVII. En 2024, tan modernos y democráticos que somos, la cesión ante esas oligarquías se renueva. Ahora la corte de Madrid cede ante los separatistas catalanes y les promete una copia del cupo vasco. Al final, todas las invocaciones a la raza (perdón, el pueblo), la historia, el destino nacional… se reducen para los separatistas vascos y catalanes al dinero. Cuanto más, mejor.

Saltemos a la época moderna. El hundimiento y la decadencia de España se hallan en el siglo XIX. La guerra de la Independencia arruina la Península y diezma la población. También deja el enfrentamiento civil que se hace crónico y empieza con patriotas y afrancesados. Inmediatamente, Londres impulsa la separación de los virreinatos americanos. Tan fuerte era esa unión que la ruptura tarda en consumarse casi veinte años y luego muchas de esas repúblicas no han logrado ni la estabilidad política ni el desarrollo social.

El siglo XIX supone la división entre los españoles, azuzada en muchos casos desde el exterior. Dejamos de mirar afuera para abrirnos la crisma por asuntos minúsculos, como los fueros o la secularización de los cementerios. Tuvimos gobernantes a los que el embajador británico pagaba para destrozar la industria nacional. Y no era el único. Y Gobiernos que duraban meses o semanas. Se pasa de tener grandes astilleros en España y Cuba en el siglo XVIII a encargar barcos a Francia y a Gran Bretaña. La izquierda antisistema tenía como gran objetivo político el cantonalismo y como filosofía el krausismo.

Cánovas del Castillo dijo que no quería alianzas exteriores, porque España “bastante tiene con sus dificultades interiores”. Y así la guerra de Cuba cogió a España sin aliados ni política. Cambó cuenta en sus memorias que en la Primera Guerra Mundial los alemanes atacaban mercantes españoles, pese a su condición de neutrales, porque sabían que el Gobierno español sería incapaz de tomar medidas serias debido a la división de la sociedad española.

De esta manera, con el paréntesis del franquismo, que en verdad sacó a España del atraso económico y la impotencia internacional, llegamos a nuestros años, en que contamos los muertos de la última guerra civil y todos sospechamos que un país enemigo como Marruecos tiene comprada a gran parte de la clase gobernante (sin que a la mayoría parezca preocuparle).

Por desgracia, hay que decir que muchos españoles, incluso militares y diplomáticos, están encantados con que estemos retirados del mundo. ¡Menos problemas, menos disgustos… y más dietas por participar en misiones de paz de la OTAN y comisiones de la UE!

 Felipe II con hábito de Gran Maestre de la Insigne Orden del Toisón de Oro

 ¿Cuáles son, a tu juicio, las razones que explican esta inquina generalizada que el resto de las naciones hermanas de Europa han vertido sobre España? ¿Es sólo envidia y ansias de combatir el poderío económico español, o hay también en todo ello una confrontación profundamente ideológica?

¿Naciones hermanas, dices? ¿La Francia de los Valois y los Borbones que pactaba con los turcos y los protestantes para derrotar a España y a los Habsburgo? Ah, cuánto daño ha hecho Francia a Europa. Francisco I, Luis XIV, Napoleón… Kissinger escribió en sus libros que una de las características de Europa es “su pluralidad”. Nosotros diríamos su rivalidad. Los europeos del siglo XX no fueron capaces de ponerse de acuerdo para evitar las dos guerras mundiales que han destruido nuestro continente y nuestra civilización.

En respuesta a tu pregunta, el factor principal de enemistad o de desprecio del resto de las naciones europeas contra España se debe, en mi opinión, al catolicismo. Por la misma razón que los Habsburgo austriacos y su Monarquía danubiana fueron también odiados y aniquilados por los laicistas y los masones (los primeros globalistas). Representaban la doctrina católica de gobierno y de responsabilidad pública y eran un obstáculo para la expansión de la democracia y la explotación del mundo según los criterios capitalistas.

El pecado cometido por los Reyes Católicos, Felipe II y hasta Francisco Franco ha sido la difusión del catolicismo y su defensa. En un mundo gobernado, hasta ahora, por el protestantismo y sus herederos, esa culpa es imperdonable. Entre las monarquías que sobreviven, por ejemplo la británica y la sueca, sus reyes son la cabeza de sus cultos protestantes. Ahora apenas les importa a sus súbditos, pero hasta antes de la Segunda Guerra Mundial esa condición era esencial en sus pueblos.

Otro factor, aunque de importancia menor que el anterior, es que los nacionalismos europeos, desde el holandés al italiano, se han construido contra enemigos, y el mayor de todos (y encima el único que en el siglo XIX se ha hecho inofensivo) es lo español. Hasta en las novelas de Emilio Salgari los españoles aparecen como torpes y avariciosos. En Lepanto es Doria quien gana la batalla. La admiración en el siglo XIX y parte del XX se reserva para lo inglés: su parlamentarismo, su monarquía, su flota, su capitalismo, sus campiñas… Los descendientes de los napolitanos, milaneses, belgas y luxemburgueses que estaban orgullosos de pertenecer a la Monarquía Católica borran a sus antepasados de la historia.

Y hablando ahora de la otra inquina, de la que los propios españoles vertimos sobre nosotros mismos al autodespreciarnos, al ignorar o desdeñar la grandeza de nuestro pasado, ¿a qué crees que cabe atribuir un sentimiento tan difícil de encontrar en otros pueblos?

Desde luego, el elemento católico que he mencionado antes. ¡Pero si a partir del Concilio Vaticano II la Iglesia ha renunciado al llamado “reinado social de Jesucristo” y ha repudiado las grandes campañas misioneras y las cruzadas, fuesen las de la Edad Media o las libradas contra los turcos! España está indisolublemente unida al catolicismo. Es por tanto lógico que quienes odian a Cristo, odien también a España.

Además, en España se une la vergüenza por nuestro presente en comparación con el pasado. Ese desprecio nace en el siglo XIX. Mientras países como Portugal y Holanda tenían imperios coloniales y se extendía la revolución industrial, España se empobrecía y quedó reducida a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y unos fondeaderos en la costa del Sáhara y el golfo de Guinea.

Lo mismo ocurre todavía en Hispanoamérica. Encuentras a hispanoamericanos que lamentan que sus países no hubieran sido colonizados por ingleses en vez de por los españoles! Sueñan con que serían como Canadá y como los canadienses… cuando más probablemente serían como Jamaica o Birmania.

Por último, el predominio de los separatismos. Los nacionalistas tienen que atacar todo lo hermoso y lo glorioso de España, aunque suponga raer de su ser los principales episodios de su historia. Acaba de ocurrir el borrado de los frescos del Salón de San Jorge del Palacio de la Generalidad.

Los españoles eran únicos en este autoodio, pero ya no son una excepción. Les sucede otro tanto a los pueblos europeos y americanos. Cuando visité hace unos cinco años el Monumento a los Descubrimientos en Lisboa, en el sótano había una exposición sobre la esclavitud en las colonias portuguesas de África que no mencionaba la esclavitud practicada por los africanos entre ellos.

Sí, los europeos sentimos desasosiego al comparar el pasado con el presente y tememos por el futuro, dada nuestra esterilidad voluntaria. En gran parte es culpa nuestra, aunque desde luego este sentimiento está inducido por fuerzas que ya no responden a los poderes nacionales clásicos, sino a movimientos globales.

La infanta Catalina Micaela, hija de Felipe II

  

Una parte sustancial de tu libro abarca los años de lo que, de manera general, llamamos el Renacimiento? Ahora bien, si contemplamos, por un lado, la grandeza de lo que es propiamente el Renacimiento —el cual se dio ante todo y sobre todo en Italia—; y si, por otro lado, nos fijamos en lo que fue el Renacimiento en España, ¿no te parece que poco Renacimiento —en el sentido estricto de la palabra— hubo entre nosotros? ¿Qué hubo, aparte de la poesía de un Gracián y un Boscán, o de la arquitectura de unas ciudades como Úbeda y Baeza?

No sólo Baeza y Úbeda son ciudades renacentistas. También lo es la propia Granada, con la catedral y el palacio que Machuca construyó para el emperador Carlos. Edificios renacentistas los hay por toda España y en América. El palacio de Cuernavaca de Hernán Cortés, en México, y el que se hizo construir como residencia el almirante Álvaro de Bazán en el Viso del Marqués, son más ejemplos. Valladolid rebosaba de palacios y casonas de la aristocracia; pero gran parte de ellos se perdieron en el siglo XX. Tanto a Valladolid como a México se les llamó ‘la ciudad de los palacios’. El cemento y la codicia de los herederos de los viejos linajes acabaron con muchos. Y, antes, las malditas desamortizaciones liberales.

Pero el Renacimiento no es sólo arquitectura. El proyecto de reforma del calendario, al que dedico un capítulo en mi libro, fue obra de la universidad de Salamanca, cuyo claustro lo formaban sacerdotes y teólogos.

La conquista de América y las guerras de Italia tienen como uno de sus impulsos la búsqueda de fama y honra, características del Renacimiento. Cortés, colmado de títulos y riquezas, planea el cruce del Pacífico, acude a España a defender su honor y, ya cerca de los sesenta años, participa en la Jornada de Argel junto a Carlos V.

La revolución protestante, que es la que escinde Europa, introduce la razón de Estado y el subjetivismo, ahoga el Renacimiento. España la combate por todos los medios, no sólo los militares. Y uno de éstos es el arte. En la segunda mitad del siglo XVI y luego del XVII, aparecen en España una arquitectura, una pintura, una literatura y una filosofía propias. De la calidad de esas creaciones da idea el hecho de que entre los invasores franceses las piezas más deseadas por los generales y los marchantes fuesen los cuadros del Siglo de Oro. Lo cuento en otro capítulo, en el que muestro la figura del general vasco que rescató del Louvre cientos de esos cuadros: el general Miguel Ricardo de Álava, otro de esos españoles que asistieron a la decadencia española, pero no por ello dejaron de cumplir su deber para con la patria y su pueblo.


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