No podemos abordar Un samurái de Occidente como se abordan otros libros. Cuando se lee esta frase: «Sólo la muerte súbita carece de sentido. Buscada, tiene el sentido que se la da, incluso cuando carece de utilidad práctica», o también: «Es aquí y ahora donde se juega nuestro destino. Y este último segundo tiene tanta importancia como el resto de una vida. Es por ello que hace falta ser uno mismo hasta ese último instante, sobre todo en el último instante. Es decidiendo uno mismo, queriendo verdaderamente su destino, como se vence a la nada». Leyendo esto, es difícil que no te tiemblen las manos.
La nobleza del alma
Dominique Venner acabó de escribir este libro “el solsticio de invierno” de 2012. Sabía en aquel momento, y desde hacía tiempo, que se daría muerte. Se mató en París el 21 de mayo de 2013, sabemos dónde y de qué manera. Su último libro, aparecido algunas semanas más tarde es, así pues, un testamento. Esa muerte voluntaria, de la que François Bousquet pudo escribir, “largamente meditada, minuciosamente preparada y serenamente realizada”; “lleva en sí la nobleza espiritual que acompaña acompañó todas las etapas de su vida”, es la misma, evidentemente, que ilumina y da sentido a todo su libro.
Un libro que señala la aurora
Un samurái de Occidente es un libro simple, en el mejor sentido de ese término, un libro que muestra una “línea clara”, que podría también llamarse auroral, porque hace aparecer verdades. La verdad, a fin de cuentas, siempre es muy sencilla. Las complicaciones no comienzan sino cuando es necesario argumentar. Dominique Venner no era un intelectual, ni hablando correctamente, un teórico (a su vez por buenas y malas razones, no tenía una gran simpatía hacia los intelectuales). No por ello su ensayo deja de ir al fondo de las cosas – la misma cosa, es decir, a lo esencial. Comprendemos por qué, cuando leemos, en la pluma de este admirador incondicional de los poemas homéricos, acerca de “esos poemas sagrados que nos cuentan lo que éramos en nuestra aurora, parecidos a nadie más”, que “Homero muestra pero no explica, no conceptualiza”. Tal es la vía tomada por Venner. Para exponer y hacer comprender su concepto del mundo, lo muestra también él. Conduce la mirada, y a través de ésta al espíritu, hacia aquello que muestra la verdad de la historia, el hombre y el mundo.
La relación con la naturaleza y los modelos éticos
La obra, acabamos de decirlo, quiere ser la exposición de un concepto del mundo. Un concepto estructurado.
Venner dice que “el primer principio del estoicismo es la coherencia” (siendo el segundo “la indiferencia a las cosas indiferentes”). Su visión del mundo también es perfectamente coherente. Privilegia también dos ejes: la relación con la naturaleza y los modelos éticos que permiten al hombre dar lo mejor de sí mismo.
Lo esencial del libro, que recupera los temas de muchos textos publicados estos últimos años, reuniéndolos de tal manera que logran precisamente aparentar coherencia, está consagrado a esos dos temas.
Y ante todo a la belleza de la Naturaleza, esa Naturaleza de la que Heráclito decía que “le gusta esconderse”, que fue por largo tiempo desacralizada y constituye, sin embargo, siempre un recurso. «Rompiendo absolutamente con la sabiduría antigua, escribe Venner, la razón de los modernos, cristianos o ateos, ha buscado acabar con el encanto de la Naturaleza tanto como con la percepción de los límites necesarios y con el sentimiento trágico de la vida cultivado desde Homero». Explica cómo regresar al mismo de una manera que no deja de evocar el “recurso al bosque” de que hablaba Jünger en su Tratado del rebelde.
¿Compostura? «Significa ser uno mismo su propia norma por fidelidad a una norma superior. Mantenerse firme frente a la nada. Vigilar el no curarse nunca uno de su juventud. Preferir echarse el mundo a la espalda a tirarse al suelo». Venner revisa algunos de los “maestros de la compostura” que le son familiares: los héroes homéricos, a lo que consagra algunas de sus mejores páginas, los antiguos romanos, cuya vida se organiza en torno a la gravitas, la virtus y la dignitas, los estoicos que “hicieron del suicidio el acto filosófico por excelencia, un privilegio negado a los dioses”, finalmente, los samuráis.
La portada del libro reproduce el célebre grabado de Durero, El Caballero, la Muerte y el Diablo (1513). «El solitario caballero de Durero, la sonrisa irónica en los labios, continua cabalgando, indiferente y calmado. Al Diablo no le concede ni una mirada». Dominique Venner se sentía, evidentemente, hermano de aquel gran insumiso que ha cruzado el tiempo y aún nos habla. Sin embargo, él, que pensaba que las grandes civilizaciones constituyen “planetas diferentes”, no duda en presentarse también como un “samurái de Occidente”, un adepto a los principios del Bushido. Uno de los capítulos del libro propone por lo demás un “desvío por el Japón, ejemplo de alteridad total respecto a Europa”.
“Existir es combatir aquello que me niega”
«Existir es combatir aquello que me niega», dice también Dominique Venner. De la invasión programada de nuestras ciudades a la negación voluntaria de la memoria europea, a lo largo de las páginas, no cesa efectivamente de rebelarse contra aquello que le niega. Discute la “metafísica de lo ilimitado”, es decir, esa desmesura (hybris) con la que el hombre toma al abordaje al mundo, confundiendo lo “más” con lo “mejor”. «Si los europeos han podido aceptar durante largo tiempo lo impensable, es porque han sido destruidos internamente por una muy vieja cultura de la falta y la sumisión», escribe también, proponiendo oponer a esa cultura una ética del honor. «Deseo que en el futuro, en el campanario de mi pueblo, como en el de nuestras catedrales, continúe escuchándose el sonido tranquilizador de las campanas. Pero deseo aún más que cambien las invocaciones escuchadas debajo de sus bóvedas. Deseo que cese de implorarse el perdón y la piedad para llamar al vigor, la dignidad y la energía».
“La tradición es lo que no pasa y siempre regresa”
Dominique Venner reivindicaba la tradición, término al que daba un sentido que no es el más habitual. «La tradición es la fuente de las energías fundacionales. Es el origen y el origen precede al comienzo […] La tradición no es el pasado, sino por el contrario, aquello que no pasa y regresa siempre bajo formas diferentes». Es encarnando a la tradición como Antígona se alza frente a Creonte, en nombre de una legitimidad inmemorial opuesta a la legalidad del desorden establecido. «El insumiso está relacionado íntimamente con la legitimidad. Se define contra aquello que percibe como ilegítimo».
Tal es también la razón por la que Venner rechaza toda fatalidad histórica. Aquellos que lo han conocido saben hasta qué punto era ajeno a los pensamientos negativos, las críticas personales y los chismes. Era igualmente ajeno a los profetas de la desgracia que anuncian la ineludible decadencia. Si se dirige a una Europa “adormilada”, es con la certeza de que se despertará. Martin Heidegger ha escrito que el hombre es inagotable, en el sentido de que siempre guarda más de lo que muestra: “Siempre tiene la disposición de ser”. Venner dice simplemente: «La historia es el dominio de lo desconocido». Así, con su gesto romano, quiso dar un mensaje de protesta («Confieso mi asco ante la impostura satisfecha de los poderosos e impotentes señores de nuestra decadencia»), pero también de fundación, es decir a la vez de voluntad y esperanza –“esperanza argumentada y razonada”, como ha escrito Bruno de Cessole.
“La naturaleza como pedestal, la excelencia como objetivo, la belleza por horizonte”
Este “breviario” no es un catecismo ni un libro de fórmulas (incluso si el autor transmite algunos consejos “para existir y transmitir”). Es más bien una brújula. Y también una mano tendida para llevarnos hasta las cimas, allá donde el aíre es más vivo, donde las formas se hacen más claras, donde se abren los panoramas y aparecen las apuestas. Es una invitación a convertirse en lo que uno es. Es de nuevo desde la obra de Homero –que para los antiguos era “el comienzo, el medio y el final”–, desde donde Dominique Venner hace surgir esta tríada que resuena como una consigna: «La naturaleza como pedestal, la excelencia como objetivo, la belleza por horizonte».
Llegado a la historia a través de la observación crítica del presente, convertido en “historiador contemplativo” después de haber sido combatiente, ese hombre “que ofrecía una curiosa mezcla de acero templado y terciopelo, frialdad e incandescencia, rigidez y elegancia” (de nuevo François Bousquet) se ha convertido con su muerte en un personaje de la historia de Francia –un “hombre ilustre” en el sentido de Plutarco. El historiador es, a partir de ahora, parte de la historia.
¡LEED SU TESTAMENTO!