15 de noviembre de 2025

Director: Javier Ruiz Portella

¿Qué metrópolis es ésta? Da lo mismo. Todas son iguales

¿Por qué la Derecha radical pierde siempre en las grandes ciudades?

Lo acabamos de ver en Nueva York, la metrópoli por antonomasia que ha elegido a Zohran Mamdani, ese alcalde musulmán y socialista radical que aspira a ser punta de lanza en la contrarrevolución que progres y plutócratas tratan de emprender contra la revolución de Trump y el MAGA (Make America Great Again). Si lo consiguieran, renacería para ellos la aurora, esa aurora de Nueva York que tiene «cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas», decía Lorca.

Pero Nueva York sólo es un caso, por emblemático que sea. Junto a ella están todos los demás monstruos urbanos de pútridas auroras donde, tanto en Europa como en América, la izquierda y la derecha woke se llevan siempre, o casi siempre, el gato electoral al agua. Sólo el resto del país permite el actual auge de la derecha patriótica identitaria.

¿Por qué?

Por un conjunto de razones, todas relacionadas con el sustrato social que conforma a nuestros monstruos urbanos.

Porque, junto con su precarización, se está produciendo en las grandes ciudades la progresiva desaparición de las clases medias, obligadas a vivir cada vez más en la periferia o en remotas localidades.

Porque en los centros de las ciudades sólo viven ya, o casi, los ricos y los muy ricos.

O los pobres y los muy pobres: trabajadores precarios o desempleados, a los que se suman las masas de la invasión migratoria, quienes viven en los barrios populares de antaño, ahora convertidos, o bien en guetos tercermundistas («multiculturales» queda más bonito) o en gentrificadas zonas de alta pijería.

Porque, junto a ellos, quienes también viven en las ciudades son los estudiantes o los diplomados que ya han obtenido el codiciado trozo de papel que no les ofrece salida profesional alguna.

Porque toda esa gente que, por blanca que sea, suele estar sin blanca, es muy culta (al menos por lo que a un cierto barniz se refiere), pero se halla y se siente, con toda la razón, profundamente fracasada en sus aspiraciones intelectuales y profesionales. Se conforman de tal modo grandes masas de «semiletrados» que, llena de amargura el alma, se convierten en fácil pasto del resentimiento izquierdista.

Porque el resentimiento izquierdista es compartido también —pero aquí sólo por extrañas razones ideológicas— por toda la pijería progre y woke que ha ocupado los gentrificados barrios, ayer populares, o sigue viviendo en los barrios pijos de toda la vida.

No, no es esta gente que no conoce la aurora —«la aurora llega y nadie la recibe en su boca / porque allí no hay mañana ni esperanza posible»—; no ses esa gente (o sí es ella, pero profundamente transformada entonces) quien puede hacer que la Derecha, la de verdad, no la centrista o liberal, sino la Derecha revolucionaria y conservadora a la vez, triunfe también en el seno de los  monstruos urbanos.

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