La unión de los oligarcas contra la libertad de expresión
La Unión Europea encabeza la ofensiva contra los medios alternativos. Tras haber cerrado los medios de comunicación rusos a fin de imponer el discurso de la OTAN sobre la guerra de Ucrania, la UE, con su reglamento DSA, ataca a Twitter (X) y a las redes sociales.
En Francia, las iniciativas liberticidas se acumulan bajo la presidencia de Macron: disolución de los movimientos identitarios, asimilación de las críticas a la inmigración a la “incitación al odio”, prohibiciones de manifestaciones o conferencias, ofensiva gubernamental contra CNews, etc.
Mientras la Asamblea Nacional ya no debate, la oposición al gobierno Macron es insultada, acusada de connivencia con Putin o Hamás, o de abandonar el arco republicano.
¿Por qué tanto odio a la libertad?
Porque la oligarquía tiene miedo.
En primer lugar, la oligarquía quiere restringir la libertad de expresión porque teme la revuelta del pueblo.
Los oligarcas son muy conscientes de que la situación se les está yendo de las manos, ya sea a escala mundial con el ascenso de los BRICS y el fracaso de la guerra de Ucrania, o a escala europea, ya que nuestro continente es la principal víctima de sus locuras.
Las oligarquías ven que su verborrea, su propaganda, tiene cada vez menos efecto en la opinión pública. Esto se refleja en la erosión cada vez más rápida de la imagen de marca de sus dirigentes, a pesar de la sobreprotección que reciben por parte de los medios. Por no hablar de las protestas periódicas que han sacudido a los países europeos.
Con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina, urge demonizar los temas de la oposición para intentar neutralizarlos de nuevo.
Se ataca la crítica a las políticas migratorias (equiparada con el racismo), a las políticas sanitarias (equiparada con la conspiración sectaria), a las políticas sociales (equiparada con la homofobia o la transfobia), a la inseguridad (equiparada con la recuperación de la extrema derecha) y al belicismo europeo (equiparado con hacerle el juego a Putin).
De este modo, la oligarquía no tiene intención de debatir, sino sólo de arremeter contra sus oponentes y tratar las opiniones discrepantes como delitos penales.
La posdemocracia en marcha
Esta táctica básica forma parte de un movimiento más profundo para distorsionar el significado real de la democracia en Occidente.
Siguiendo los pasos del teórico estadounidense del iliberalismo, Fareed Zakaria, la oligarquía quiere imponer la idea de que la democracia ya no se define por el ejercicio de la voluntad mayoritaria del pueblo, sino por la existencia de un juez “independiente”, superior al legislador y garante de los “derechos de las minorías”.
Esto es muy conveniente cuando se pierde el apoyo de la mayoría del pueblo. Y permite gobernar contra el pueblo apoyándose en la dictadura de las minorías y los grupos de presión, santificada por jueces no elegidos. Y así es exactamente cómo funciona ahora la Unión Europea.
Por eso estamos entrando poco a poco en una posdemocracia totalitaria en Europa, donde los gobiernos proclaman alto y claro su deseo de ignorar la voluntad del pueblo con el pretexto de respetar el “Estado de derecho”, como en el caso de la inmigración, por ejemplo.
La censura está en los genes de la izquierda
En segundo lugar, debemos recordar que la censura está en los genes de la izquierda, es decir, de la burguesía dominante, que siempre ha odiado al pueblo y las identidades nacionales.
“Ninguna libertad para los enemigos de la libertad”: la fórmula terrorista de Saint-Just sigue siendo válida en la época de la izquierda macroniana, que se ha unido al neocapitalismo globalista y juega con lo social para ocultar que sacrifica lo social y a las personas que lo acompañan.
La izquierda denuncia a la extrema derecha o a los medios de comunicación del grupo Bolloré porque no soporta perder el monopolio que ostenta sobre la información y la cultura desde el final de la Guerra Fría.
Pretende encarnar el campo del Bien, del Progreso y, a partir de ahora, del Planeta, por lo que no puede rebajarse a debatir con los “bastardos” sartreanos que no comparten su ideología.
Por tanto, sólo concibe el debate como una acusación y, si es posible, como un asesinato mediático del disidente, preferiblemente sin que éste pueda defenderse, como en los tiempos de Fouquier-Tinville, el acusador público.
Porque la burguesía de izquierdas (valga el pleonasmo) nunca duda en enviar a su policía y a sus jueces contra los recalcitrantes: nada ha cambiado desde 1793, 1848 o 1871.
La censura, el arma de los necios
Por último, la censura se desarrolla debido a la creciente nulidad de nuestra clase dirigente.
Nuestras élites dirigentes se caracterizan por una abismal falta de cultura, una profunda ignorancia del mundo real y un total desprecio de clase.
Para el presidente chino, la cultura debe “a la vez, internamente, vincular al pueblo al destino nacional y construir externamente una comunidad de destino”. Para Emmanuel Macron, en cambio, la cultura francesa no existe porque es “diversa”. No hay mejor manera de resumir la insignificancia de nuestras élites en este enfoque opuesto de la cultura nacional.
La mayoría de nuestros dirigentes no gobiernan porque ya no tienen medios para hacerlo: así que se limitan a comunicar —es decir, a mentir— ante unos medios de comunicación cómplices, para que no haya un verdadero desafío. Es más, por lo general no conocen los sectores que se supone que deben gestionar, por lo que se limitan a recitar, con mayor o menor convicción, los discursos que les han dado. O, como Emmanuel Macron, sólo toleran las preguntas de los periodistas si los han seleccionado previamente…
Pero ¿cómo esperar imponerse en un verdadero debate cuando no se sabe gran cosa de los temas y cuando ya no se defienden argumentos racionales? ¿Quién puede hoy seguir afirmando seriamente, como hacen nuestros dirigentes, que la inmigración sería una oportunidad para nuestros países, que la globalización sería una bendición, que la UE nos traería la paz o que la economía iría cada vez mejor?
El imperio occidental de la mentira
Nuestros oligarcas censuran todo discurso disidente porque en el fondo saben que la razón ya no es su prerrogativa: saben que han perdido literalmente la razón por culpa de la mentira y la ideología. Así que lo único que les queda para tratar de imponerse es la represión, la censura y la invectiva.
Por eso Occidente se está convirtiendo cada vez más, ante los ojos del mundo entero, en el imperio de la mentira. El imperio del doble rasero permanente y de los pseudovalores, ajustables en función de los intereses norteamericanos. Aristóteles definió la oligarquía como una aristocracia que había perdido el sentido de la virtud y del bien común: ¿una buena definición del macronismo?
Pero, desgraciadamente para la oligarquía, la verdad siempre triunfa al final.
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