20 de noviembre de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

La multiplicidad étnica de nuestras sociedades es el peligro más grave

Julien Rochedy: a la vez pensador y agitador, a la vez autor de libros decisivos (pronto Ediciones El Manifiesto publicará su extraordinario estudio sobre Nietzsche, editado ya en varios idiomas) e influencer que cautiva a sus cientos de miles de seguidores en redes sociales. Ahí lo tienen, agarrando el toro por los cuernos; sin importarle, y hace bien, que algunas de sus conclusiones, francas y sin melindres, puedan hacer daño.

 

¿Cómo defender y mantener vivo el legado europeo?

Deshaciéndonos de una serie de ideas preconcebidas en nuestro propio bando. Por ejemplo, actualmente estoy trabajando sobre el principio del Estado-nación y, cuanto más lo estudio, más me doy cuenta de que ha sido bastante destructivo para el legado europeo y la civilización europea en general. Sin embargo, algunos de nosotros seguimos definiéndonos como «nacionalistas», pensando únicamente desde el marco administrativo de nuestras naciones, un legado bastante reciente en nuestra historia, ya que se remonta principalmente al siglo XIX. Nuestro legado europeo es una articulación de lo local y lo civilizacional, es ser localista e imperialista a la vez, provincianos y europeos, es pertenecer tanto a un pueblo como a una civilización. Creo que estamos entrando en una era neofeudal que verá el regreso de esta doble pertenencia: en la Edad Media, fue la de los feudos y la cristiandad. De una forma u otra, volveremos a estas formas de mediación política, articulando lo más pequeño y lo más grande.

 

¿Cuál es su u visión de la remigración?

En un mundo ideal, todos los pueblos tendrían sus tierras y aquellos que viven en las tierras de otros sin derecho de conquista deberían remigrar a las de sus antepasados. Lamentablemente, aunque se debe poner en marcha una política de incentivos para empujar a los africanos y musulmanes a regresar a sus países de origen, no creo que una remigración masiva sea del todo posible a escala de una o incluso dos generaciones. Quizás incluso más. Por lo tanto, creo que la secesión, la separación, la partición de nuestros territorios es mucho más factible. Por lo demás, esta separación geográfica es un fenómeno que se está instalando de forma progresiva y natural en el paisaje, con los blancos emigrando hacia el campo y las pequeñas ciudades, dejando cada vez más a los inmigrantes en las grandes ciudades. Una vez más, es el Estado el que, a menudo, trata de dispersarlos por todas partes para evitar o retrasar una partición que, en mi opinión, es inevitable.

 

¿Qué significa ser identitario?

Recientemente dije en un vídeo que un identitario era, ante todo, un hereje de la religión vigente en Occidente, la que ha sustituido al cristianismo y se basa en tres grandes mitos:

  1. El igualitarismo: la creencia de que todos los hombres son iguales, que todos los pueblos son iguales.
  2. El universalismo: la creencia que se deriva del primer mito: si todos somos iguales, todos podemos convivir según las mismas reglas y los mismos valores.
  3. El globalismo: consecuencia de los dos primeros mitos: si todos somos iguales, si todos podemos convivir de igual forma, entonces debemos hacerlo y abolir todas las fronteras.

Pues bien, un identitario es alguien que no cree en ninguno de estos mitos y que, por lo tanto, es considerado un blasfemo o un pagano frente a la gran religión del hombre universal. En lugar de estas creencias absurdas que siguen siendo las de la posmodernidad, el identitario cree más bien que el hombre sigue siendo un ser tribal como miembro de una especie social, que por lo tanto necesita nacer y desarrollarse en entornos homogéneos y culturalmente familiares, para poder dar lo mejor de sí mismo. Es por eso por lo que uno lucha contra la heterogeneidad étnica de nuestras sociedades, que para nosotros es el peligro más grave, ya que ningún proyecto político de futuro ni ninguna resistencia son posibles en el marco de una heterogeneidad étnica excesiva.

 

Como antiguo dirigente del Frente Nacional de la Juventud, ¿qué lecciones ha extraído de su experiencia política y cómo influye esto en su trabajo actual?

He aprendido la lección fundamental de que no hay que esperarlo todo de la política nacional estatal y que las sociedades cambian sobre todo debido a procesos sociales a veces bastante largos, que requieren una gran inversión cultural para poder influir en ellos. La política no es, por lo general, más que el resultado de un trabajo de influencia a largo plazo. Por eso ahora trabajo más en la posibilidad de influir en las políticas y, en general, en los centros de decisión. Eso es lo que todos debemos hacer: constituir fuerzas de atracción, fuerzas sin las cuales la política no es posible, obligar a los políticos a tener en cuenta nuestros intereses, nuestros deseos, nuestras voluntades. Debemos funcionar como lobbies, como sindicatos de pueblos indígenas. Nuestras ideas deben impregnar todos los ámbitos. Nuestras empresas deben ser imprescindibles. Nuestra presencia en las instituciones —policía, ejército, justicia, medios de comunicación, etc.— debe ser profunda. En suma, debemos tomar el poder a todos los niveles si realmente queremos no desaparecer de la historia, y no sólo «ganar unas elecciones», lo que en realidad no es más que «la guinda del pastel».

 

¿Cuáles son los principales retos a los que se ha enfrentado al compartir abiertamente sus ideas y conocimientos sobre temas potencialmente controvertidos?

¡Tengo estas ideas desde hace tanto tiempo que ya no me doy cuenta de los problemas que me acarrean! Por ejemplo, tengo totalmente prohibido solicitar préstamos bancarios en mi país, a pesar de que mi empresa va bien y de que respeto todas las leyes. Personas muy bien informadas me han confirmado que esto se debe únicamente a mis compromisos y opiniones políticas… Hay otras pequeñas cosas como ésta que resultan bastante molestas en el día a día. Pero no quiero compadecerme de mi suerte: al fin y al cabo, en otros tiempos, podría haber sido ejecutado sumariamente o enviado al gulag para morir allí. ¡Así que no estamos tan mal! A decir verdad, lo que más me preocupa son mis opiniones controvertidas dentro de mi «bando ideológico». Por ejemplo, éste suele ser soberanista, nacionalista, antieuropeo, conspiranoico, antiecológico, prorruso, histéricamente antiamericano y muchas otras cosas con las que, personalmente, no estoy de acuerdo en absoluto. Esto a menudo me pone en situaciones incómodas y me aleja del apoyo de muchas personas que deberían ser mis amigos. Pero me gusta, porque lo mío no es el conformismo, ya sea el del sistema o el de la «disidencia», que también existe…

 

¿Cuáles son sus inspiraciones intelectuales y literarias? ¿Hay autores o pensadores, especialmente alemanes, que hayan influido particularmente en su trabajo?

¡Por supuesto! El más importante de ellos es Nietzsche. Con él empecé a pensar seriamente durante mi adolescencia. Fue mi verdadero maestro, aunque desde entonces he aprendido a distanciarme un poco de él. Los pensadores de la revolución conservadora alemana también alimentaron mi juventud: me emocionaban Jünger y von Salomon, como a muchos jóvenes de derechas… Sin embargo, debo admitir que nunca fui un fanático de Spengler… Por ejemplo, uno de los autores que más me ha servido para elaborar mi último libro ha sido Werner Jaeger: su Paideia es imprescindible. Una última cosa: el filósofo contemporáneo que más admiro actualmente es un alemán que, aunque no comparte «nuestras ideas», me parece absolutamente genial y siempre estimulante intelectualmente: Peter Sloterdijk. Cada uno de sus libros es para mí un torbellino de ideas nuevas y formas originales de abordar el mundo y sus problemas. Creo que hace honor a la gran tradición filosófica alemana.

 

¿De qué manera su experiencia en el extranjero, en África, Rusia y Oriente Próximo, ha enriquecido su comprensión de los retos mundiales y la política internacional?

He comprendido que hemos entrado en la era de los civilizaciones-continente. Antes, sentíamos que abandonábamos nuestro país cuando pasábamos de un pueblo a otro, de una provincia a otra y luego de un país a otro. Hoy en día, solo se siente realmente así cuando se abandona el continente, cuando se abandona la civilización. Si estoy en África, en el Magreb, en Oriente o en Asia y mi vuelo a París se desvía a Viena, Roma o Copenhague para pasar allí 24 horas, sigo sintiendo que, en cierto modo, he «regresado a casa». Estoy en Occidente, en Europa, en mi era cultural. Eso significa mucho y, en mi opinión, debe imponerte una nueva forma de organizarte políticamente. Con gigantes como Rusia, China, India, Brasil, Estados Unidos, es decir, Estados del tamaño de continentes o casi, es absolutamente necesario que construyas Europa para poder seguir existiendo en el siglo XXI.

 

¿Cómo deben posicionarse los europeos respecto a los conflictos mundiales?

Sabiendo determinar sus intereses y actuando en consecuencia. En primer lugar, nuestras fronteras: para mí, llegan hasta Rusia. Ucrania forma parte de Europa, por lo que deberíamos ser capaces de defenderla sin tener que pedir ayuda a Estados Unidos, lo cual hoy en día es ilusorio, pero sin un ejército europeo fuerte e independiente, los estadounidenses permanecerán en nuestro territorio, lo cual no quiero (¡y lo cual, en realidad, tampoco quieren ya los estadounidenses!). También habrá que defender nuestras fronteras sur y sureste contra los movimientos migratorios que no han hecho más que empezar y que serán absolutamente mortales para nuestra civilización. Por lo tanto, necesitaremos una gran política mediterránea para mantener Estados estables al sur del mar Mediterráneo, de modo que sirvan de amortiguador entre África y nosotros. A continuación, tendremos que organizarnos para paliar el problema más grave al que nos enfrentaremos en el siglo XXI: la independencia energética y su corolario, el control de las materias primas esenciales. Estos retos determinarán nuestras alianzas y nuestras intervenciones. Por último, tendremos que contar con una gran política de reindustrialización para garantizar nuestra autonomía en casi todos los ámbitos. Ahora bien, hoy en día, una política de este tipo sólo puede llevarse a cabo a escala europea.

 

Francia y Alemania son las dos naciones europeas más grandes, por lo que, para que Europa funcione correctamente, deben ir en la misma dirección. En su opinión, ¿cómo pueden colaborar Francia y Alemania?

En primer lugar, recordando la historia: el 90 % de los problemas que tenemos provienen, más o menos indirectamente, de los conflictos y las oposiciones que hemos conocido y que aún conocemos entre Francia y Alemania, ¡y esto desde el tratado de Verdún (843)! La fijación en nuestros intereses puramente nacionales no ha hecho más que debilitar a Europa y, en última instancia, nuestros intereses «nacionales». Nuestras naciones son como las antiguas ciudades griegas, que fueron incapaces de aliarse (salvo durante las guerras médicas, algo sobre lo que conviene reflexionar) y pasaron su tiempo guerreando entre sí, a pesar de que tenían la sensación de pertenecer a la misma civilización helénica. Incapaces de unirse, fueron subyugadas por el Imperio romano, y todas las antiguas ciudades se debilitaron irremediablemente y de forma concertada, hasta desaparecer definitivamente de la Historia. Me gustaría que fuéramos algo más que antiguas ciudades griegas, que aprendiéramos las lecciones del pasado, que no cometiéramos los mismos errores por estupidez. Francia y Alemania tienen todo el interés en unirse a nivel político, militar, económico, energético, ecológico, etc. Si no lo conseguimos debido a viejas tonterías nacionalistas y persistentes egoísmos nacionales, ¿qué quieren que les diga? Seremos como Atenas y Esparta después de su gloria: desapareceremos juntos, simplemente…

 

En todo el mundo germánico existe un estrecho vínculo entre la metapolítica y la política electoral, como lo demuestran las diversas asociaciones y fraternidades, en particular gracias al trabajo de intelectuales alemanes como Benedikt Kaiser. ¿Cómo podemos tomar ejemplo del modelo alemán?

Los alemanes tienen más esta cultura porque, a diferencia de nosotros, los franceses, constituían una verdadera nación antes del surgimiento del Estado-nación. Por lo tanto, tienen mucho más espíritu de iniciativa a nivel local, ya que para ellos la política no se limita, como tiende a ocurrir en nuestro país, a esperarlo todo del Estado. Nosotros, los franceses, debemos «desestatizar» absolutamente nuestro cerebro. Pensar en lo local, en las provincias, en el campo, en las asociaciones, en los lobbies, en los clubes, en los think tanks; en definitiva, en tantos elementos y escalas mucho más habituales para un alemán o un anglosajón. Esto nos resulta muy difícil, porque realmente no estamos acostumbrados a ello tras siglos de estatismo estéril y muelle, y por eso creo que una integración europea, al «desfrancizarnos» un poco de lo peor de Francia, podría, paradójicamente, reforzar, proteger y poner de relieve lo mejor de Francia para nuestra civilización común.

 

¿Cree que deberíamos construir un Vorfeld europeo de derechas? Es decir, un conjunto de estructuras destinadas a reforzar los vínculos, en particular a través de la cultura, pero también a través de la metapolítica.

Sí. Me gustaría mucho que, a la larga, tuviéramos estructuras europeas. Lo estoy discutiendo con intelectuales identitarios y/o conservadores de lengua francesa como David Engels o Antoine Dresse (Ego Non), que también están muy abiertos a la idea europea. Necesitaríamos una asociación que nos permitiera reunirnos regularmente, coordinar nuestras acciones y reflexionar juntos. ¡Espero que esta estructura se cree pronto!

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