«No hay mal que por bien no venga», solía decir con su voz aflautada el general aquél gracias al cual España es el único país, junto con Chile, que se ha librado del socialismo y de su zarpazo mortal. El mal del que se trata aquí es el de la represión que el doctor Sánchez, más conocido como Antonio, se apresta a desencadenar desmontando todo cuanto haga falta liquidar del gran attrezzo de la democracia y de su tramoya jurídica.
¿Y el bien? ¿Dónde está el bien que semejante mal nos aporta? El bien es el de la clarificación. Gracias a ella van a caer unas cuantas caretas, así como el telón del Gran Teatro de la Democracia, ése cuya obra más reciente ha sido la comedia bufa en la que el tal Antonio ha tomado el pelo, durante cinco días, a todo un país.
La represión con la que nos amenaza el susodicho Antonio consiste en imponer sanciones a los medios no afines a la versión sancho-separatista del Régimen, al tiempo que se va a amordazar a los jueces, censurando, cancelando y fiscalizando todo lo que haga falta coartar («Hay que cerrar los periódicos», clamaban estos días las Charos que lloraban entre mocos por la eventual dimisión del macho alfa.) Todo eso va a suceder, pero las cosas, al menos, van a estar mucho más claras. Tanto más cuanto que los otros —los del Pepe: la otra pata del Régimen— van a enfadarse, protestar, denunciar… de boquita. Hasta pondrán, si se tercia, la otra mejilla. Pero ni se les ocurrirá —son un partido «de orden», parte integrante del Régimen— llamar a la revuelta, a la rebelión, a la ruptura. No harán nada…, salvo presentar un grotesco recurso ante el Tribunal Constitucional.
Cuando los intereses del Estado y de la oligarquía dejan de ser servidos por la Mano Invisible (ésa que pretende regular el Mercado sin ninguna intervención política); cuando estos mismos intereses dejan de ser servidos por la sacrosanta libertad de expresión que, jurídicamente, está en manos de todos, pero fácticamente sólo en las de unos cuantos; cuando ello sucede, también se suprime entonces hasta la libertad jurídica de expresión y, terminando con los fingimientos, la Mano Invisible se pone a golpear sin disimulo alguno.
¿Nos van a llegar los golpes también a nosotros?
No lo sabemos, es una posibilidad, pero parece leve (ojalá no me equivoque). Parece leve tal posibilidad por una sola razón: alguna ventaja ha de tener el que los medios alternativos (tanto EL MANIFIESTO como los demás) carezcamos, de hecho, de libertad real de expresión. En el cómputo general del país somos tan insignificantes estos medios que lo más probable es que nos dejen simplemente en paz. Vuelvo a lo dicho. Jurídicamente hablando tenemos toda la libertad de pensar y decir cuanto queramos. Y la aprovechamos al máximo esta libertad, ¡faltaría más! Aquí nos tienen y aquí seguiremos estando: siempre en la brecha, en primera línea. Ahora bien, ¿hasta dónde alcanza, efectivamente hablando, nuestra libertad de expresión? ¿A qué cantidad de público nos permite llegar? No nos engañemos: si razonamos en términos de impacto real, de audiencia efectiva, esta libertad no es más que una gota de agua en medio del océano. Es por tanto una filfa, un engaño, una coartada que el Sistema se da. La única libertad de expresión —real, indiscutible—, la única que, no quedándose en los márgenes, llega al centro de la sociedad, es la que está en manos de los grandes, mastodónticos medios de dominación de masas.
La única libertad real es la que habrán tenido los grandes medios del Sistema hasta el momento en que empiecen a darles de latigazos a quienes no sean del todo adictos al sancho-separatismo. ¿Significa ello que los medios así castigados (o los jueces que sean represaliados) van a ponerse de nuestro lado, van a situarse en ruptura con el Régimen? No, claro que no. Harán como el Pepe: con la cabeza gacha van a plegarse a la nueva situación y todo seguirá igual.
No dejará sin embargo de ser interesante ver cómo se ajan las flores de la democracia (son artificiales) y cae el telón de su gran teatro de libertades. Unas libertades, claro está, que, por formales que sean, más vale tenerlas que verse privados de ellas; siempre, eso sí, que no engañen a nadie; siempre que se comprenda y asuma cuál es su verdadero alcance y su auténtico significado.
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