10 de octubre de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

Los jóvenes marroquíes se manifiestan (obsérvese la presencia de chicas vestidas a la europea)

Lo que ocurre en Marruecos. O así son los marroquíes

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Es de celebrar esta cosa rara, rarísima: encontrar alguien, sobre todo en países del «tercer mundo», que haga un análisis de su país tan claro, franco y desgarrado como el que efectúa Driss Ghali en este artículo. Vale la pena que, además de difundirlo, se lo guarden para cuando tengan que explicarle al progre de su cuñado cuál es la idiosincrasia de las masas que vienen a «pagarnos las pensiones»

 

En Marruecos, el colectivo Gen Z 212 lleva desde el anterior fin de semana manifestándose en las calles para reclamar mejores servicios públicos. El movimiento cobró fuerza tras la muerte de ocho mujeres embarazadas durante cesáreas efectuadas en un hospital de Agadir, una tragedia que conmocionó a la opinión pública.

Los jóvenes manifestantes también critican las enormes inversiones relacionadas con la Copa del Mundo de Fútbol de 2030, que consideran ajenas a las prioridades sociales.

El anterior fin de semana, jóvenes de la Generación Z (nacidos después de 2000) se reunieron en varias ciudades de Marruecos para exigir el derecho a la salud, a la educación y el fin de la corrupción.

La policía estaba allí, a mi juicio, en mayor número que los manifestantes.

Gracias a las redes sociales, pudimos ver cómo jóvenes limpios en todos los sentidos eran detenidos por policías apenas mayores que ellos. El pueblo contra el pueblo. Nunca digo que el pueblo tiene razón y que el Estado está equivocado por principio. Ni mucho menos. Desconfío de las multitudes y las masas, esos tiranos obstinados y sádicos. Pero, esta vez, mi corazón vibró con los jóvenes. No pedían nada excesivo. No rompieron nada. No parecían maleducados. Yo era como ustedes a los veinte años, amable y serio, excepto que yo sólo estudiaba. Tenía miedo de salir a la calle, mis padres me habrían crucificado si me hubiera atrevido a manifestarme.

 

Falta de empatía magrebí

Conociendo un poco Marruecos, creo que tienen razón al pedir lo que piden. Pero ¿puede el Estado satisfacerles?

El problema en Marruecos, como en todos los países árabes y africanos, no es material. Es humano, es decir, moral. Tenemos médicos excepcionales, presupuestos suficientes y equipos modernos, pero no tenemos ganas de cuidarnos unos a otros. Somos intrínsecamente violentos, con una violencia fría como el veneno que una mujer administra a su marido en pequeñas gotas en la comida, día tras día, hasta que sucumbe. La empatía y el amor no tienen cabida en la mayoría de nuestros hospitales. Siempre hay que pagarse unos a otros: comprar la atención con dinero en lugar de atraerla con sensibilidad.

Una vez acompañé a mi abuela a un hospital público. Los agentes de seguridad privada se encargaban de la selección y la regulación. Los enfermeros y los médicos eran invisibles, camuflados con su ropa de calle, nadie quería llevar bata blanca para no ser solicitado.

Unos años antes, otro hospital (éste, privado) se negó a atender a mi padre, en plena crisis cardíaca, porque no llevaba dinero encima. Nos pidieron el equivalente a 1.000 euros en efectivo para ingresarlo en urgencias cardiológicas.

En la escuela ocurre lo mismo. ¿Cómo quieres transmitir un tesoro (el conocimiento) a los hijos de personas a las que odias o que para ti son «presas» a las que aligerar de sus ahorros?

En cuanto a la corrupción, habita en nuestro inconsciente colectivo. Es un «medicamento» que hemos encontrado contra la omnipotencia del Estado, ese concepto occidental que aún nos cuesta digerir. Hasta la colonización, el poder de la administración era irregular y rara vez hegemónico. La disidencia está más cerca de nuestro estado político normal que la obediencia. Por lo tanto, encontramos en la corrupción un medio para «comprar» al Estado, al tiempo que permite privar a otros de su derecho legítimo. Cuando doy un soborno a un agente de seguridad en el hospital, compro el derecho a pasar delante de otro enfermo, lo evito y me sitúo por encima de él. La desigualdad es nuestro valor fundamental, la amamos mientras nos mentimos a nosotros mismos exigiendo la igualdad. Quizás los franceses amen la igualdad, pero nosotros no.

 

Revolución moral

¿Qué decirles a los jóvenes que se han manifestado?

Creo que el asunto está zanjado. No hay nada que hacer.

Y hay tanto por hacer. Marruecos, al igual que Argelia o Túnez y cualquier país del tercer mundo, necesita una revolución moral. Debe cambiar sus valores y su sensibilidad.

¿Qué élites podrán liderar este «gran reinicio»? ¿Élites proféticas, porque se necesita algo casi sobrenatural para convencer a un pueblo de que cambie profundamente su forma de vida?

Quizás podríamos empezar modestamente, quizás podríamos neutralizar a los elementos más tóxicos, aquellos que llegan a extremos a la hora de aplastar a los demás mediante la corrupción, el fraude y el nepotismo, aquellos que se desatan sin vergüenza sobre los más débiles.

Creo que una élite extremadamente fuerte y decidida podría eventualmente llevar a cabo esta misión. Necesitaría mucha autoridad y mucha suerte. Sin duda, la democracia no sería su sistema preferido, ya que los «cabrones» se multiplican en ella, so pretexto de los derechos humanos y la igualdad. Sólo un poder fuerte, implacable y seguro de su derecho puede liberar a los buenos médicos, los buenos profesores y los buenos funcionarios del yugo de los cínicos y los hastiados. Sólo un poder al que le da igual su popularidad puede decirles las cuatro verdades a los corruptos y a los mediocres y enviarlos a casa sin perder tiempo. Hay gente buena en todas partes, están ahí, resisten, pero no tienen impacto o muy poco. Conozco a gente así en todas partes. Necesitan ayuda. ¿Quién les dirá a los jóvenes de este fin de semana que la democracia es enemiga de su causa? Es mejor dejarlos soñar. Quizás inventen un camino en el que yo no he pensado…

© Causeur

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